martes, 4 de mayo de 2010

EL TÍO DE LOS LIBRILLOS




Nunca tuvo más sentido la frase latina perlas ante porcos, que en esta época que nos ha tocado vivir, en la que cada cual va a sus quehaceres y nadie se ocupa más que de su propio ombligo.

Miguel Luján, apretó el botón de su móvil que daba por finalizada la conversación. Otra vez se frustraban sus proyectos. Era el hacedor de los planes más inútiles del mundo. Pero no porque no fueran buenos y susceptibles de venderse a cualquiera, sino porque sus colaboradores, en un estadio avanzado de la movida, se echaban atrás o tenían otras cosas ‘más importantes’ de qué ocuparse. Naturalmente, Miguel Luján, no cejaba en su empeño de ofrecer al público algo digno y útil. Se levantaba todos los días haciendo trabajar al coco, e inventando actuaciones que pudieran servir para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. Y, como lo suyo era la comunicación –así lo pactó antes de aterrizar en este planeta-, se dedicaba a escribir compulsivamente, a hacer fotografías o películas de video en formato ‘mini’, para mostrarlas luego al mundo, en prueba de las maravillas que pueden penetrar por los sentidos.





Cuando pensó en pasar a formato digital, toda una ingente cantidad de recetas de cocina que había coleccionado, aquí y allá, a lo largo de los años, nunca se hizo a la idea de que podían acabar convenientemente coleccionadas en un libro, por orden alfabético, e intercaladas entre los términos de un glosario de vocablos de cocina. Sólo sintió el impulso de hacer algo que le mantuviera ocupada la mente por algún tiempo, que se fue alargando, hasta más allá del tope que mentalmente había asignado a su tarea. El volumen, de 399 páginas, cuidadosamente diseñada su portada y escrupulosamente encuadernado, se mostró el primer día de su feliz llegada al mundo llenándole de emoción. Tuvo que hacer esfuerzos y mirar para otro lado para disimular las lágrimas que le brotaron ¡Qué cosa! ¡Quién le iba a decir que un libro pudiera producir tal emoción en su autor! Como un hijo, que eso es lo que son las creaciones de cada cual: hijos que nacen y él los ofrece al mundo.

Mientras degustaba el dulce sabor de la obra Glosario de Términos Culinarios,editada y aceptada, tenía en proyecto su libro recopilatorio de todas sus experiencias, vividas a lo largo de 40 años. En él, reflejaba sus inquietudes y desvelos en materia espiritual, y lo que había hecho para mejorar su vida mental y física. Una vez concluido, lo llamó La serpiente de fuego, nombre de una ceremonia chamánica que vivió con intensidad, y que describía puntualmente en el libro. No le gustó excesivamente el diseño de portada, pero no se atrevió a ‘poner el mingo’ y permitió que saliera con el traje que el diseñador gráfico le había querido poner. La labor, hasta su puesta en librerías, fue ímproba y pensó que, tal vez algún día, recibiría alguna compensación económica, ya que la moral estaba garantizada; era lo que él había querido, y la había plasmado en realidad viva.




Ambos libros los repartió con generosidad, en parte por vanidad, en parte por bondad mal entendida, en parte para repartir sus experiencias, aquellas que le habían servido para equilibrar algunos momentos de su vida bastante llenos de perturbación.

En su afán de mejorarlo todo y ordenarlo todo, hasta la melindrosidad, pasó del español-gitano, al gitano-español, un opúsculo, escrito a máquina, con algunas muy breves referencias, que le regaló un colega y amigo. No en vano convivían a diario con muchas gentes de la etnia gitana por su profesión. Le pareció escaso su contenido y empezó a ampliarlo escudriñando en algunas fuentes de información y añadiendo vocablos, historia del idioma y algunas circunstancias. Así nació, sano, aunque un poco canijo, el tercer libro debido a su dedicación, Español - Germanesco. Germanesco -Español.

Un buen día, obsequió a cierta encargada de un departamento de enseñanza con su libro señero; con ‘el libro de autoayuda’; con el mejor, con La serpiente fuego. Poco tiempo después, la regaló el diccionario de caló. Esta segunda vez, al recibirlo, lo examinó muy por encima y le preguntó de sopetón: ¿Pero tú, que eres, el tío de los librillos?



…Otra dentro de un pastel enterró su golosina. Así, si bien se examina, los humanos corazones, perecen en las prisiones del vicio que los domina.

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