lunes, 9 de agosto de 2010

PAVOR A LA SOLEDAD





- No puedo estar solo –me dijo-, tengo un miedo cerval a la soledad; parece que me voy a ahogar en ella.

- ¿Verdaderamente crees que te ahogarías si permanecieras sólo?

- Pues, no lo sé. Nunca he estado solo por más de veinticuatro horas, y ya añoraba tan profundamente a mi pareja, que parecía que me faltaba algo de mí mismo; que me habían arrancado el hígado o el bazo o el páncreas.

- Pero, sabes que eso no era cierto ¿Quieres confundirme? Nadie se muere de soledad; solamente languidece. Y a quien le pasa esto, es porque actúa en él el nivel de lo aprendido, y rememora aquellas historias de Juana la loca que murió de amor, y todas aquellas mentiras históricas. En realidad la gente no muere de amor. Mueren de despecho, de desprecio, de ridículo, de vergüenza o de pánico. Si la gente muriese de amor, sería que verdaderamente saben lo que es amar, pero ese sentimiento está, todavía, fuera del alcance de la mayoría de la humanidad.

- Bueno, pues fuera lo que fuere, a mí me faltaba algo muy importante en mi vida, sin lo que no parecía que la cosa fuera a irme muy bien.

- Te creo. Ese sentimiento lo he tenido yo, pero no es amor precisamente, es miedo ante la situación; miedo a lo desconocido; a qué va a pasar ahora si me quedo solo. Miedo, miedo, que, a veces se transforma en pánico a vivir en unas circunstancias diferentes a las que estamos acostumbrados a soportar.

- ¿Y qué hago? Tú eres el terapeuta. Va, dime ¿qué hago para salir de ese miedo y que me importe un bledo quedarme solo?

- Te lo he dicho, por lo menos, en tres ocasiones anteriores: Amar incondicionalmente.

- ¡Siempre estás con lo mismo! Cosas inaprensibles para mi mente restringida y anclada en las viejas costumbres del pasado. Sabes que no he llegado a la comprensión de la verdadera naturaleza del amor incondicional.

- Pues, te diría que eso no se aprende, se siente. Es una cosa parecida a la fe. Se tiene cuando te la regalan desde arriba, mientras tanto hay que remar en la dirección que, en cada situación, nos parece correcta. Pero me obligas a que te diga lo que es el amor incondicional.








La única forma de amor que existe en el mundo es el amor incondicional. El resto no corresponde con la palabra, se debate entre apego, costumbre, conveniencia, comercio en la relación, cariño, estima, admiración…

En toda relación existe un componente de acomodación en el cojín de plumas, y una tediosa rutina para que no languidezca y ambos no se den cuenta de la situación. Hay que buscarse subterfugios para no cortar por lo sano. Hay amistades que perduran toda la vida, sin embargo hay amigos que, en un momento determinado, casi sin discutir, se dan cuenta de que la relación se ha disuelto como un sobre de litines en agua. Y por mucho que le quieras dar vueltas, se acabó y se acabó. No queda rencor, no queda odio, no queda resentimiento, simplemente ya no hay necesidad, pasión o conveniencia, incluso ya no es divertido. Pero cuando te ves en la calle, te alegras, te abrazas y quedáis en tomar unas copas cualquier día…Se acabó la amistad, se acabó el “amor”.







Cuando sientes verdadero amor por una persona, estás deseando que sea feliz y contribuir en esa felicidad. Y hay veces que para que una persona sea feliz se tiene que sentir libre. Entonces, tu mayor contribución a su felicidad es dejarla que vuele sin sentir dolor, ni pérdida, ni desamor. ¿Es eso lo que te hace feliz? Pues tómalo, te lo doy sin pedirte nada a cambio.

En una peli que acabo de ver, uno de los protas le narra al otro las dos preguntan que le hacen a cada fiambre antes de entrar en el paraíso: La primera es: ¿Has sido verdaderamente feliz en tu vida? Y la segunda: ¿Has contribuido a la felicidad de los demás? Contribuye, por tanto, a la dicha de las personas que tienes cerca. No atosigues, no poseas, sólo apoya y aconseja, si llega el caso. De lo contrario, creo que San Pedro, no te va a abrir el portón del Paraíso.

1 comentario:

  1. Buen ejemplo sobre esa gran lección que nos cuesta tanto aprender. Un saludo.

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