Hay ocasiones en las que prefiero ser absolutamente fiel al texto, sin opiniones, sin debates. No hay mejor manera de llegar a vosotros que reproducir el texto íntegro del artículo sin quitar ni añadir ni una sola tilde. El espíritu del mensaje está de acuerdo con mi manera de pensar. Es la verdad y es la ley.
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Ángela Volpini. Foto: Roser Vilallonga. |
Angela Volpini, que a los siete años vio a la Virgen
'¡Gozad
de las maravillas del mundo!', me dijo la Virgen"
Tengo 72 años. Nací en un pueblecito del norte
de Italia, y ahí vivo. Dirijo
el centro cultural Nova Caná. Estoy casada y tengo un hijo, Alex (37). Soy una católica crítica. Vi
a la Virgen y divulgo su mensaje: ¡Sé tú mismo, ama y goza de la vida!
Mística:
De
los 7 a los 16 años, Angela Volpini veía a la Virgen el día 4 de cada mes. Vivió
una experiencia extática, mística, un arrobo que le insufló la experiencia de
una conexión íntima e intensa con la vida, y la dotó de una presencia de ánimo
indestructible. No
se doblegó ante la jerarquía eclesiástica. Y algunos hablaron de que había
visto a una "Virgen Roja".
No
tuvo vocación religiosa, se casó, y su marido ("serás el segundo...
después del mundo", le advirtió) la respaldó para fundar el centro
cultural Nova Caná, que ayuda a gente desde su pueblo.
También
escribe libros: Una nova imatge de Déu i de l'ésser humà -con Teresa Forcades-
y Viatge a terra de Jesús (Abadia de Montserrat).
Entrevista:
Dice que vio a la Virgen.
Sí.
Llevo
65 años explicándolo... ¡y me encanta hacerlo! Es mi misión y mi alegría.
Pregúnteme lo que quiera, no tema.
En
el Bocco, un precioso lugar en los prados de montaña de mi pueblecito, Casanova
Staffora, en Lombardía.
¿Qué
hacía usted en la montaña?
Pastoreaba
unas vacas de mi familia. Mis padres eran modestos granjeros.
Era
el 4 de junio de 1947.
Siete
años.
Éramos
cinco amiguitos.
Estábamos
sentados en la hierba del prado, en corro. Recogíamos florecillas para hacer
ramilletes. Y entonces... sucedió.
Sentí
que alguien me abrazaba por detrás. Y que me alzaba entre sus brazos. Y sentí
que era un cuerpo de mujer esbelta y alta. Giré la cabeza para verla...
El
rostro de mujer más bello y dulce que jamás he visto. Me invadió una sensación
de gran dulzura, quedé arrobada...
Lo
que vieron fue que yo me elevaba y quedaba suspendida en el aire.
¿Está
diciéndome que usted levitó?
Sí.
Asustados, mis amiguitos tiraban de mis pies y de mi vestido para hacerme
bajar. Por mucho que estiraron, no pudieron bajarme. Y corrieron al pueblo a
buscar ayuda.
¿Y
qué hizo la gente del pueblo?
Mis
amigos decían: "¡Angela está muerta en el aire!" Nadie les hizo caso.
Y ellos volvieron al prado, a ver qué me pasaba.
¿Y
qué le pasaba?
Al
cabo de un rato de estar entre sus brazos y de comunicarme con ella, la señora
me dejó en el suelo. No hubo palabras... ¡pero me transmitió un mensaje
clarísimo, diáfano! Y he dedicado mi vida a repetirlo.
¿Puede
repetírmelo a mí, por favor?
¡Sí!
Estás llamado a ser feliz en esta tierra. Eres único y singular. Sé fiel a ti
mismo. Eres bueno en esencia. Tienes la facultad de amar, y puedes elegir amar.
Acogerlo
todo, abrirte a todo, abrazarlo todo..., y darte. ¡Y toma siempre tus propias
decisiones, sin obedecer a nadie!
No
me dijo nada del Papa.
Nada
me dijo.
No
me dijo nada de eso.
Que
todas las maravillas de esta tierra han sido creadas para ti: gózalas en cuerpo
y alma.
Eres
la máxima fantasía de Dios, encarnas la creación divina y la despliegas.
¡De
eso se trata! He dedicado mi vida a difundir este mensaje, que es el de Jesús.
Se lo conté a mi madre en cuanto llegué a casa.
Me
llevó al médico.
¿Qué
dijo el médico?
Me
llevó al psiquiatra. Que me apartó de otros niños para no contagiarlos.
Concluyó que era una niña normal... y llamó al obispo.
¿Y
qué hizo el obispo?
Me
interrogó durante cuarenta horas. Yo tenía siete años y medio, y ya había visto
a la Virgen alguna vez más...
El
día 4 de cada mes: volvía al mismo sitio, entraba en éxtasis, la veía, me
transmitía mensajes.
La
gente me seguía, cada vez más gente, que presenciaba mis trances.
No
le hacía gracia. Quiso pilotar la situación: "Si quieres que te crea,
obedéceme".
Yo
lo miré y le dije: "Tú no me crees. Yo no te obedezco".
No,
sólo describí la verdad, lo que había: "Tú no me crees. Yo no te
obedezco". Y no obedecí ni a él ni a nadie.
Me
tuvieron 40 días encerrada, sometida a un proceso eclesiástico, con teólogos,
psiquiatras...
Un
día me acompañaron al Bocco y me vieron en éxtasis... y se conmovieron.
¿Cuál
fue el veredicto final?
"La
niña está sana y no miente, pero no podemos evaluar su experiencia".
¿Cómo
la evalúa usted?
No
he vuelto a sentir tanta felicidad como la que sentí en aquellos éxtasis viendo
a la Virgen: ¡era la Humanidad Realizada!
Me
sentí tan huérfana cuando se despidió de mí...
¡Muchas
veces! A lo que siempre he respondido: ¡bendita enfermedad!
De
haber ayudado a gente a reconocer su valor, su singularidad.
Y
a muchos moribundos: a todos les invade la paz y eligen amar, entienden la
vida, instantes antes de morir.
Lástima
que sea tan tarde...
Sí...
Si amamos, ¡vivimos para siempre!
Antes
de morir, aquel obispo que me interrogó vino a verme y se sinceró conmigo:
"Al terminar de preguntarte, ¡reconocí en ti la libertad!"
Y
añadió: "Y entendí que yo sólo tenía autoridad sobre los cobardes".
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