Todos estamos, por
diversos motivos, hasta el gorro. Tú por una cosa, yo por otra, y todos por
algo. Conozco alguien que está hasta el plumero de trabajar, y espera
ansiosamente la llegada de la jubilación. Después, llegada ésta, no sabrá qué
hacer, le echarán de casa para ventilar, se deprimirá, sus frustraciones
aumentarán exponencialmente y acabará prematuramente en la cajica de pino.
Otro ansía su bendita
libertad, y se encuentra muy frustrado por su falta. No tengo libertad, me persiguen,
no me puedo realizar como querría; quiero salir a la calle y gritar muy fuerte
quién soy, lo que soy y cómo soy. Luego, cuando alcanza su deseada libertad,
ya no la necesita porque pasó la época de romper la ciudad, enamorar, cautivar,
sentir, amar… O, inmediatamente se busca otra tirana para volver a sentirse
sojuzgado, maltrecho y frustrado.
Una niña quiere que
llegue su mayoría de edad y corre tras ella con tacones, rabos en los ojos,
shorts que deja ver parte de las nalgas, y modales que no encajan con su edad. Se
viste a los dieciséis como si tuviera veinticuatro, y se arriesga en el amor,
como si ese chico moreno de ojos verdes fuera el último tren. Cuando cumple la
edad de la mayoría de edad política, que no de verdadera madurez cerebral, está
harta de flirtear, coger, soltar, amar, sentir y abandonar. ¿Era eso la
libertad de la ‘mayoría de edad’?
Las frustraciones
habitualmente no acaban nunca, porque obedecen a patrones acuñados en alguna incierta
época de la vida, de cuya fecha no queremos ni acordarnos. ¡Y sería tan sencillo
acabar con ellas…! La insatisfacción es un sentimiento presente en todos los
seres humanos, por un motivo o por otro, y que pone plazos a su terminación,
pero cuando se cree caducado, o sigue la misma, o aparece otra peor que la
anterior.
La solución está en
cambiar de moneda de cambio: Si te frustra la falta de libertad, vive
intensamente la autonomía que te gustaría tener, por encima de todo y con todas
las consecuencias. Pon condiciones, plazos, motivos y alegatos para convencer
al tirano de que tu frustración se va a convertir en su suplicio, porque tú no
puedes ser tú misma, ni amar. Ni sentir en medio de una situación de
frustración constante. Argumenta, convence de que es mejor para todo el mundo,
y de que tu realización y la educación de tus hijos penden de un hilo muy débil.
La tiranía tiene un
límite, sobre todo cuando se vuelve en contra de uno mismo. Esa es la
salvaguardia del inteligente sobre el listillo que se cree que se las sabe
todas. Tarde o temprano cae en sus redes. Habitualmente la víctima nunca
pregunta, nunca inquiere, nunca pide explicaciones de horarios, idas venidas,
tratos, relaciones. Y eso es bueno para el verdugo. Pero imagínate que la
víctima ya no se cree víctima, ni se reonoce en ese papel, ni se define como tal; y de esa situación de
frustración, pasa a ser verdugo: A preguntar, a inquirir, a acosar, a buscar, a
preguntar ¿Qué te crees que pasaría entonces?
El ser humano es más
sencillo que el mecanismo de una carraca, o de un chupete y pasa de un estado a
otro con una gran facilidad. De manera, punto y hora, que se preguntará, cuanto
menos ¿qué pasa? Unas cuantas vueltas más de tuerca le decidirán a hablar, y el
espejo que le has puesto delante le convencerá de su nefasta actuación y de la
perentoria necesidad de cambiar de rol, por el bien de los dos.
Todo menos sumergirte
en la frustración perpetuamente. Otra solución nada fácil, pero al alcance de
cualquier perseverante, es ‘estar a lo que se celebra’. Como siempre, vivir el
momento es la panacea.
No me creas
gratuitamente, hazlo.
LU4E.
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