jueves, 8 de abril de 2010

CABREO, SÍ, PERO CON MEDIDA Y CONCIENCIA

Pincha en el play del cuadro inferior y escucha a Elton John, mientras lees.






Me escribe Begoña Macho, buena amiga y fiel seguidora de mi blog, para hacerme una reflexión sobre el cabreo que reflejé en el artículo El seminario de Chen Yong Fa. En cierto modo, ella se extraña y se llena de estupor –aunque dice que es broma-, porque yo responda a los estímulos negativos que me proporciona la vida, con un cabreo del quince. Se conoce que ella, verdaderamente creía que yo era insensible a los estímulos, y tan elevado, que con dificultad podía descender a cagarme en todo lo que se menea, ante un caso de falta de respeto flagrante.

Somos humanos y estamos con los pies en el pavimento, en el asfalto o en la tierra. Si estuviésemos allá, en el cielo, no tendríamos nada que hacer aquí abajo. Agustín Delgado, mi chamán de cabecera, decía referente a esta dualidad, que era necesario equilibrar nuestras dos partes, la divina y la humana. Él lo refería, más o menos, así: “Cuando mi parte humana ve al Agustín que se ha elevado a los cielos para meditar, rezar y divinizarse, le exhorta: “Agustín ¿Qué haces otra vez allá arriba? Mira, que hay que trabajar para pagar la letra que vence a finales de mes, y hay que comer, y vestirse. Baja de ahí cagando leches, Agustín, hermano” Cuando la parte divina veía la humana de Agustín, le decía: “Agustín, muchacho ¿Cómo eres tan derrochador? Mira que ya tienes cinco pantalones ¿Te vas a comprar otro más? Repara en la necesidad de elevarse un poco y no dejarse atrapar por las cosas materiales”.





Ahí está el intríngulis de la cuestión: Equilibrar. Y para ello hay que comenzar por ser consciente del papel que estás desempeñando en cada situación. Y, sobre todo y por encima de todo, elegir cuál va a ser tu reacción. Ante cualquier situación, tú eliges cuál será tu respuesta. Eliges levantarte, de buena mañana, cabreado como un mono, o feliz como una perdiz. Optas por aceptar los hechos que te afectan con buena cara, no juzgándolos, no criticándolos y dedicándote a vivirlos y tener la experiencia, o, de lo contrario, tiras las patas por alto, chillas, vociferas, exhalas ventosidades fetatorias por la boca, elevas tu tensión arterial, segregas adrenalina y le proporcionas un estrujón a tus cápsulas suprarrenales, con las consecuencias nefastas que esto tiene en tu economía orgánica. Pero todo ha partido de tu decisión. Nadie decide cómo reaccionas ante los hechos de la vida. Tú eres responsable de esa parcela, como de todas las demás.

Por otra parte, es bueno y saludable emprenderla, en momento dado, con un cojín, con una silla, o clamando al cielo, para no comerte la situación, que, en tu interior, se va a pudrir y, tarde o temprano, olerá fatal. Pero con mesura; sin pasarte. Y, sobre todo y por encima de todo, no vomitando tu bilis en el pecho de quién menos tiene la culpa de tus paranoias.

¡Cálmate, muchacho, que los cabreos sin conciencia y sin medida, son nefastos para todo! Y las prisas, sólo son buenas para los políticos y para los malos toreros…

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