jueves, 10 de mayo de 2012

HIJOS


Mira tu camino
A los niños olvidados, perdidos
Dales la mano
Para llevarlos
A otro mañana

Siente en medio de la noche
La ola de esperanza
Ansia de vivir
Sendero de gloria

Alegrías infantiles,
Olvidadas, borradas demasiado pronto
Una luz dorada brilla eternamente
Al final del camino

Siente en medio de la noche
La ola de esperanza
Ansia de vivir
Sendero de gloria

Mira tu camino
A los niños olvidados, perdidos
Dales la mano
Para llevarlos
A otro mañana

Siente en medio de la noche
La ola de esperanza
Ansia de vivir
Sendero de gloria

Mi memoria es flaca y a veces no me ofrece lo que le pido a gritos. En ocasiones no recuerdo los episodios vividos con mis hijos, con los tres, en su niñez y en su adolescencia. Como si los estuviera viviendo acuden a mi mente, sin embargo, ciertos episodios deliciosos, como los baños de Daniel en el lavabo de Corazón de María, o las siestas de verano, Pablo y yo tumbados en la cama, yo boca arriba y él en mi pecho, boca abajo, sintiéndonos ambos los latidos de nuestro corazón. O los forcejeos con Álvaro para ver quién era capaz de meter una pelota en la portería del pasillo.
Son recuerdos imborrables que pertenecen al álbum de los momentos sublimes. Sin embargo creo que podía haber hecho más por ellos, que podía haber jugado más con ellos, que les podía haber enseñado más, que nos podíamos haber reído más y que podíamos haber llorado más. Yo nunca estoy satisfecho con lo que he hecho, y, ahora, sé que si tuviera otro hijo gozaría más de su niñez, hablaría más con él en su adolescencia y saldría más con él, a charlar de la vida y sus avatares, en su juventud.

Me buscaría ocasiones para reír, para aprender y para enseñar, también para reprender de una manera suave y ponderada, sin piedra ni palo, con lenidad y dulzura. Y si fueran niñas, las enseñaría a amar, a acariciar y a gozar de la compañía del hombre, también a enseñarle lo que quiere una mujer y cómo funciona su intelecto en las cosas de la vida y en las relaciones de pareja. También las aleccionaría sobre el aseo del cuerpo y del alma, y sobre lo que deben ofrece a los demás en materia de su mejor gesto, su mejor palabra, su mejor olor y lo mejor de sí misma para los demás.
Ahora que mi hija es mayor de edad, comprendo que los jóvenes son esponjas que absorben con una capacidad infinita, pero con una resistencia innata. Sin embargo, algo queda de todo lo bueno y de todo lo malo aprendido. Ahora oigo cosas que me gustan y que yo dije en su presencia hace mucho tiempo, y veo gestos y actitudes que yo la enseñé sin querer. También me quedaron cosas por hacer, frases que decir y caricias que regalar.

La infancia, la niñez, la adolescencia (Pubertad), la juventud y la adultez tienen, cada una, sus problemas, sus partes oscuras y sus claridades, y todas aportan, al que las contempla, toda una serie de sensaciones que, vividas intensamente, enriquecen al ser humano y le ayudan a comprender mejor los procesos que ellos toman como negativos, siendo, sin embargo etapas de crecimiento físico y espiritual. Es una gran responsabilidad la que asumen los padres desde el punto y hora en la que engendran a sus hijos, hasta que vuelan del nido para hacerse cargo de sus propias vidas. Perderse todos estos alicientes es no haberse merecido ninguna de sus etapas, ni siquiera haberlos tenido.

LU4E.


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