viernes, 23 de octubre de 2009

LA FELICIDAD


LA FELICIDAD

23.10.09


Desde Carmen Posadas hasta Charo Izquierdo, pasando por Eduardo Punset – ambos, tres, me producen un gran respeto por diferentes motivos- muchos articulistas, novelistas, contertulios, abordan en estos días el tema de la felicidad. Y lo abordan como queriéndose preguntar qué es la felicidad, pero no aportando nada positivo al problema. Es como aquel que nos cuenta la definición de educación, pero no nos da ninguna regla para alcanzarla. Y lo que es la educación está bien claro para la mayoría de las personas mayores de 50 años; para las menores, no estoy muy seguro.

Cuando una persona está inmersa en su quehacer cotidiano, y lo hace con impecabilidad y con pasión –el trabajo hay que hacerlo con estas dos cualidades si queremos que nos luzca el pelo-, no piensa. Y si no piensa, no lo hace ni positiva, ni negativamente, simplemente no piensa más que en lo que hace. Y ésta es la clave de la felicidad o de la ausencia de pensamientos y sensaciones negativas. Para hacerlo así, el trabajo nos tiene que gustar. Otra variante del problema. Si el trabajo que hago no me gusta, difícilmente lo haré con pasión y con impecabilidad y me dará por pensar en mil cosas al margen, la mayoría negativas. Pero, como dice mi maestro Agustín Delgado: “Si lo que haces no te gusta, hazlo como si te gustara”

Por ejemplo: Yo estoy bien ahora. Tecleo en mi ordenador personal de sobremesa, marca ACME. Pienso en lo que va a seguir en mi parlamento, y esto me complace. Las ideas van surgiendo como el agua de un manantial y yo las voy traduciendo al lenguaje escrito, pensando, al mismo tiempo, en hacerlo correctamente y de una manera fácilmente legible y entendible. De hito en hito, siento mi trasero en contacto con la butaca de piel que utilizo para escribir. Soy consciente de que, dentro de mi campo de visión, además de la pantalla de la computadora (deformación mexicana), existen otras cosas: la ventana, casas, árboles, césped, nieve. Todo esto me hace mantener un estado agradable, con ausencia de dolor ni ninguna otra sensación negativa. Y como estoy en lo que estoy, y en mis pensamientos sobre la felicidad, no pienso nada negativo, que, por otra parte, es lo único que podría proporcionarme un malestar, que daría al traste con las sensaciones de tranquilidad, bienestar y, por tanto ausencia de lo contrario. Y, esto, queridos, es la felicidad o algo lo más próximo posible a la felicidad. Así de sencillo.

Si yo, en el instante santo en el que estoy feliz, tranquilo, sosegado, con paz interior, se me ocurre pensar en el futuro, ya la cagué. Si cuando estoy trabajando lo hago aquí, pero estoy pensando allí, se acabó la magia del momento y la felicidad. Toda la humanidad está pensando que el próximo minuto va a ser mejor, más gratificante, más placentero, y vive aspirada por ese momento, con lo que evita absolutamente la felicidad de “éste momento”; del “aquí y ahora”.

¡La cantidad de vueltas que la gente da a la idea de la felicidad!, y no es más que la ausencia de pensamientos negativos. Y para mantener alejados los pensamientos negativos, hay que vivir el momento. Puro y duro. ¿Así de fácil? No señor ¡Así de difícil! Pero así es. Hace más de 40 años que intento mantenerme en “éste momento” haciendo prácticas de control mental, respiración consciente y conectada, meditación transcendental, Tai Chi, Chi Kun y hay veces (muchas) que todavía me voy a los pensamientos negativos. Naturalmente tengo armas y técnicas para pasarlo a nivel consciente, darme cuenta de ello y “retomarme” para vivir “éste momento”, pero es duro y muy difícil. Hay algo, heredado quizás, que nos impulsa a boicotearnos constantemente la felicidad, o lo que es lo mismo “vivir éste momento”.

El colmo de la felicidad es la ausencia de infelicidad. De Perogrullo. Pero mantenemos lejos la infelicidad viviendo “éste momento”. ¿Y cuando no estemos haciendo nada? –me preguntais, seguro- Pues cuando no estemos haciendo nada, si no tenemos la capacidad innata o adquirida de no pensar en nada negativo, lo que haremos es “hacer algo” (¡que risa!) y esto quiere decir: no estar ocioso. O rezar mantrams u oraciones cristianas o budistas o islamistas…o contemplar la naturaleza y definirla o contemplar lo que te rodea y definirlo.

Tuve una suegra a la que criticaba inmisericordemente. Prescindo de contar los motivos –que los había- y paso al asunto. Cada vez que entraba en mi campo de visión, ya empezaba a criticarla: “Mira, la imbécil de la vieja vasca, separatista, asquerosa…” Y otras lindezas por el estilo. Estaba en esto el tiempo necesario para empezar a encontrarme mal. La frecuencia cardiaca y respiratoria aumentaban, se me ponía un nudo en el estómago, se me secaba la boca y me dolía el pecho. Síntomas inequívocos de un ataque de ansiedad. Cuando fui consciente del hecho, elaboré la técnica de los 180 grados. Cuando estaba poniéndola a bajar de un burro y era consciente de ello, dirigía mi vista a cualquier objeto colocado a 180 grados de donde inicialmente estaba enfocada y empezaba a definir lo que veía en ese momento. ¡Oh, una orquídea! Me la regalaron hace escasamente una semana. Me gustan las orquídeas, pero ésta es más falsa que un político. Está muy bien hecha, pero falsa al fin y al cabo. Voy a comprar una viva y la cambiaré, etc. Con todo este parlamento, se me ha olvidado mi suegra y ya he dejado de agredirme. Y he aquí lo que yo buscaba frenéticamente, olvidar. No a mi suegra, sino mi compulsión a la crítica y a boicotearme la felicidad.

¿Y cuando pintan bastos? Es inevitable hasta en la vida color de rosa; hasta en las personas con una alta dosis de positividad. Es ley de vida que los avatares se presentarán y nos examinarán de esta asignatura tan difícil que se llama: ¿Cómo reaccionas ante una mala jugada? Y, definitivamente, las malas hay que vivirlas, porque para eso se nos ponen delante, para que las vivamos y tengamos esa experiencia. Y, al fin y al cabo, el nivel de nuestra experiencia está hecho con toda clase de situaciones, malas, buenas y regulares y hay que vivirlas. ¡Pobre de la persona que no tenga problemas en la vida, porque su experiencia se quedará muy limitada! Cuando pintan bastos, hay que alinearse con la situación, no juzgarla, no criticarla y sentirla con toda la intensidad de que seamos capaces. Si toca llorar, llorar; si toca desgarrarse de dolor por dentro, desgarrarse. Hasta que ya no puedas más. Tener el coloquio contigo mismo apurando el dolor, para que se agote lo antes posible. No querer que pase, no pensar en otra cosa, no querer divertirse a ultranza para olvidar, no recurrir al alcohol o a las drogas. Todo esto no ayuda a pasar la situación. Lo único que ayuda a pasar la situación es: pasarla. Y hacerlo intensamente.
No se me ocurre decir a nadie, en medio de un gran duelo, frases estúpidas como: No llores; no te preocupes, resígnate, procura olvidar, etc. Si digo algo –la mayoría de las veces me limito a abrazar a la persona y a mirarla a los ojos-. Ni siquiera digo :”Lo siento” o “Te acompaño en tu sentimiento” porque no lo siento, ni le acompaño en su sentimiento, que es exclusivamente del que lo está padeciendo. Y si tengo ocasión de decir algo, lo único que se me ocurre es: Vívelo con cojones. “Sumérgete en el estrépito de la batalla, y mantén tu corazón en paz, junto a los pies etéreos del Señor” Este bello parlamento del texto sagrado hindú Bhägabad Gita, explica la respuesta del Señor Krishna al joven príncipe Arjuna, cuando éste le pregunta: ¿Cómo debo ir a la batalla (de la vida)? Sumérgete en el estrépito de la vida –que es verdaderamente una batalla- y mantén tu corazón en paz a los pies etéreos del Señor.
Bueno, pues éste es el principio. Insisto en que sólo es el entramado de madera que sustenta paredes, suelos y paramentos de todo el edificio de la felicidad. Y como hay que empezar por coger el principio del hilo, para luego devanarlo, empezaremos por estudiar la relación conmigo mismo.

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