lunes, 26 de diciembre de 2016

NO JUZGAR, NO COMPARAR Y TENER PACIENCIA PARA ESPERAR EL VENTUROSO DÍA EN EL QUE COMPRENDAMOS EL SENTIDO DE LA VIDA.



Soy crítico hasta la náusea.  Lo juzgo todo muy severamente y cuando lo hago no me encuentro satisfecho y me propongo no hacerlo nunca más. Pero es una adicción, un vicio que no puedo apartar de mí. En mi familia había gente muy crítica en el plano artístico y en el plano económico. Ellos sabían qué había que hacer para triunfar en la vida y, a fe mía que lo hacían sobradamente bien. Uno de ellos –bailarín clásico y flamenco– creó de la nada un ballet con el que actuó en varios teatros de Madrid con mucho éxito, y mantuvo un espacio televisivo, allá por los años 50, durante más de un año. Otro llegó a tener 8 cafeterías en propiedad en los mejores barrios de Madrid y surtía de material de hostelería a las demás. Ambos eran triunfadores y sobradamente conocidos en sus medios. Ambos tenían una alta autoestima y los dos criticaban, muchas veces con razón, referente a lo que entendían de sobra. Ambos tenían criterio y lo expresaban. Pero, que yo sepa, sólo consiguieron cambiar las cosas en su ambiente y para ellos mismos. Imponían su criterio en lo suyo y les iba bien; el resto se la zumbaba.

Yo aprendí de ellos mucho: el gusto estético por las cosas, el bien hablar, el bien actuar y el bien pensar. Tengo a gala haber ayudado a mucha gente,  haber tenido tres hijos maravillosos, haber escrito 12 libros que algún día publicaré con éxito, haberme casado tres veces –la última con una maravillosa mujer a la que saco 37 años–, y haber llegado a los 75 años sin tomar ningún medicamento y sin anestesia. Algo tendré que decir a la gente; algo que les sirva para encauzar sus penosas existencias, sus frustraciones, sus deseos insatisfechos, sus dolores del cuerpo, sus enfermedades del alma. Pero criticar; criticar no me lleva a ninguna parte. Dejar que la gente piense, diga o haga lo que le dé la gana, es una de mis máximas de vida, que va en contra de la crítica y del juicio. Nunca he conseguido nada criticando; solamente dolores de cabeza y molestias mentales. No me creo el más sabio de los mortales, pero algo sí sé: Cada cual debe hacer su santa voluntad contra viento y marea. Cada ser humano debe vivir su propia vida sin injerencias, mandatos ni obligaciones. Cada ser humano debe limitarse a vivir su propia vida y no interferir en las vidas de los demás.
No juzgar, no comparar y tener paciencia para esperar el venturoso día en el que comprendamos el sentido de la vida.


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