lunes, 1 de noviembre de 2010

LES LUTHIERS

En el año 73, casi todo era diferente, y no existía casi nada de lo que hoy resulta imprescindible. Por enumerar algunas cosas: Madrid era distinto, España era diferente, había gente excelente en el sentido mental del término, no se pagaban impuestos directos, no había cerveza 0’0, ni Coca-Cola ligth. No había ordenadores familiares, no existía la vitrocerámica y los bancos intentaban empezar su política de captación masiva y de: ‘Dame tu dinero, que yo haré con él lo que me dé la gana, a cambio de nada’. Yo estaba acabando la carrera y me preciaba de tener muy buenos amigos. Se fueron, unos por unos motivos y otros por otros, y de aquellos no queda ninguno. Uno de aquellos amigos entrañables, muy admirado por mí desde que lo conocí en el colegio San José de los Hermanos maristas, allá por el año 52. Él cursaba un año menos que yo, de manera que no teníamos mucho trato; yo diría que el imprescindible. Fue más tarde, haciendo la carrera, cuando empezamos nuestra entrañable amistad. Con él aprendí a viajar, aprendí a considerar y aprendí a ponderar.


En cierto modo le tenía cierta envidia sana –jamás he sentido envidia corrosiva por nadie, ni por nada– ¡Qué viajes aquellos a París con las chicas de Filosofía! Él se las comía crudas, y yo, ni las uñas. Acabada la carrera, él se hizo psiquiatra y me echó más de dos manos en muchas ocasiones. Una de las cosas por las que amaba a aquel amigo, es porque tenía la misma capacidad de humos que yo; su mismo sentido. José Luis Alcázar Fernández. ¡Va por ti!

Ya casados ambos y con un hijo en el mundo, un día vino a casa de visita con un ‘long play’ debajo del brazo. Me lo había prometido asegurándome que me iba a tronchar de risa. Lo puso en el tocadiscos y desde que empezó hasta que acabó, no pude parar de reír. Me dolían las costillas y el estómago, había ratos que teníamos que interrumpir la audición para tomar aliento.




El disco en cuestión era de un grupo argentino, “Les Luthiers”. Todos ellos, los cinco, creativos de arte, de humor, de música y de instrumentos. Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich y Carlos Núñez Cortés, eran sus integrantes. Por suerte para todos, hoy continúan pisando los escenarios y sembrando de flores y de risas los rostros de todo el que los ve o el que les oye. El LP se llamaba “Les Luthiers. Volumen 3” y no nos dejó tranquilos hasta que no acabó.

Desde entonces he sido un rendido admirador de estos cinco monstruos que me han regalado su humor, su música y sus actuaciones. Los he visto un par de veces en directo y lo recordaré toda la vida. Como muestra de su humor socarrón y de suspense, he copiado la letra de uno de sus números llamado ‘Perdónala’. En escena aparece Marco Mundstock, que atesora una de las voces más bonitas, mejor timbradas y más personales que he oído nunca. Y mira que he sido un apasionado de la radio y de sus seriales. Sentado en una banqueta, a media luz, un facistol para apoyar el libreto, un foco cerrado sobre su figura, lee la presentación del número ‘Perdónala’, del supuesto autor Juan Sebástian Mastropiero. La presentación , en sí, está llena de humor de carcajada. Cuando acaba, entran en escena el resto de integrantes y él hace mutis por el foro.




Daniel Rabinovich, a la derecha de la escena y ligeramente separado de los otros tres, canta sus desdichas con su pareja, ayudado por las notas de una guitarra. Los amigos le escuchan y después de cada una de sus intervenciones le aconsejan, cantando apoyados por sus instrumentos. La letra es la siguiente. Empieza Daniel.




- No querría con Esther seguir viviendo.
  Lo que hizo ya no puede perdonarse.
  Que se vaya, no me agrada estar sufriendo.
  Ciertas cosas no deben olvidarse.

- Perdónala, perdónala.
  Es dulce, te fue fiel, es una dama.
  Perdónala, perdónala.
  Seguro que aun ella te ama.

- No querría con Esther seguir viviendo.
  Lo que pude perdonar lo he perdonado.
  Esa tarde, cuando ya se estaba yendo,
  Confesó que ella nunca me había amado.

- Perdónala, no obstante.
  Regresa a aquellos besos como miel.
  Esther te fue leal, te fue constante.
  Y toda la vida te fue fiel.

- No querría con Esther seguir viviendo.
  Nuestra vida fue amarga como hiel.
  Esa tarde, cuando ya se estaba yendo.
  Confesó que ella nunca me fue fiel.

- Compréndela. Ten calma.
  Fueron sólo veinte hombres hasta ayer.
  Y piensa que en el fondo de su alma.
  Esa muchacha es una dulce mujer.

- No querría con Esther seguir viviendo.
  Ya no puedo perdonar a esa muchacha.
  Esa tarde, cuando ya se estaba yendo,
  Me persiguió por la casa con un hacha.

- Tolérala, es sólo una muchacha.
  Conviene que unos días no se vean.
  Las mejores parejas se pelean,
  Y casi todas se persiguen con un hacha.

- No querría con Esther seguir viviendo.
  Mis amigos nunca fueron de su agrado.
  Esa tarde, cuando ya se estaba yendo,
  Opinó que eran todos unos vagos.

- Olvídala, debes olvidarla.
  De esa bruja por fin te liberaste.
  Pero cuéntanos antes de olvidarla,
  qué fue lo peor, lo que no le perdonaste.

- Lo último que hizo fue tremendo.
  Eso sí que no puede perdonarse.
  Esa tarde, cuando ya se estaba yendo…
  Decidió quedarse.

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