lunes, 7 de diciembre de 2009

IN GOD WE TRUST

IN GOD WE TRUST

7.12.09

“In God We Trust” es uno de los lemas nacionales de los Estados Unidos. Fue elegido por el Congreso en el año 1956, y oficialmente se sitúa a continuación de "E Pluribus Unum" ("De muchos, uno") de acuerdo al código de los Estados Unidos, Título 36, Sección 302. El Presidente Eisenhower firmó la resolución de dicha ley el 30 de julio 1956.

Ambas ideas me llenan el alma de fervor interior, de calor humano, de seguridad y de confianza. Un pueblo que invoca a Dios en su dinero, en su himno y en su corazón, al ponerse la mano diestra sobre él, aparte de otras consideraciones y argumentos que pueden –y lo hacen a diario- hacer los enemigos de Dios, de la moral y de Yanquilandia, me parece un pueblo lleno de confianza y de sentido, que tiene leyes para cumplirlas y una justicia totalmente independiente del Estado, libre y sensata. Que, por lo menos sobre el papel, tiene una moral, lejos del puritanismo que le atribuyen, que, a mi manera de entender, tampoco es pernicioso o dual, sino una manera de ver la vida. Quizá demasiado utópica, pero una manera al fin y al cabo.

Los Puritanos ofrecieron un punto de vista alternativo a los planteamientos indigenistas, con un “pensamiento del nuevo mundo”, en el que las correas de transmisión culturales, veían al nuevo ser humano, redimido por la obra de Cristo, animado por las teorías, creencias y doctrinas de la transcendencia del hombre y azuzado por la ética de “causa efecto”, con la obligación de crear una “Nueva Jerusalen”, “una ciudad brillando sobre un monte,” en tierras Americanas. De ahí que, el paradigma Puritano dirigiera sus energías a la creación de una Nación totalmente pactada con Dios.

Para el Puritano en América, todo, en el amplio sentido de la palabra total, se halla bajo la tutela y supervisión divinas. Por lo tanto, desde los asuntos más excelsos hasta los terrenales, todos eran vislumbrados como vigilados por la Providencia Divina. A partir de estas creencias y voluntades, existe una seguridad del retorno de Cristo a este mundo nuevo.

¿Qué se puede objetar a estas ideas que, necesariamente, tienen que nadar en el piélago de la moral, de la ética, de la bondad y de las buenas costumbres? Puede haber, como en todas partes, gentes que usan y abusan de su poder para intentar instaura un estado de cosas al margen de estos valores. Pero como base, a mí se me hace la boca agua, sólo imaginando un pueblo supervisado, a conciencia, por la Providencia Divina.

Cuando los gobernantes intentan, al margen de la democracia y de los valores éticos y morales, dar la vuelta a la tortilla, me da que tienen mucho que ocultar y muchas faltas que cometer, y su único refugio es la ausencia de moral que pueda impedir tropelías. Y como el lábaro de la moral es la figura de Cristo que, según el NT (Nuevo Testamento), dio la vida por todos nosotros, intentan eliminarlo porque cada vez que lo ven les remuerde la poca conciencia que les queda –todos son descendientes de gentes de bien, con moral y con éticas intachables- y ver un crucifijo, sea donde sea, es como para Drácula ver los ajos; se les arruga la cara, se pone la coló quebrá y se lo hacen en los calzoncillos.

Me parece una buena idea lo de colgar en cualquier parte, incluso en las aulas o en las clases de los colegios públicos, obras de arte. Me refiero al Cristo de Velázquez o La Sagrada Familia del cordero de Rafael. ¿Qué? ¡No son crucifijos! ¡Son obras de arte! ¡No se atreverá la Ministrilla de Culturilla, a retirar obras de arte de las paredes de las aulas o colegios, públicos o privados!

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