martes, 14 de diciembre de 2010

CREO EN DIOS

El ser humano necesita soportes para sostenerse, tanto físicos como espirituales. Desde que el mundo es mundo y apareció el hombre en el globo terráqueo, nació la necesidad de confiar en algo, de tener una meta, un gurú, un sacerdote que nos pusiera en contacto con lo que quiera que hubiera creado el Universo y fuera el responsable de nuestras vidas. La indefectibilidad de la muerte de los seres humanos, ha sumido en el desconcierto a la gente, siempre. Las peguntas surgen del fondo del individuo como para adquirir cierta confianza en nuestras acciones con respecto a lo que pueda haber ‘más allá de la vida’. Y siempre ha habido alguien dispuesto a darle respuestas, que al mismo tiempo, resonaban en sí mismo produciendo una especie de lenitivo.




Lo cierto es que el ser humano siempre ha sido confiando en esas respuestas, porque no tenía más remedio. Si yo no sé la verdad, alguien la sabrá, y si ese alguien me comunica algo más o menos creíble, lo adoptaré como cierto en espera de alguna señal del infinito que me confirme o me desmienta el asunto. Y si no surgen señales espontáneas, ya se encargará alguien de asegurar que durante el sueño o en alguna otra circunstancia extraña se le ha comunicado la verdad, que correrá de boca en boca constituyéndose en doctrina.

A lo largo de los milenios, ha existido una religiosidad que impulsaba a la humanidad hacia un creador, supremo hacedor de la vida y de la muerte y, por lo tanto, responsable subsidiario de lo acontecido y por acontecer. Todo el mundo pagaba los servicios de un intermediario y este quemaba ofrendas animales y humanas para aplacar la ira de los dioses caprichosos y ávidos de justicia. Y cuando el hombre se apartaba de la línea de conducta que le acercaba al paraíso, había alguien dispuesto a volverlo al buen camino y a limpiar las faltas de lo ya recorrido.

Todo el mundo vivía de algún forma en la religiosidad y era un lábaro la idea de la concordancia entre las acciones y las reacciones; la ley, buena acción – premio, pecado – castigo.

Esto mantenía al hombre en un ten con ten espiritual que le impulsaba a ser consciente de sus buenas o malas acciones. Bien es verdad que siempre ha habido gente que con una mano se daba golpes de pecho y con la otra se dedicaba a apuñalar al prójimo. Pero la verdad es que siempre había sistemas de neutralización de las entidades que se apartaban del camino perjudicando gravemente a los demás en su físico o en sus intereses.





Me dirijo al hecho actual de la falta de religiosidad de los ciudadanos que, impulsados por las ideas sesgadas de los que debían de constituir ejemplo y guía, se acostumbran a hacer lo que les viene en gana sin pensar en las posibilidades de que las obras sean bumerang que se vuelvan contra el que las lanza. Aparte de esto existe una necesidad imperiosa de creerse todo lo que dicen o hacen los famosos. Hace poco he leído un artículo en el que se habla de una supuesta periodista, que en el ejercicio de sus funciones, sorprende a una super famosa arrojando un envase de cartón a una papelera. Suponiendo que aquello podía ser fuente de una noticia, rebusca ávidamente en la papelera y halla el envoltorio de una crema para el cutis. Acude a un amigo farmacéutico en busca de información del producto y, cuál no sería su sorpresa al enterarse de que era una crema barata y de uso no habitual. Ofrecida la noticia en prensa, a los pocos días se agotó la crema en la mayoría de las farmacias de Madrid.

¿Qué pasa? ¿Por qué la gente se lo cree todo a pies juntillas y sin embargo está de moda no creer en Dios? ¿Qué tiene una famosa que no tenga Dios? ¿Por qué la gente cree en los políticos y no en Dios? Quizá a los políticos, por mucho daño que me hagan, los puedo echar con mi voto y a Dios, por mucho que vote estará allá arriba mondándose de risa de lo estúpidos que son los humanos. ¿Qué nos queda a la gente de a pie? Una cosa que siempre ha existido, y puede que siempre exista, aunque, en estos momentos no está en la cresta de la ola. Hablo de la fe, esa virtud que nos impulsa a creer en lo que vemos y a confiar en Dios como mi guía y protector, que me otorgó el ‘libre albedrio’ para que yo fuera feliz, pero que lo he prostituido dando el poder al materialismo y al dinero como fuente de sexo y poder.

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