jueves, 18 de marzo de 2010

EL CAFÉ DEL PRADO







Entré en el café frotándome las manos. La temperatura fuera era muy fría y se agradecía el calor que desprendían la cafetera y los radiadores que habían dispuesto estratégicamente para que se calentaran los clientes.
- Buenos días –saludé- ¿Sería tan amable de ponerme, cuando pueda, un chocolate y unos churros? ¿Tienen chocolate, verdad? Hace tanto tiempo que no vengo por aquí que tendré que adaptarme a las costumbres imperantes.

- ¡Cómo no, caballero! –contestó el camarero queriendo adaptarse al hablar educado y comedido de aquel personaje tan peculiar- ¿Es usted de por aquí?
- Ciertamente no. Vengo de muy lejos para consolar a un pariente cercano en trance de dejar este mundo. Y mi misión es hacer que haga el tránsito lo más feliz posible. Cosas que le tocan a uno; marrones con los que tiñe la vida algunos acontecimientos que, quieras o no, nos tenemos que tragar. Así que, puestos a deglutir ‘marrones’, bueno será dar buena cuenta del chocolate calentito.
- Sí señor, y que lo diga. Hay ocasiones en la vida en las que no hay más remedio que engullir el sapo que nos salta al paso.
- ¿Y usted es de Madrid?
- Sí señor, nacido en esta tierra de contrastes y de actual relajo de costumbres. Al entrar usted y pedirme tan educadamente, a mí, pobre servidor, mísero camarero detrás de la barra de un café, que ya no me respetan ni los niños que vienen acompañados de sus padres. “¡Oye, tú –me espetó el otro día un mocoso que no levantaba tres palmos del suelo- O me traes mi colacao cagando leches, o te salpico una hostia!” No crea que los padres le reconvinieron ¡qué va!, se partieron de risa por la insurrección del pequeño monstruo que, no tardando mucho, acabará echando de casa a sus padres, para esnifar con cuatro colegas, para colgarse y no darse cuenta de la mierda que le llega al cuello. Pues, repito, me ha producido usted una sensación muy agradable, como si le conociera de toda la vida…

La barra se iba llenando poco a poco de gente que hacía un alto en su trabajo e iba al café del Prado a desayunar, unos, y almorzar los otros. Cuando sólo quedaba una banqueta libre, la cogió apresuradamente una ‘dieciocho’ pugnando para conseguirla con una señora anciana a la que la dedicó una mueca de victoria una vez conseguido su propósito. Me bajé de mi asiento y se lo ofrecí amablemente a la señora, que me dedicó un gesto de agradecimiento y una sonrisa.

Un grupo de estudiantes, la mayoría chicas, parlaban de sus asuntos. ¡Qué fuerte, tía! –decía una- Ese colega está colgao y le ha pedido rollo a La Cheposa. Y como es mazo bestia, la va a hacer una tripa y luego la va a dar puerta, el muy hijo puta. Me quedé anonadado. No entendía nada de aquella jerga y de los modales que empleaban para expresarse. El colmo para mí fue ver como se besaban en la boca una parejita encantadora, que no tendría más de diecisiete. Al poco rato, ella se apartó bruscamente del chico y le dijo: ¡Bestia, que me has hecho daño!, vas a morder a tu puta madre…

El camarero, que estaba en todo, se dio cuenta de mi extrañeza, y se buscó el tiempo, entre caña y caña, para seguir charlando.

- No se extrañe. Esto es la costumbre. Debe hacer mucho tiempo que no viene por aquí …
- Mucho tiempo. En mi sitio no pasa esto, y cuando yo frecuentaba este café, tampoco. Me dan mareos. No comprendo nada de lo que pasa. La juventud está desconocida, y lo que más me extraña es que la gente mayor que la rodea, se calla y asiente agachando la cabeza. No entiendo nada. Deseo acabar con mi cometido aquí y viajar de nuevo a mi lugar.
- Perdone. Antes no me ha contestado, o yo no lo he oído ¿De dónde viene, querido amigo?
- Del cielo, hijo. Del cielo.

1 comentario:

  1. Me ha emocionado este relato, solo el pensar que el camarero que sirve el chocolate y los churros al viajero del cielo, pudo ser mi padre Fermín, camarero durante muchos años en el Café del Prado, aunque no podia charlar mucho con los clientes debido a que Doña Amparo siempre estaba vigilando desde la caja.
    Saludos

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