martes, 9 de marzo de 2010

OTRA SECUELA DE VIVIR EN LA PUÑETERA MENTE



El artículo precedente, El tonto útil, constituye una secuela de la enfermedad vivir a ciegas durante tanto tiempo. Luego, la tontería, deja achaques y ajes que tienes que soportar hasta el final. A no ser que seas consciente de lo que hay, y entonces desaparecen como por arte de magia. Yo me lo voy a permitir para no caer en el complejo de culpa, que también está relacionado con la vida anterior. Y, de todas formas, una enfermedad de varias decenas de años vividos en la penuria mental, da para mucho y para muy poco. Para mucho, reforzando las posturas, ideas y compulsiones de siempre. Y para muy poco, cuando te planteas vivir una vida nueva, despojado de las ideas antañonas y obsolescentes de haber vivido en el pensamiento.




El pensamiento me ha llevado a lo que actualmente soy, por dentro y por fuera, en el plano físico. Todas mis células han respondido a mis pensamientos; se han adaptado a ellos a lo largo de muchos años de existencia y de permanencia en mis ideas. Reconozco que he vivido en mis conceptos. Mi vida han sido mis pensamientos; he vivido en función de ellos. Ellos me han atemorizado, me han encadenado y me han sojuzgado. Yo no he sido, yo mismo, he sido mis pensamientos. He existido, he comido, he soñado, he amado y he sufrido en mis pensamientos. Ellos han sido mi ego durante demasiados años. Ahora está pugnando por recuperar su poder omnímodo; por escarnecerme nuevamente en su ecúleo de tormento. Soy consciente de ello y de lo poco fácil que es vivir en otra parte en vez de en el pensamiento. Vivir el momento, la circunstancia, el día a día, el instante santo. Sin ninguna otra consideración; sin ningún temor, sin futuro, sin pasado, sólo un presente continuo y eterno. Sólo eso: El presente espléndido vivido intensamente, con pasión, con ganas, a tope.




En los momentos de lucidez, de vivir en el eterno presente, me doy cuenta de las patrañas de la gente, de los dramas que organizan, de los juicios de valor absolutamente equivocados, de los odios que genera la envidia, el miedo a un futuro siempre incierto, comprometido, estremecedor. De las ideas, siempre erradas, sobre lo que piensan que va a venir; sobre lo que quieren que venga; sobre lo que no quieren que se vaya; sobre lo que piensan que es su cuerpo; sobre lo que piensan que es su cerebro, su cabeza, su intelecto, su vida y su muerte. Todo ficticio, irreal, nimio, vacuo, intranscendente. Nada.

¿Realmente alguien habrá vivido durante algún tiempo en el presente absoluto, único, tajante, completo? Aquellos que crearon doctrina, sentaron cátedra, nacieron y murieron cuando quisieron, e intentaron trasmitir su idea para mejor existencia del hombre en la tierra. Ellos vivieron el instante santo y lo dijeron, y lo proclamaron, e intentaron que todos vivieran con y como ellos. Ninguno les comprendió. Jesús lucho por que la gente de buena voluntad que le rodeaba, aprendiera algo de lo que el practicaba. Todos han tenido que volver a este plano durante cientos de encarnaciones, que no les han ayudado a aprender el secreto del momento santo. Ahora están todos aquí, encarnados en este plano por elección de cada cual y en conjunto, para intentar cerrar círculo, sanar situaciones y aprender la necesidad perentoria de vivir el momento santo con todo el alma y con todo el corazón. Sin pensar en el pasado, que ya pasó, no me puede afectar. Ni en el futuro, que no existe; lo hacemos momento a momento. Es portentoso que se tarde tanto tiempo en aprender una cosa, tan aparentemente sencilla, como es el vivir intensamente cada momento. Que el pensamiento, donde todos hemos vivido durante tantos siglos, no nos ha enseñado absolutamente nada. Y que aquel que atrapa al vuelo la clave de la existencia del hombre en este plano, para no volver, vive plenamente, sin miedo y es capaz de transmitir paz y sabiduría a los demás.


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