lunes, 26 de octubre de 2009

¡AL FUTBOL!


¡AL FUTBOL!

26.10.09


Recuerdo, como en una nebulosa, las voces de los chóferes: “¡Al futbol, al futbol. Vamos, que nos vamos. Que todavía quedan asientos…!” No tenían autorización como transporte público, pero cumplían una función importante, a falta de otro tipo de vehículos, que tuvieran la capacidad de absorber tantos miles de personas que iban al Bernabéu o al Metropolitano. Se cogían en Sol y allí se congregaban cientos de aficionados que pretendían llegar al partido rápida y cómodamente. ¡Tú verás!, la gente no tenía coche. Había pocos todavía que hubieran tenido el dinero suficiente para comprarse un seiscientos. Los demás, en metro –que sólo llegaba hasta Cuatro Caminos o a los Nuevos Ministerios-, el resto a pata. Les venía muy bien el transporte improvisado de los domingos. No se ponían la camiseta de su equipo, ni había bufandas con los colores y el escudo, pero ardían de energía y de ganas. Había unos jugones que ¡válgame Dios!. Casi todos eran de la cantera. ¡A ver, en aquellos tiempos…! Que yo me acuerde, Bembarek, Diestéfano, Puskas, Rial. Y cuatro más a los que por cuestiones políticas o financieras les venía bien jugar en España. Eran unos jugones y se dejaban la piel en el campo.

Pero, esto había empezado en el colegio. El deporte rey era el futbol. Los materiales eran baratos, en cualquier momento se podía improvisar una pelota con unos periódicos y una cuerda, y no había límite en el número de jugadores de cada bando. En los recreos podíamos jugar cincuenta contra cincuenta y, curiosamente todo el mundo sabía –quizá por la actitud- quienes eran los suyos y los contrarios. Había cada jugón que te cagas. Luego, los amiguetes, nos citábamos en la hondonada de la Ciudad Universitaria y jugábamos sin límite de tiempo. Ni sobre cargas, ni cansancio, ni puñetas. Teníamos fuelle para jugar todos los días, y los sábados y domingos por la mañana y por la tarde. Acababas roto, pero te podía la afición. Cuando llegabas a casa contabas las incidencias de los partidos. Como hubieras metido un gol, lo estabas contando y festejando toda la semana. ¡Había cada jugón! ¡Madre mía! El caso es que todos sabíamos dónde se nos daba mejor, y allí jugábamos. Y lo que es más, todos sabíamos lo que cada uno podía dar de sí y qué había que hacer para jugar. Nuestras reglas eran: todos para adelante, todos para atrás; pasar hacia adelante, nunca hacia atrás, lo más en paralelo. Hacer juego oblicuo y jugar por las bandas. Luego, el que más chiflara, capador. ¿Entrenador? Pero para qué, si ya sabíamos todos lo que teníamos que hacer. ¿Entrenamientos físicos? Poco, casi nada. Entre los quince y los veinticinco no necesitabas estar en forma, ya lo estabas. Y eso que estábamos mal alimentados. Si llega a venir un listo a decirnos cómo se jugaba al futbol, hubiéramos hecho unas risas. Pues con cojones, dejándote la piel por tus colores y como un fuelle. ¡Pero si el futbol no tiene secretos! ¡Bobadas que da el dinero! Se hacen la picha un lío en cuanto tienen que justificar la pasta.

Un portero, tres defensas, dos medios, dos extremos (derecho e izquierdo), dos interiores (derecho e izquierdo) y un delantero centro. Y se acabó. ¡Tanta leche con el 4-2-4, el 4-4-2…! ¡Pero si todo está inventado! Si no son más que once jugadores intentando sortear a los contrarios para meter la pelota en su portería. Y para eso hay que tener un físico adecuado, un régimen de vida adecuado, un entrenamiento que adapte los músculos al trabajo que se les va a exigir, y que dote al futbolista del suficiente fuelle como para aguantar 45 minutos de cada tiempo. El entrenador, como Miguel Muñoz –de grato recuerdo, tanto como futbolista, como entrenador- les decía a sus jugadores antes de salir al campo –me consta- :”Bueno, ya sabéis todos lo que tenéis que hacer. Y como sois todos muy buenos, ganaréis el partido”.

¿Adaptación? ¡Vamos, vamos; a otro perro con ese hueso! ¡Que yo he jugado cientos de veces con gente que no conocía, y si jugaba bien no tenía que adaptarse! ¡Adaptarse, adaptarse!. Y los equipos estaban formados por once jugadores titulares y otros tantos reservas, con menos calidad, que podían reemplazar al titular en caso de lesión. Y todos éramos conscientes que quién era el mejor y de quién merecía juga de titular. ¿Rotaciones? Error manifiesto. Mirad a Cristiano. Con rotaciones y lesionado. Nosotros jugábamos siempre los mismos y acabábamos sabiendo, por intuición, dónde estaba Mariano o Quique. Y era muy extraño que nos lesionáramos. El origen de las lesiones está en el mal acondicionamiento físico, o en el demasiado trabajo muscular, que acaba sobrecargando las fibras y, al final, se parten. Nosotros siempre hemos creído que es preferible un músculo elástico, que uno duro y trabajado. Así que, un trabajo de elasticidad era lo que nos mantenía en forma. ¿Tácticas? Quizá para lo único que sirve un entrenador es para conocer de antemano al enemigo, para saber cómo neutralizar a los elementos desestabilizantes. Y luego, como perros de presa, no dejar ni un momento al contrario que tienes que marcar. Eso es futbol: Unas veces precioso –cuando te lo permite el contrario-. Otras veces trabado. Otras veces aburrido. Y aquí lo que cuentan son los resultados con el juego limpio, pero total.

En la mili –los chavales ya no saben ni lo que es “la mili”, pobres desgraciados, lo que se han perdido- me acuerdo que, al principio, el mosquetón te pesaba como un muerto y no sabías qué hacer con él. Se te enredaba, te dabas con él en la cabeza, se te caía… un desastre. Al cabo del tiempo lo utilizabas como si fuera un pluma. ¿Por qué? Porque te habías hecho uno con tu arma; te habías fundido con ella; formaba parte de ti. A mí me hacen mucha gracia los entrenamientos sin balón. Es como las maniobras sin armamento. ¿Pero a dónde vas sin mosquetón? ¿Pero a dónde vas sin balón, muchacho? Nosotros éramos jugones porque nos identificábamos con la pelota, íbamos con ella jugando por la calle, nos la pasábamos sorteando a la gente, la teníamos en cada momento entre las piernas, dormíamos con ella. Las “pachangas” están bien, pero más. Los entrenamientos tenían que ser una pachanga constante. Constantemente con el balón, hasta haciendo carrera; pasarse el balón de delante atrás corriendo constantemente.

¡Tanta táctica y tanta leche! Muchos de los jugadores de hoy en día son producto del marketing. Se hacen en los despachos, y suponen cuantiosos beneficios para presidentes, entrenadores y representantes. Y el que sale jugón, da juego, pero jugones hay uno por equipo, dos lo más, pero de los once tenían que ser jugones los once, dado el sueldazo que se meten. Y ni sobrecargas, ni rotaciones, ni leches: Todos para adelante, a atacar; y todos para atrás, a defender.

Se me olvidaba. La mayoría de los goles se meten porque los contrarios nos ganan la espalda. Esto quiere decir que los jugadores no saben correr hacia atrás, dando la cara al contrario en vez de correr a su lado y en el mismo sentido. ¡Hay que correr hacia atrás! Viendo constantemente al contrario. Controlando, hombre ¡Controlando!. ¡Todo lo demás .¡Pamplinas!. ¡Estaría bueno que un tenista se pusiera de espaldas al contrario! ¿Pero, qué haces, canuto? –le preguntaría la gente, aunque fueran inexpertos- ¿Pero qué haces, criatura? Que no le puedes perder la cara al contrario, excepto cuando atacas, hombre de Dios.

Otro cantar es el tratamiento psicológico del vestuario. Si yo tuviera la pasta que atesoran estos angelitos, con borceguíes de diseño y con propaganda de una casa comercial, que les proporciona pingües beneficios, además de las barbaridades que cobran por las fichas y como sueldo mensual, pensaría dos veces, cada cinco minutos, en tocarme la mandorla a dos manos en vez de molestarme en jugar como sé, que es muy cansado: se suda mucho y la gente te chilla. Y, total, como tengo una ficha hasta el 12 ó el 13, haga o no haga, me van a tener que pagar. Y con lo que tengo puedo tirar yo hasta que me muera, mis hijos y mis nietos si se administran un poco. Así no hay manera de tener un equipo de futbol. Nuestro equipo de barrio estaba formado por catorce amigos, que nos queríamos, que nos apoyábamos y que nos íbamos de juerga juntos. ¡Menudos cachondeos montábamos! Todos nos entendíamos, dentro y fuera del campo. Ninguno teníamos envidia de nadie. No había motivos. Y lo bordábamos. No teníamos nada que perder, sino la honrilla y teníamos mucho que ganar en autoestima y autocomplacencia. ¡No fardaba nada ganar un partido! Ahora, estos angelitos patudos, con cuatro o cinco automóviles de alta gama y un casoplón de varios millones, de euros naturalmente, están el día entero enfocándose en lo que no tienen, y siempre piensan en más y más ¡Para lo que cuesta! Alguno de estos Arcángeles puede que sean amigos, pero debe haber unas envidias y unas rencillas con tanta pasta que alucinas. Y, claro, yo no le doy un pase de gol al hijo puta de fulano ni por asomo ¡Anda que le follen!

Los contratos deberían de ser anuales, y el que no rinda, a la puta calle. Y ni vestuario ni leches. Aquí el que no juega bien, el año que viene no come. Y cada jugador con una cartilla con las incidencias del año anterior. Para que pueda ser revisada por el próximo interesado en su fichaje.

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