viernes, 23 de octubre de 2009

LAS MUSAS


LAS MUSAS

23.10.09


¿Qué es la inspiración? ¿Qué es el estro? ¿Qué son las musas? ¿Soy yo el que escribe, o alguien, en algún lugar, me habla y yo lo plasmo al dictado?

El ser humano nunca está seguro de nada, sobre todo de lo que se escapa, de alguna forma, a lo que ve, toca y siente. El “más allá” es una quimera, una entelequia, que algunos emplean para concitar adhesiones, para vender libros, o para espolear conciencias. ¿Dónde está la verdad?
Pérez Reverte, en su artículo de ésta semana, habla de encarnación de los personajes de ficción. Él lo ha experimentado en multitud de ocasiones, incluso en boca de gente sabia y leída. El público llega un momento en el que no sabe distinguir –o no puede- la verdad de la ficción. Cuenta, que en el bicentenario de Trafalgar, al descubrirse un monumento conmemorativo, un historiador descubrió, estupefacto, que en la relación de barcos españoles participantes en la liza figuraba, también, el nombre de su imaginario navío de 74 cañones, Antilla.

Es fácil engañar a la gente. El timo de estampita, del toco mocho y la política actual, son muestras de lo evidente en materia de engaño premeditado. El que alguien se equivoque es plausible, que cree un personaje de novela, que luego se inscriba entre los que vivieron en aquella época, tiene un pase. El que se creen, acuñen o elaboren consignas para equivocar a las masas, es un crimen de lesa humanidad.

Pero vuelvo a lo que me ocupa. ¿Quién es el que escribe? ¿Yo, o un alter ego que está por encima de mí y de mi intención? ¿O lo que creo o escribo está inspirado por algún personaje, ya desencarnado, con la buena intención de aleccionar a los que aquí se han quedado, para que no cometan los mismos errores; para solazarles, o para expresar, durante su muerte, lo que no les dejó el tiempo, expresar en vida?

Durante mis sesiones de regresiones terapéuticas, los pacientes viajaban en el tiempo, cambiaban de personalidad, y hablaban de cosas extrañas a su condición de aquel momento. Algunos de ellos se quedaban atónitos y estupefactos escuchándose a sí mismos, y se les ocurría preguntar: “¿Esto es cierto, o es producto de mi imaginación o de mi mente calenturienta?” ¿”Usted qué cree, doctor”? Yo –contestaba- creo que no tiene nada que ver con la ficción. Es imposible emitir un parlamento tan elaborado, tan lleno de matices, sentimientos y vivencias, como el que son capaces de verbalizar personas que no están acostumbradas a escribir, ni a fantasear, ni a mentir. Todo lo que has visto, sentido u oído, es la pura verdad extraída de un archivo de tu mente, oculto habitualmente, hasta que empleas la clave precisa –les repetía hasta la saciedad. No obstante, nadie cree en la magia de la vida, de la gente y de los objetos. Nadie cree en la inspiración del “más allá”. Pero existe. Nadie se imagina que pueda venir de “arriba” el numen que nos ha iluminado la mente, antes ofuscada en multitud de miedos, diatribas e indecisiones.

Sólo tienes que vivir el momento; éste momento, y las palabras fluyen de tu cabeza a tus dedos, que teclean aquello que viene de “arriba”. No me siento más inspirado que cuando estoy tranquilo, sin tensiones, relajado y después de hacer Tai Chi o después de meditar. La magia existe. Las musas existen. Los de “arriba” están deseando transmitirse con nosotros. Sin embargo, por algún extraño mecanismo, no les dejamos.

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