viernes, 1 de octubre de 2010

TODO, EN ESTA ÉPOCA, ES ASQUEROSAMENTE MEDIOCRE

Último parte: Ya tengo mi ordenador donde solía. Arreglado, sin fallos y con su información íntegra. Desde hoy –os compensaré este fin de semana–; no dejaré de escribir asiduamente. Ya va a hacer un año que inicié este 'blog'. Fue exactamente el 8 de Octubre de 2009, con el artículo 'Libertad'. Pensaba celebrar el aniversario comenzando una serie de artículos sporádicos sobre mi ciudad, apoyados con fotos (bastante buenas, para que vamos a andar con tonterías...). El día 8 pienso escribir uno sobre la Huerta de Guadián, que tantos buenos ratos me hace pasar y que es digno de mayor encomio. Y si no fuera por unas farolas que han puesto recientemente, podría considerarse como 'el parque romántico por excelencia'. De momento os brindo un pequeño juego literario en el que implico a Adrian Searle. Deseo que os guste tanto como a mí.


Leo en un ‘semanal’ de un diario nacional un artículo de Adrian Searle.

Adrian Searle (1953) es crítico de arte de The Guardian desde 1996, aunque colabora en otras muchas publicaciones, como Frieze, Artscribe Magazine o El Cultural, entre otras. Recientemente ha publicado monografías de Peter Doig, Roni Horn y Juergen Telle y ha comisariado numerosas exposiciones en Europa y Estados Unidos. La próxima exposición, de Juliao Sarmento le traerá a Madrid, a La Casa Encendida, en 2011.

El articulo se llama La conspiración del arte contemporaneo, y reza así:

“Una opinión bastante aceptada defiende la existencia de una conspiración entre artistas faltos de talento pero listos y astutos, por un lado, y una camarilla de corruptos y arrogantes directores de museo, comisarios y coleccionistas particulares, para quienes el gran público no sería más que un hatajo de lerdos iletrados, por el otro. Pero, ¿qué razón tendría nadie para tratar a los miembros del público de idiotas? También hay quien sostiene que el arte de hoy es un timo, un fraude. Lo mismo se decía de Picasso. Ante ello cabe preguntarse qué interés tendrían los artistas en pasarse la totalidad de sus carreras perpetuando una estafa. ¿Por qué iba alguien a molestarse en idear una conspiración de esas características? ¿Habrá alguien a la cabeza, planeándola y organizándola? ¿Se tratará de Vicente Todolí, de Sir Nicholas Serota (Director de la Tate y su sucesor y crítico de arte), o de algún potentado coleccionista oculto en su bunker, como el malo malísimo de una película de James Bond? ¿Qué objeto tendría esta fantasía inverosímil?

Siempre ha habido arte malo: mediocre, carente de originalidad, pretencioso, aburrido. ¿Cree el lector que las cosas eran distintas en el siglo XVI? La diferencia es que hoy hay más artistas produciendo más arte, más espacios donde mostrarlo, más museos, más centros de exposiciones, más coleccionistas y más gente contemplando todo tipo de creación. Más que nunca. En la actualidad cualquiera puede formar parte del público visitante de un museo. Y son millones los que lo hacen. Hordas.

Sin lugar a dudas, nunca como hoy ha habido tanta mediocridad y tanto arte malo, ni tanto diálogo absurdo en torno a él. Hay legiones de pintores horripilantes, de escultores lamentables, de espantosos creadores de vídeo y de estomagantes artistas conceptuales. Y, aunque algunos de ellos alcanzan gran éxito, son muchos más los que acaban -por suerte para nosotros- desvaneciéndose sin dejar huella.

Nadie se libra de la obligación de elegir. Si no fuera así, nos pasaríamos la vida escuchando música pavorosa, contemplando películas pésimas, lanzando novelas rematadamente malas contra la pared o escapándonos de embarazosas representaciones teatrales. De hecho, es algo por lo que todos tenemos que pasar en nuestra búsqueda de esa gran película, de esa maravillosa función teatral, pintura o exposición de vídeo que nos haga vibrar.

Nunca antes estuvo el arte tan ligado a la cultura popular ni fue tan asequible; lo que no impide que haya muchísima gente que piensa que para entender el arte no se requiere prácticamente ningún conocimiento, y que un arte que precisa para su comprensión de explicaciones, de textos de pared o de ensayos críticos no deja de ser sospechoso. Pero claro, eso antes no pasaba. ¡¿Que no?! En el pasado, la creación artística solía exigir de sus espectadores y mecenas nada más y nada menos que un conocimiento exhaustivo de las escrituras, de los mitos clásicos, de la poesía, de las obras teatrales y de acontecimientos históricos y contemporáneos, por no hablar de infinidad de obras de arte sin cuyo conocimiento no era posible siquiera empezar a establecer comparaciones. ¿Quién dijo que la contemplación del arte tuviera que ser fácil o estar libre de complejidades? Los museos y las galerías invierten ingentes recursos en programas didácticos, conferencias, visitas guiadas y material divulgativo y las instituciones públicas hacen -de verdad- cuanto está en su mano para llegar al público y actuar de mediadores entre ese público y el arte. Y si a veces las cosas salen mal, son muchas las ocasiones en las que se acierta.

Y aquí viene lo positivo, que nos alcanza a través de múltiples formas y medios. El acceso universal a las artes de que disfrutamos hoy en día era impensable hace dos o tres décadas. Lo que ocurre es que hay tanto arte… Y el mejor arte se apodera de nuestras vidas y las enriquece. Pero para que eso ocurra no queda otra que trabajar un poquito y descartar un montón”.



Al principio de la lectura; justo en el primer ‘artistas’, me dio por cambiar en el texto, arte por política, y artistas por políticos. Algunos otros retoques elaboran otro artículo completamente nuevo y, sin embargo, calcado al anterior, que puede quedar así:



Una opinión bastante aceptada defiende la existencia de una conspiración entre políticos, faltos de talento pero listos y astutos, por un lado, y una camarilla de corruptos y arrogantes directores de banco, empresarios del ladrillo y ‘medias’ plegados al poder, para quienes el gran público no sería más que un hatajo de lerdos iletrados, por el otro. Pero, ¿qué razón tendría nadie para tratar a los miembros del público de idiotas? También hay quien sostiene que la política de hoy es un timo, un fraude. Lo mismo se decía de Lenin. Ante ello cabe preguntarse qué interés tendrían los políticos en pasarse la totalidad de sus carreras perpetuando una estafa. ¿Por qué iba alguien a molestarse en idear una conspiración de esas características? ¿Habrá alguien a la cabeza, planeándola y organizándola? ¿Se tratará del grupo Prisa, de Botín, o de algún potentado especulador de conciencias oculto en su bunker, como el malo malísimo de una película de James Bond? ¿Qué objeto tendría esta fantasía inverosímil?

Siempre ha habido política mala: mediocre, carente de originalidad, pretenciosa, aburrida. ¿Cree el lector que las cosas eran distintas en el siglo XVI? La diferencia es que hoy hay más políticos produciendo más política, más espacios donde mostrarla, más foros de opinión mediáticos, más centros de poder político, más multinacionales y más gente contemplando todo tipo de corrupción. Más que nunca. En la actualidad cualquiera puede formar parte del público visitante de un mitin. Y son millones los que lo hacen. Hordas.

Sin lugar a dudas, nunca como hoy ha habido tanta mediocridad y tanto político malo, ni tanto diálogo absurdo en torno a él. Hay legiones de parlamentarios horripilantes, de tertulianos lamentables, de espantosos creadores de proclamas y de estomagantes políticos conceptuales. Y, aunque algunos de ellos alcanzan gran éxito, son muchos más los que acaban -por suerte para nosotros- desvaneciéndose sin dejar huella.

Nadie se libra de la obligación de elegir. Si no fuera así, nos pasaríamos la vida escuchando discursos pavorosos, contemplando debate pésimos, lanzando periódicos mediáticos, rematadamente tendenciosos contra la pared o escapándonos de embarazosas representaciones parlamentarias. De hecho, es algo por lo que todos tenemos que pasar en nuestra búsqueda de esa gran debate, de esa maravillosa intervención en el parlamento, intervención televisiva, o vídeo prelectoral que nos haga vibrar.

Nunca antes estuvo la política tan ligada a la cultura popular ni fue tan asequible; lo que no impide que haya muchísima gente que piensa que para entender el arte parlamentario no se requiere prácticamente ningún conocimiento, y que un debate que precisa para su comprensión de explicaciones, de textos de pared o de ensayos críticos no deja de ser sospechoso. Pero claro, eso antes no pasaba. ¡¿Que no?! En el pasado, la creación política solía exigir de sus espectadores y mecenas nada más y nada menos que un conocimiento exhaustivo de las escrituras, de los mitos clásicos, de la poesía, de las obras teatrales y de acontecimientos históricos y contemporáneos, por no hablar de infinidad de gestas nacionales sin cuyo conocimiento no era posible siquiera empezar a establecer comparaciones. ¿Quién dijo que la contemplación de la política tuviera que ser fácil o estar libre de complejidades? Los partidos invierten ingentes recursos en programas didácticos, conferencias, panfletos, subvenciones y material divulgativo y las instituciones públicas, dependientes del gobierno, hacen –de verdad– cuanto está en su mano para llegar al público y actuar de mediadores entre ese público y la política. Y si a veces las cosas salen bien, son muchas las ocasiones en las que se patina.

Y aquí viene lo positivo, que nos alcanza a través de múltiples formas y medios. El acceso universal a la política de que disfrutamos hoy en día era impensable hace dos o tres décadas. Lo que ocurre es que hay tanta política… Y el peor arte parlamentario con sus intrigas y su corrupción, se apodera de nuestras vidas y las empobrece. Pero para que eso no ocurra no queda otra que trabajar un poquito y descartar un montón”.

Pido perdón humildemente a Adrián Searle por retorcerle el árticulo, hecho del que, con su pareceido a la política –ambas muy mediocres hoy en día– no me he podido sustraer.

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