martes, 16 de marzo de 2010

EL EFECTO PLACEBO





Hace tiempo que intento colarme de rondón en la ciencia oficial para explicar el efecto de la mente sobre la creación de nuestras enfermedades. Todos los argumentos que esgrimen las ciencias paralelas a la oficial, no tienen ningún refrendo por parte de las diferentes academias. Intentar explicar con visos de cientifismo el poder de la mente sobre las enfermedades y, por lo tanto, sobre su curación, es chocar, sistemáticamente con un muro de incomprensión, ridículo y oprobio, cuando no de ataque sistemático con todas las armas que tiene a su alcance la industria de la Farmacia.

Sin embargo hay un efecto aceptado por la ciencia oficial; incluso por la medicina, que podría entroncar en la otra parcela de la ciencia esotérica, oculta, paramédica o paralela. Se trata del efecto placebo, estudiadísimo por la medicina y por la farmacia, pero desechado como inútil e inservible en cuanto se demostró, fehacientemente, que, en un tanto por ciento muy elevado de pacientes, funcionaba mejor que la farmacopea al uso, porque carecía de efectos secundarios; esos efectos nocivos que toda sustancia farmacológica debe de aportar –axioma médico- para ser efectiva.





El efecto placebo es el fenómeno mediante el cual la sintomatología de un paciente mejora mediante el tratamiento con una sustancia placebo. Es decir, una sustancia inerte que no introduciría sustancias químicas, supuestamente curativas del padecimiento del individuo. La explicación fisiológica postulada para este fenómeno sería la estimulación, mediante la secreción de endorfinas,  del núcleo accumbens,  que significa "núcleo que yace sobre el septum", es un grupo de neuronas del encéfalo, localizadas en el lugar donde el núcleo caudado y la porción anterior del putamen confluyen lateralmente dispuestos con respecto al septum pellucidum. Se piensa que este núcleo tiene un papel importante en la recompensa, la risa y el placer,
que daría como resultado la mejoría del cuadro sintomático del paciente.



Todas las ‘intermedias’ de todas las plantas de medicina interna, de todos los hospitales de medio mundo, tienen, en algún cajón, un montón de botes de pastillas de placebo, fabricadas por las mismas farmacias de los centros, con almidón encerrado en una cápsula. Y, naturalmente, las emplean. Y, lógicamente, con éxito.
Y es el paciente, con su convencimiento sobre la bondad del medicamento y los efectos beneficiosos que van a obrarse sobre su padecimiento, el que hace que su cerebro segregue las endorfinas necesarias para su bienestar, y, en suma, para su curación.

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