martes, 26 de marzo de 2013

EL DRAMA POR EL DRAMA

 
 
 
 
 

Nací y me crié en el seno de una familia católica, practicante, posiblemente en la época más rabiosamente conservadora de la historia de nuestra España contemporánea. Las iglesias se llenaban los domingos durante todas las misas, y programaban muchas, una cada media hora; las gentes comulgaban en masa y los cestos se llenaban, durante el evangelio, con donaciones voluntarias.

Los seminarios estaban llenos de aspirantes y siempre había un cura en el confesionario de todas las iglesias del país. Yo he llegado a confesarme a las 23:00 horas, y sé de quien avisaba al cura y bajaba de su casa a confesar a un pecador sin importarle la hora ni las circunstancias.

El catolicismo era una norma y se apartaba a los personajes que osaban blasfemar en público o atentar verbalmente contra la iglesia, sus ritos, sus dogmas o sus santos.

Las épocas de conmemoración cristiana se celebraban con intensidad, las Navidades estaban llenas de belenes conmemorativos del nacimiento de Cristo, y la Semana Santa rebosaba de pasos portadores de iconos recordatorios de la Pasión y muerte de Jesús. Las calles del recorrido estaban atestadas de personas que esperaban horas el paso de la Virgen Macarena o del Cristo de los gitanos en Sevilla, o de la imagen de Jesús de Medinaceli en Madrid. Siempre se oía a lo lejos la estela de una saeta que alguien desgarraba en honor de María o de Jesús. Yo asistía con fervor, y a veces con lágrimas en los ojos, a estas celebraciones.

Los años curten, donan experiencia al que los cumple, e inyectan sabiduría en vena. El cambio de físico y de ideas es inevitable y los deseos son que este cambio sea a mejor, más placentero, más gratificante y más sabio.

Ahora no comprendo el sentido que tiene conmemorar el dolor. ¿Por qué recordar el drama del Calvario y no la Transfiguración? ¿Por qué reproducir el dolor de la Madre transida y con el corazón atravesado por siete dagas, en vez del placer de alumbrar a su divino hijo? ¿Por qué conmemorar la muerte y no el nacimiento a una nueva vida?

Ahora no me gusta el dolor, cuando puedo lo evito; el dolor es indeseable e inútil en cualquier circunstancia. Uno de los mandatos médicos es procurar evitar el dolor que es mantenido sólo como orientador del diagnóstico, pero nada más. Yo hago ejercicios constantes por no instalarme en el pasado, y para no pensar en el futuro, y si el pasado puede evocar un dolor, inmediatamente me meto en mi interior y vivo intensamente el momento presente.

La Semana Santa te retrotrae indefectiblemente al pasado y al dolor. No me gusta. Me gusta el momento de la Transustanciación, los coros Gospel y la alegría de la celebración de una Misa Luba. No me agrada la seriedad encorsetada, el rito trasnochado y la vaciedad del mensaje de la Misa actual. No me gusta la Semana Santa, me evoca el pasado lejano henchido de drama y de dolor. No ayuda a nada, ni a la conversión, ni a la penitencia, ni a la mejora mental ni espiritual. No me gusta el drama, prefiero la alegría. No me gustan los cofrades, ocultas sus caras con el rigor de los capirotes; no me gustan los costaleros, hartos de vino y desencajada la cara por el esfuerzo. No me gustan las bandas de música, con sus lamentos y tañidos fúnebres.

Definitivamente, he cambiado de manera de pensar. Llevo mi catolicismo dentro de mí mismo y no lo exhibo ni detrás de un disfraz con capirote. Me rio y me divierto sin pensar en el pasado, los dramas antiguos yacen muertos dentro de mi mente.



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