miércoles, 9 de diciembre de 2009

LAS ADICCIONES

A lo largo de muchos años de ejercicio de la medicina –casi cuarenta- he tenido ocasión de presenciar, en vivo, varios síndromes de abstinencia. Uno de ellos estuvo a punto de dar al traste con el físico de una enfermera. El hecho transcurrió en un antiguo hospital de Madrid, el Instituto de Ciencias Neurológicas, donde operaba mi maestro Fernando Olaizola. Había intervenido a un paciente, miembro de la alta sociedad de finanzas de España, de septoplastia, 48 horas antes. En aquellos tiempos se taponaba la nariz del paciente, con objeto de que no se produjesen hemorragias intempestivas, con una gasa continua que se introducía en la nariz, a presión, impregnada de una pomada antibiótica. De esta guisa, el paciente sólo podía respirar por la boca. Lo cierto es que la situación siempre era incómoda y muy molesta. Unas personas la soportaban mejor que otras, pero el hecho se sufría más que se soportaba.

Después de pasar una noche infame, el enfermo le rogó a una enfermera que le quitara aquel taponamiento que le estaba poniendo al límite de la tolerancia. Naturalmente la ATS se negó aduciendo que ya había llamado al médico que decidiría, en su caso, el procedimiento a seguir. La histeria del hacendado fue en aumento en poco tiempo y, llegado al colmo del paroxismo, se dirigió al armario, cogió un revolver y amenazó a la enfermera con pegarla un tiro si no le quitaba aquel taponamiento torturador inmediatamente. La pobre chica se desmayó del susto en el preciso momento en el que el Dr. Olaizola y yo llegabamos a la habitación. Entre ambos y otro enfermero logramos reducir al aquel hombre que lo que tenía era un síndrome de privación alcohólica. Con la oportuna medicación se quedó dormido y feliz.

El operado estaba fuera de sí y sus facciones eran diferentes al sereno semblante que mostraba en la consulta y antes de entrar en quirófano. La anécdota le valió a Fernando Olaizola un barco de 6 metros de eslora, que le regaló el ricachón en desagravio.

Otra deprivación, esta vez de tabaco, la viví en la persona de un compañero, adicto a la nicotina que, en una ciudad extraña donde fuimos a dar unas conferencias, estuvo dando vueltas por toda la ciudad hasta comprar un paquete de cigarrillos con el que saciar sus ansias de tabaco. Creía que le conocía, pero los hechos me demostraron lo contrario.

La tercera fue el “mono” de un paciente adicto al caballo, que ingresó en el departamento de Psiquiatría del hospital justo cuando yo llegaba. No puedo describir con palabras certeras el rostro de aquel muchacho que más parecían las facciones de una gárgola. La lividez de la muerte le salía por todos sus poros y permanecía sin pestañear lo más mínimo, con sus ojos desorbitados y la lengua fuera goteando como un animal.

Son hechos desgraciados para el que los sufre y para la conciencia del que los ve. Pero aquí he referido tres síndromes de abstinencia, uno alcohólica, otro tabáquica y el tercero de una droga de las llamadas “duras” como la heroína. No sólo existen estos “monos” referidos a alcohol, tabaco y drogas “duras”, a diario millones de ciudadanos sufren síndromes de abstinencia de salud total, de bienestar, de analgésicos, de antidepresivos, de euforizantes, de antihipertensivos, de anticolesterolémicos y de cualquier otro fármaco que se hayan acostumbrado a consumir, por prescripción facultativa o no. Está en nuestro entorno, lo vemos a diario desde que tenemos uso de razón. Todo el mundo está ansioso, angustiado, frustrado, colérico, asustado, y nadie sabe gestionar estos estados de ánimo. Todo el mundo, en la era contemporánea, se ha acostumbrado a tomar pastillas en vez de gestionar sus emociones, y como todo el mundo las toma, yo no tengo más remedio que tomarlas, ya que pertenezco a la manada de locos que me han enseñado a estar loco, sin comprender mi verdadera esencia y sin hacerme cargo de a qué se juega en este planeta. Nos han programado para vivir nuestras emociones sin gestionarlas en absoluto, porque todo el mundo las controla con un ansiolítico, con un relajante diacepóxido o con un antidepresivo, y nadie, en ninguna circunstancia, se hace cargo de sus emociones y las vive sin criticarlas y sin juzgarlas, dejando que pasen por consunción. Digo exactamente igual de los dolores, de los que la humanidad actual está llena. Todo el mundo toma pastillas analgésicas para los dolores de cualquier naturaleza. Y si duele mucho, el analgésico va creciendo de potencia, y la potencia del medicamento va increschendo junto con la dosis de acostumbramiento al fármaco que sufre el ciudadano. Todo el mundo, de una forma u otra sufre, a diario, y las más de las veces por prescripción médica, un síndrome de deprivación de uno u otro producto de farmacia.

Pero el ser humano tiene potencialidad para reparar sus problemas físicos que, definitivamente, se provoca él mismo. El ser humano es el mayor agente patogénico de sí mismo, pero no lo sabe. Se cree que por preocuparse, hacerse cábalas mentales, tener pánico de la situación y acudir inmediatamente al galeno la cosa se soluciona. No es así. El paciente se queda tranquilo de momento porque el médico lo ha atendido y le ha prescrito uno u otro fármaco que, si es efectivo, tiene necesariamente efectos secundarios. Y la verdad es que a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. No vas a estar aquí ni un minuto más de lo que tienes asignado, y todo lo demás son puras especulaciones. ¡Qué suerte tuvo que estaba el médico allí mismo! ¡Si no es por esa circunstancia, se hubiera muerto, oye! Mentira. No había llegado su momento, y nada más.

Los seres humanos somos como aquel león a quien crió una oveja y se creyó oveja hasta que le cogió un león y le enseñó su verdadera figura en el agua tersa y cristalina de un lago. La imagen que tenemos de nosotros mismos, no procede de nuestra experiencia directa; sino de las opiniones de otros. Una personalidad impuesta desde fuera, reemplaza a nuestra verdadera personalidad que podía haber crecido desde nuestro interior. Simplemente nos convertimos en otra oveja del rebaño, incapaces de movernos libremente e inconscientes de nuestra propia y verdadera identidad. Haz lo que sea necesario para despertar tu león interior.

1 comentario:

  1. Y lo que me resulta preocupante es que apenas se enseñe "educación mental" desde niños, así como se enseña "educación física". Las necesidades de consumo están en nuestros hábitos y todas pasan por nuestras mentes. Ya he comentado con varias personas que así como, de cuando en cuando, nos sometemos a chequeos físicos, no estaría de más chequeos mentales porque, quién sabe, si con nuestros hábitos generamos algún tipo de trastorno. En el caso de la adicción, ya se empieza a hablar de adicciones a Internet (con comprobadísimos síndromes de abstinencia para quien no puede conectarse en varios días), al sexo, a los móviles, a los videojuegos, etc, etc.
    Menos pastillas para hacernos funcionar y más lecciones para sabernos funcionar. Saludos y enhorabuena por el blog.

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