martes, 31 de mayo de 2011

COMPLACIDO CON EL RESULTADO




De vez en cuando la vida te da satisfacciones, que te llenan los pocos espacios vacíos que van quedando en el alma. Yo enseño independientemente de los resultados que obtengo; esta debe ser la máxima del docente en cualquier campo de la ciencia. Y cuando obtienes un resultado positivo, te llenas de gozo y agradecimiento porque ves que tu labor no es del todo estéril. Esto no me hace seguir la tarea con renovados bríos para seguir intentando que otra persona mejore su calidad de vida, pero me nutre y me compensa del resto de los empujones de la vida.

La parábola es la de un joven con cierto carisma, que acude a mí porque tiene repetidos problemas en su faringe. En efecto, a la exploración, aparece llena de gránulos, casi del tamaño de un guisante, y congestiva. Sus molestias, por lo tanto, tienen una causa específica que las provoca. Como es mi misión mejorar al paciente y ponerle en antecedentes de la causa emocional de su padecimiento, y después de mandarle una medicación mitad anti congestiva y sedante de mucosas, mitad placebo –como todas– intento entrar en su alma, muy suavemente, refiriéndole la causa –sí, o sí– de su mal.

Escucha toda mi explicación con los ojos muy abiertos y esbozando una sonrisa de complacencia. Le pongo en antecedentes del conflicto emocional responsable de sus repetidos cuadros de faringitis, y al final, el esbozo de sonrisa se transforma en franca mueca de aprobación. Está muy complacido y promete poner en práctica todas las teorías con respecto a la mente que he tratado de explicarle. Siempre con una sonrisa en la boca, me da las gracias y se despide de mí.

Ayer le he vuelto a ver. Cuando se sienta frente a mí, y sin mediar más comentarios, me dice que está perfectamente de su garganta y que la mejoría empezó cuando fue consciente de su causa. Desde entonces las molestias han disminuido dramáticamente y él se encuentra complacido y encantado. Naturalmente abundo en todas mis teorías, por si la vez anterior me dejé algo en el tintero. Y sólo al final le pregunto la causa de su nueva visita imaginando que ha venido a algo más que a mostrarse complacido y darme las gracias. Esta vez tiene molestias en un oído, por el que no oye desde hace algunas horas. Se siente regocijado cuando le cuento el motivo de su hipoacusia, y asiente complacido. No obstante le extraigo tapones de cerumen de ambos oídos y le cuento que los niños pequeños se fabrican otitis medias porque no quieren oír los gritos de alguna persona mayor que tienen cerca. No sólo está de acuerdo, sino que cree saber el conflicto que le ha ocasionado su nuevo problema.

Le regalo mi libro La Serpiente de Fuego, y se marcha muy ufano. Antes de irse me pongo a su disposición para resolverle cualquier duda que surja de su lectura. Le advierto que tenga presente siempre y en todo momento la idea de que la mente es la muñidora de nuestras enfermedades. Y que muy fácilmente se olvida el concepto y hay que tenerlo muy a mano. Mi intención es mejorar su calidad de vida y la de cualquiera que quiera charlar conmigo de estos conceptos.

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