lunes, 9 de mayo de 2011

EL PENSAMIENTO BUMERÁN






¡Ojalá te gastes en medicinas todo el dinero que ganes! –dijo con gesto desabrido y retador– Su corazón estaba lleno de odio. Sus escasas luces le impedían establecer una situación intermedia entre la ruptura total y un estatus de convivencia educada, que les permitiera compartir casa, cocina y gastos. Había sido educado de otra manera y no entendía las componendas. Para él sólo existían el blanco y el negro. No conocía tonos intermedios. En realidad la convivencia es complicada cuando se acaba el amor. Y en esa situación nadie entiende de medias tintas, convenios y componendas. Y menos él, que estaba acostumbrado a mandar en su casa como cabeza de familia.

Meses antes ella había decidido separarse legalmente. El abogado la había aconsejado un entendimiento y un común acuerdo, que evitaría gastos inútiles y tediosos procedimientos. Había poco en común en el terreno afectivo, pero menos en el plano económico. Un piso modesto, recientemente solventado, y una casa en un pueblo cercano a la ciudad donde vivían ambos. No llegaron a un acuerdo, y, ella, aconsejada por buenos amigos, decidió volver al domicilio familiar. Él estaba muy contaminado por el hijo mayor, escaso de luces como el padre y machista de pro. Ella se ganaba la vida honestamente aliviando los dolores musculares a los peregrinos que hacían El Camino. Hubo un tiempo en el que el marido se ganaba bien la vida en un oficio no exento de peligros físicos. En un momento determinado decidió vivir de su mujer y dejó de trabajar, pero viendo que no la podía sacar ni uno de los euros que ganaba con el sudor de su frente, volvió a su trabajo. Poco antes, lleno de odio y de rencor expelió la frase con la que comienza este relato.

Transcurrió un periodo de tensa calma durante el que ambos se dijeron más cosas de las que nadie está preparado para soportar. Pero existía entre ambos una sutil diferencia, ella soltaba exabruptos sin sentirlos verdaderamente. No le salían del corazón ni vibraban en su mondongo. Eran, eso, insultos dichos como mecanismo automático de defensa. Él, sin embargo, sentía en su corazón todas las frases con las que pretendía desangrarla y dejarla exhausta y enloquecida de dolor. En ese momento, si hubiera tenido valor la hubiera asesinado alevosamente, y después no hubiera sentido arrepentimiento alguno. “¡Ojalá te gastes en medicinas todo el dinero que ganes!” no era una frase normal, la había pronunciado sintiendo cada una de las palabras, sacándolas de lo más profundo de su ser y deseando que se cumplieran en cada uno de sus puntos.

Continuó subiéndose a los postes de electricidad para cumplir pulcramente con su trabajo. Aquel día se levantó con más odio que nunca dentro de su corazón. La subida al primer mástil de soporte fue normal, pero al final de su tarea sintió una especie de vahído pasajero que dejó de preocuparle en cuanto desapareció. El segundo poste le obligo a subir más arriba de lo previsto, y para andar más ligero prescindió del arnés que protege de cualquier accidente fortuito. Desde ocho metros de altura cayó como un fardo al suelo. Cuando despertó estaba inmóvil en una cama de hospital, escayolado de cintura para abajo, con una tracción en un brazo, un collarín, y una bigotera que le suministraba la cantidad de oxígeno imprescindible para su supervivencia. Le dolía el pecho al respirar. Notó un peso enorme en uno de sus costados que le impedía llenar del todo sus pulmones. Pero lo agradecía, porque cada vez que inspiraba sentía un dolor insoportable en su costado. En un instante revivió los momentos previos al accidente. Pensaba en ella con más odio que nunca y pronunció en voz alta su frase más estremecedora: ¡Ojalá se gaste en medicinas todo el dinero que gane! Fue su último recuerdo. Y en este momento surgió en su mente una idea que fue tomando cuerpo: ¡Me voy a gastar en medicinas todo el dinero que he ganado en mi vida. Y ruego a Dios que me perdone por el mal que he deseado, y que, evidentemente, se ha vuelto en mi contra!

¡Mucho cuidado con lo que pensamos, porque el pensamiento es creativo; tanto para nosotros como para los demás! Basta con que pensemos y deseemos desde el corazón para que, más bien pronto que tarde, se realicen nuestros pensamientos. Y mucho cuidado con lo que pedimos…, no vaya a ser que se nos conceda…

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