miércoles, 26 de mayo de 2010

ESPERO UN MILAGRO O UNA SEÑAL DEL CIELO





Parece que aceptamos mucho mejor los consejos de un rico en materia económica, de un cocinero en materia culinaria, y de un viejo en materia de experiencia. Plasmo en esta entrega todas mis sombras, para que no os quejéis de la vida y de vuestras circunstancias. Para que deis gracias todos los días por lo que tenéis y por lo que no tenéis.

Un pequeño popurrí de entrada, para ir abriendo boca, y luego entraremos en la ‘farsa’ que rellena el drama.

Llegué a Palencia con buenos auspicios, y bendecido por mi jefe y por mi familia. Como no había ningún otorrino en la antigua Residencia Lorenzo Ramírez, me chupé todas las guardias durante dos años. Dormí en una habitación de la segunda planta y comí con los médicos de guardia, con las enfermeras internas y con el cura. Salieron las oposiciones para cubrir la plaza de Jefe de Servicio, que estaba ocupando yo con carácter interino, y se la dieron a otro que llegó con ínfulas de general con mando en plaza, mal encarado, mal educado y mal oliente. Como colofón, y para no haceros largo el inicio del relato, un buen día se le ocurrió la feliz idea, muy en consonancia con su calaña, de cambiarme el diagnóstico y el tratamiento, delante del paciente que yo acababa de ver. Le mandé a tomar por culo, me segregué voluntariamente del servicio y me fui al ambulatorio para ver 50 pacientes al día y operar, a los oportunos, en horas de quirófano en el Hospital ‘San Telmo’.




Gané por oposición la plaza de Jefe de Servicio del susodicho Hospital ‘San Telmo’, dependiente de la Diputación. Me incompatibilizaron y me quedé sin enfermos. Solamente veía a los funcionarios de la Diputación, a los gitanos, a los internos de la cárcel provincial, y poco más, gracias a una nefasta gestión de los diputados que por entonces regían los destinos de todos los profesionales que trabajábamos en la sanidad provincia. Poco después perdí a un hijo en un accidente de tráfico, me desahuciaron de la vivienda donde, al mismo tiempo, pasaba consulta desde hacía 15 años, mediando algunos enjuagues oscuros por parte de los abogados que llevaban mi caso, que nunca llegué a entender. Me separé de mi primera mujer. El juez me condenó a pasarla una pensión mensual compensatoria muy próxima a los dos mil euros…
Espero pacientemente, que los acontecimientos me enseñen el camino. Mi panorama humano no puede ser más desalentador. Pero, por el contrario, mi faceta divina está empezando a entrar en una fase apasionante. Me encuentro inerme ante una situación que, posiblemente, yo me haya creado, consensuando los acontecimientos hace mucho tiempo. Espero, insisto, que me haya dejado un resquicio que equilibre la balanza de alguna forma. Simplemente para que yo consiga la paz de espíritu que ahora me falta.





Nunca pensé, ni por lo más remoto, que, yo, médico especialista, bien formado, amable y contemporizador, con una consulta agradable y aromática, tuviera problemas económicos. Creía que siempre iba a tener la capacidad de generar el suficiente dinero para subvenir a mis necesidades y las de mi familia. Por tanto, nunca pensé en guardar. El dinero que entraba, salía al poco tiempo, pero nada se quedaba en la bolsa. Nunca pensé en el futuro, posiblemente aleccionado por mis maestros que me insistían siempre en vivir el momento puro y duro, sin reparar en el pasado y sin crear el futuro. Sin embargo, los acontecimientos se fueron concatenando para quitarme la tranquilidad, la paz y el sueño. Hace doce años, la situación familiar llegó a la cima de su deterioro, culminando en una ruptura total, antecedida de una firma de un documento en el que me comprometía a pasar a mi primera esposa, una cantidad superior a la que yo podía asumir. Firmé mi sentencia por querer acelerar los trámites de mi salida de aquella casa, que sólo me proporcionaba disgustos sin cuento.

Aquello fue el principio, luego, el juez determinó una cantidad desorbitada, que me tuvo anclado al ecúleo de mi mala cabeza en el primer trámite de mi divorcio. Los pródromos de lo que estaba por venir, en materia de desastres, fue un expolio de cuatro millones de pesetas, en negro, que el abogado de la parte contraria me exigió, como condición sine qua non para firmar la venta del piso familiar. Mi leguleyo, no tuvo cojones para oponerse y yo caí en el primer garlito.






Poco después, mi ex mujer me pidió un aval bancario para alquilar un piso en Madrid. Aproximadamente al año, dejó aquel alquiler, sin ninguna deuda contraída, lo que me exoneraba de mi aval. Sin embargo el banco Zaragozano, en castigo por subrogar la hipoteca de mi piso, ejecutó el aval y todavía colea una deuda de las cantidades mensuales que ellos dicen que tengo que seguir pagando indefinidamente. La subrogación de la hipoteca se debió a un cambio de las condiciones de la misma, justo el día que teníamos que firmar la compra de mi actual vivienda. Podía haber aplazado el acto, podría haber dado plantón a notario, vendedora, etc, pero no lo hice. A los dos meses, como es natural, cambié la hipoteca de banco, y en ‘premio’ ejecutaron el aval. Esta es la segunda que le debo a mi mala planificación.

Iba viviendo, a pesar de pasar a mi ex esposa una cantidad muy superior a lo normal, rondando a los 2000 euros al mes, con las oportunas subidas en razón del aumento anual del IPC. Se comprende que por mucho que yo ganara, ella se llevaba más del setenta por ciento.

La ley establece que los médicos, en razón de su utilidad social, puedan estar trabajando hasta los 70 años. Y a pesar de que El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, yo pensé, pobre mortal, que la empresa debía velar por la vida laboral de sus trabajadores. De esta manera, y como no se jubilan cientos de personas al año; ni siquiera al mes, y mucho menos al día, lo normal es que comunicaran al currante la proximidad de su jubilación y la posibilidad de pedir la continuidad en el servicio hasta los setenta años. No fue así, y veinte días después de mi petición, recibí un papel denegándola porque no se adaptaba a la norma. Había entregado los papales seis días después del plazo máximo de recepción. En ese momento se me cayó el cielo encima de la cabeza como a los guerreros galos. No podía ser que después de treinta años de trabajo impecable, me despidieran de esa forma tan sibilina. Además, de un plumazo, dejaba de percibir la mitad del sueldo, que me era imprescindible para seguir viviendo y pagando la cantidad exigida por ley a mi ex mujer. Recurrí con la ayuda de un abogado de gran prestigio. El juez le dijo que sabía positivamente que teníamos razón; que era kafkiano que por esa norma me separaran del servicio. Lo único que quería era seguir trabajando ¡Dios mío! No pedía dinero, ni prebendas, ni exenciones de responsabilidad, sólo seguir trabajando. Pero concluyó en su sentencia que: ‘Aunque teníamos razón en lo sustancial, él no tenía apoyatura jurídica en lo particular’. Nos recomendó que recurriéramos a instancias superiores, pero el coste del procedimiento me echó para atrás.

Me vi abocado a tener que dejar la consulta, no en vano estaba pagando cerca de mil euros de alquiler. Las compañías no daban para tanto, y con la merma del 50% de mi suelo oficial, no podía mantenerla abierta. Pedí modificación de medidas para bajar la cantidad de la asignación mensual a la ‘antigua’, y, aunque se demostró, en dos ocasiones sucesivas, que las declaraciones de hacienda presentadas, aclaraban que percibía la mitad que en las anteriores, el mismo juez que había fallado en mi contra en el afaire anterior ¡Qué casualidad!, adujo que yo tenía mucho prestigio y, al jubilarme, mucho más tiempo para trabajar. De esa manera creía conveniente no rebajarme ni un euro de la cantidad mensual a pagar.






Esta nueva vuelta de tuerca me dejó sin aire físico para respirar. No sabía qué hacer, ni cómo hacerlo. Pero los caminos del Señor son inescrutables y, de la noche a la mañana, mi segunda esposa percibió un dinero, correspondiente a un reparto de su padre, suficiente para invertir en un piso, que nos liberaba del pago mensual de mil euros, y nos proporcionaba un poco de aire fresco para seguir respirando. Mi estado de ánimo es muy similar al condenado de por vida; al privado de libertad. Porque estoy obligado a trabajar, todos los días del año, sin posibilidad de vacaciones, porque si no trabajo, no cobro, y si no cobro no puedo pagar la asignación mensual, y si no pago la asignación mensual, el Sr. Juez me mete en la cárcel.

Pero los acontecimientos son inciertos, y cuando uno cree que ya no puede pasar nada más, va y pasa. Recibo una carta de la compañía de seguros que me proporciona el 70% de los pacientes que veo en mi consulta, y por tanto me mantiene con el agua al cuello, pero a flote, comunicándome su intención de prescindir de mis servicios. Ni un motivo, ni una razón, nada. Solamente que después de 25 años de trabajo excelente para la compañía, me dan la patada de charlot. Por más que moví el asunto, no pude hacer absolutamente nada para hacerles entrar en razón.

Es evidente que, desde alguna instancia del más allá, me están diciendo que pare, que deje de pasar consulta, que estoy destinado para otros fines. O al menos eso es lo que yo creo. Ahora sí que sí. Ahora sí que tengo que dejar de trabajar, porque, ante la alternativa de pedir otra modificación de medidas, y que el juez vuelva a condenarme al mismo pago, con otra salida de pata de banco, y ante la premura de mi situación, me veo obligado a dejar las compañías y quedarme exclusivamente con la pensión de la seguridad social. Creo que aduciendo esto, se creará un procedimiento de urgencia que me permita pagar menos de la mitad a mi ‘ex’, aunque nosotros nos quedemos también a verlas venir.

Hace más de dos años que estoy cosechando deudas mensuales en el banco, que enjuga mi segunda esposa, con el dinero de la herencia de su padre.
Me levanto todas las mañanas con un proyecto nuevo para sacar un poco la cabeza. Hasta ahora ninguno ha funcionado. Pero doy gracias a Dios por lo que tengo, y por lo que no tengo. Espero un milagro o una señal del cielo. De momento me mantengo con mi meditación, mi Chi Kun, mi Tai Chi y mi ‘vivir el momento’.

Aparte de todo este melodrama ¿Qué he aprendido de todas estas especiales circunstancias que me ha tocado vivir?

He llegado a la absoluta certeza de que:

1º. Nadie tiene la culpa de nada de lo que me ha pasado. Es inútil buscar culpables. No existe la culpa. Simplemente todos los papeles que han representado los actores que yo elegí para llevar a cabo mi representación, han sido impecables. Todos ellos, desde el primero hasta el último, han sido magníficos figurantes en el folletín que yo compuse. Se podía pensar que han sido mis comparsas, que los he manipulado desde hace mucho tiempo para que llegaran a recitar sus papeles como maestros consumados en el arte de Talía y Melpómene, y en cierto modo, sí, todos manipulamos a los demás para llegar a nuestra meta, y luego nos quejamos.







2º. Doy gracias a Dios por lo que ha pasado, porque podía haber sido mucho peor. En realidad mis pretensiones se han llevado a cabo siendo fieles, en todo momento, a mis requerimientos.

3º. Mis intentos diarios para controlar las situaciones me han hecho perder la calma, la presencia de ánimo y el tiempo. En realidad, si hubiera sabido en su momento las causas íntimas de las cosas, hubiera sido más feliz. Si hubiera tenido la certeza, como ahora, de que no podemos controlar nada, no tendría tantas cicatrices.

4º. Lo importante no es la meta, que queramos o no vamos a alcanzar, lo importante es el camino (¿Os suena?). Lo importante no es el camino, es cómo hacemos el camino. Si de todas maneras vamos a alcanzar la meta, hagamos bien el camino, alegres, confiados, sueltos, gozando, gustándonos, recreándonos en la suerte.






5º. Lo importante en esta vida es el amor que podamos dar a la gente que nos rodea. El inmenso amor que atesoramos y que tenemos que hacer circular, porque si no, se va a pudrir y se convertirá en inútil. Y bien es sabido que lo importante no es lo que tienes, sino lo que haces con lo que tienes. Este concepto parece muy sobado. Todos los comunicados hablan de dar amor de una manera meliflua y chocante; posiblemente irrelevante. Pero, para dar amor, primero hay que tenerlo; y para tenerlo hay que hacerse conscientes de que lo tenemos. Y esto no es fácil. Hay que intentarlo.

6º. En Rebirthing hay una técnica que se llama ‘dejar partir’. Consiste en soltar una situación que estás visualizando, sea buena o mala, centrándote en la próxima e inmediata respiración consciente. Es otra cosa que tengo en mi corazón en el momento actual: Hay que ‘dejar partir’, todo: situaciones, amores, dinero, fama, prestigio, odios, rencores. Para quedarte sólo con el amor, que es imprescindible que demos a manos llenas. Y no os preocupéis, el amor es lo único que se multiplica exponencialmente cuando lo das. Todo lo demás, se reparte, el amor se comparte, y, a medida que lo haces, curiosamente crece en ti, te llena y te hace estallar un mundo de estrellas en tu corazón.





7º. Lo último que he podido sacar en limpio de todo esto, es que es fácil creer en lo palpable, en lo que vemos. Pero tener verdadera fe; aquella fe del evangelio; esa que te impulsa a creer en lo que no ves, es lo realmente complicado. Y para esto hay que derrochar grandes dosis de confianza y optimismo.

Amor magister est óptimus. “El amor es el mejor maestro”

1 comentario:

  1. Caray Enrique, conociendo tu caso y otros de similar calado, o diferente, pero igual de devastador en la propia vida, en la propia alma, me pregunto; ¿como demonios se sale adelante y no quedarse en el intento? como mirar los años de vida que en buena lógica te quedan por vivir, y no verlo como una condena. Yo no se si hubiera superado lo de la muerte de mi hijo, es de cir, el primer episodio de desgracias de tu vida.
    Mi enhorabuena, y mi admiración.
    Manuel.

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