domingo, 22 de agosto de 2010

REGALA CAÑAS DE PESCAR

Todavía me acuerdo de los esfuerzos que he hecho durante toda mi vida por hacer felices a los demás. Hasta entonces no conocía ninguna doctrina que me dijera que ‘dar es igual que recibir’ ni nada de eso. El ser humano lleva dentro de su corazón la impronta de la solidaridad –antes caridad-, y a ella se remite en casi todos sus actos. Cuando pensabas en que te iba a tocar la lotería, lo primero que imaginabas, no era qué te ibas a comprar, sino que ibas a comprar a tu familia y a tus amigos. Pensabas cómo hacer feliz a tu primera novia, con aquellos regalos que estaban al alcance de tus posibilidades, y que a ella le gustaban porque venían de ti. Llevabas a tus hijos al parque de atracciones o al zoo, para que fueran felices. ¡No hay cosa más maravillosa que la sonrisa de felicidad de un niño ante la contemplación de un regalo! Esa felicidad que se trasmite a todos los presentes como si fuera un engranaje de una máquina que formamos todos. ¿Es eso la felicidad?



Antares


No hay aforismo más sabio y más concerniente a este asunto, que aquel que dice: “Si quieres quitar el hambre a una persona, un día, dale un pez; si quieres que coma toda la vida, enséñale a pescar”. Y el traslado es inmediato: “Si quieres hacer feliz a una persona, un día, hazle un regalo que le guste; si quieres que sea feliz toda la vida, enséñale a serlo”. Ahí está el busilis de la cuestión, hacer que la gente ‘aprenda’ a ser feliz. Y eso ¿cómo se aprende? Pues como montar en bicicleta. Montando y aprendiendo a guardar el equilibrio. Ya pueden estar enseñándote durante meses las leyes del equilibrio, del trabajo, de la fuera cinética, que si te montas y no te caes varias veces, no aprenderás a montar. Pero una vez que aprendas te valdrá para toda la vida. ¿Y cómo se monta uno en la bicicleta de la felicidad? Para esto es fundamental tener fe; y fe es creer lo que no ves, ni palpas, ni sientes. Si yo te digo que dentro de nosotros tenemos una cajita del tesoro, donde descansa la felicidad, la paz, y otras tantas virtudes, tienes que empezar a aprender, creyéndolo a pies juntillas. No es cuestionable, es así. Tú tienes que creerlo. El segundo paso es entrar dentro de ti, buscar tu caja del tesoro, y, una vez hallada, abrirla y sacar de dentro la felicidad. En este momento siéntela vivamente, como si de verdad fueras muy feliz, y mantén ese estado durante un rato. La treta es hacer esto muy frecuentemente y mantener el estímulo cada vez durante más tiempo.




La imaginación no tiene límites, y vives como piensas. Pero no es sólo eso, sino que las células de tu cuerpo se acostumbran a cierto tipo de estímulos, tanto positivos como negativos, y los mantienen. Es como si se acostumbraran a vivir en esos estados, de ansiedad o de felicidad.






Te remito a mi último artículo La Caja del tesoro. Todo lo que allí digo es cierto. No tengo muchos motivos humanos para tener paz, ni felicidad; pero, sin embargo, tengo paz y soy feliz. ¿Cómo se concilia esto? Pues muy sencillo: Cambia el punto de vista que tienes sobre la paz y la felicidad, y piensa que es una decisión tuya el tener uno u otro sentimiento. Y sobre todo, vete transformando la idea que tienes sobre las causas de la paz y de la felicidad. Nada te va a dar ninguna de estas dos sensaciones. Como están dentro de ti, eres tú el que las tiene que sentir sacándolas de dentro. ¡Apáñatelas, hermano!

1 comentario:

  1. Me encanto este articulo. Reconfirma de una manera concisa que podemos 'entrenarnos' para 'torear' nuestros 'desequilibrios' faltas cuando elementos 'internos' o 'externos' desestabilicen nuestra ecuanimidad y paz.

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