martes, 28 de septiembre de 2010

¡ALELUYA!

Últimos acontecimientos: Cuando me encontraba entre la espada y la pared, pensando en la posible solución para mi pérdida, y después de aconsejarme mi informático de cabecera que recurriera a otro experto, acudí a varios amigos que me recomendaron distintas actuaciones. Así empecé mi periplo con el disco duro en el bolsillo en busca de una posible solución para recuperar mis datos; los datos recopilados, escritos y pergeñados en 3.600 horas de trabajo. La primera estación fue una tienda solvente, dedicada a la venta de equipos informáticos muy sofisticados. El gerente, un tipo muy afable, próximo y buen conservador, tomó el disco duro en sus manos, le echó un vistazo por encima como queriendo reconocer su procedencia y a continuación se diluyó en explicaciones relacionadas con las posibles soluciones. Inmediatamente se dio cuenta de mi angustia, cortó su perorata y se retiró a su lugar de trabajo para hacer un diagnóstico rápido.

A los diez minutos salió de su despacho con el disco en la mano y con un movimiento de cabeza que me hizo presagiar el desastre. Le llegaba corriente, sin embargo no había forma de recuperar datos; posiblemente tenía un ‘daño físico’. A partir de ese momento su intención fue ponerme en el camino de la salvación. Me facilitó el nombre, domicilio y teléfonos de dos empresas, con sede en algunas de las principales capitales de España, y que se dedicaban a la recuperación de datos. Me previno de lo elevado de los honorarios, dada la ansiedad y la necesidad perentoria de algunas empresas para rescatar los archivos imprescindibles para la continuidad de su trabajo. Desde allí mismo hice algunas llamadas con mi teléfono móvil. Una de ellas trabajaba de lunes a jueves y la otra ni contestaba. Agradecí profundamente el apoyo y me fui de allí con doce o trece ideas en la cabeza.




La segunda estación fue otra tienda de informática y sistemas de gestión para tiendas. Allí me dijeron, igual que en la primera y me contaron la anécdota de una empresa a la que se le ‘murió’ el disco duro en medio de la elaboración de una copia de seguridad. La empresa que le solucionó el problema le cobró 80.000 pesetas por la broma.

Salí de allí con la cabeza como un bombo y con dos ideas: que mi disco duro tenía un daño físico, y que me iba a costar un pastón si quería recuperar mis datos; los datos acumulados durante 5 años de trabajo diario.

Cerca de mi lugar de trabajo hay una tienda de informática a la que compro consumibles de vez en cuando: tinteros para impresora, ‘pinchos’, algún monitor…Uno de los expertos es, a su vez, paciente mío. Un chaval majo, buen conversador y simpático, si no le coges en el día aciago. Cuando me enteré de mi desaguisado fue al primero que recurrí para recabar consejo y consuelo. No sé por qué, no me suelo fiar de las personas que se deshacen en explicaciones y quieren llegar hasta el fondo de las cuestiones, incluso siendo banales. Así que no di mucha importancia a lo que me dijo. Pero en la situación de emergencia y después de tres diagnósticos nefastos, el paciente se agarra de un clavo al rojo. Sin pensarlo más entré en su tienda esperando otro baño de pesares. Cuando vio el disco, me dijo: “Vas a tener suerte…” El resto, o no lo escuché, o me sonó a chino. El caso es que siguió: “Te llamaré cuando lo tenga. Es un proceso muy minucioso en el que, si te equivocas en un solo parámetro, se va todo a hacer puñetas”. ¡Carajo! Tanta confianza me hacía ser receloso, pero como no tenía otra solución, llamé a David para contarle mis pesquisas y la última noticia.



Por mi calidad de médico y al haberme movido en el ambiente sanitario toda mi  vida, conozco toda clase de paños y sé que hay listillos que lo ven todo muy fácil y luego la cagan, y otros que lo ponen todo muy mal para curarse en salud. Después de varias visitas a los segundos, siempre es problemático encontrarte a uno de los primeros, pero, cuanto menos, consolador en espera de los resultados.

El lunes tenía hormigas en el cuerpo por la ansiedad de la espera. A media mañana recibí una llamada. Era Rubén, el último recurso: “Enrique: puedes venir a buscar el disco cuando quieras”. “¡Ah ¿pero ya está?!”. “Sí, sí, ya está”. “¿En qué formato me has metido los datos que has rescatado?” “No, están en el disco. Lo único que tienes que hacer es colocarlo de donde lo has sacado y ya está. Arrancará el ordenador y se acabó”. “¿Y si no arranca?”. “Pues sería la primera vez que me pasa. Entonces me tendrías que traer la torre, pero no creo que sea el caso”.

Me fui cagando leches a por puñetero Hard Disk. Se deshizo en explicaciones, no me cobró ni un duro y me fui más contento que unas pascuas, pero con la retranca de qué pasaría cuando lo montase. Llegué a casa, me puse manos a la obra, y ¡Oh maravilla! Allí estaban otra vez todos mis datos que volvían de vacaciones, los muy pendejos.

Después de cuatro días de intriga y preguntas sin respuesta, durante los que llegué a plantearme qué motivo había tenido el Universo para  robarme los datos de cinco años de trabajo, me relajé profundamente y recordé por enésima vez la frase de Lao Tsé : “Si tiene solución, no te preocupes; si no la tiene, no te preocupes; en cualquier situación , no te preocupes”.

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