lunes, 26 de abril de 2010

ENTRA EN TU INTERIOR

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ENTRA EN TU INTERIOR

Mira, Raimunda, yo ya sé que te acucian los problemas, que sientes una imperiosa necesidad de amar y sentirte amada. Créeme, todo llegará. Eres joven y estás llena de vida, aunque tú no lo creas y estés intentando cambiar tu aspecto externo en vez de mirar tu interior. Ya, ya sé que, tú, la teoría te la sabes de memoria, que no hay cosa que ignores dentro del campo de la ayuda espiritual. Pero, quizás estés errando tu objetivo, que debía ser tu interior. Tienes por delante un duro trabajo de interiorización. Tu misión, a partir de ahora, es interiorizar y trabajar contigo misma, sin desfallecimientos, para alcanzar tus propósitos.

Siempre me he preguntado si la gente sabe lo que es interiorizar, trabajar en el interior. Raimunda definió el concepto como una suerte de recopilación de toda la vida, reviviendo las circunstancias dignas de sanación. Ella rechazaba esa idea como excesivamente dolorosa, ya que había tenido, en épocas anteriores, vivencias desgarradoras para el cuerpo y para el alma. No podía con la idea de rememorar aquello que tanto la hería la piel y el espíritu. Diciéndolo se emocionó y sus bellos ojos verdes y expresivos se humedecieron. Me compadecí profundamente de su mala interpretación y me apresté a aclararle el concepto.







El pasado ya paso, no me puede afectar. Verdaderamente estamos hechos de las vivencias del pasado; cada una nos ha proporcionado un surco, una mancha, una arruga en la piel, que nos proporciona nuestra personalidad. Pero aquello constituye el lejano ayer y no hablo de revolverlo de su tumba. Es el hoy en el que vivimos, nos instalamos, sufrimos y reímos. Y es ahora donde tenemos que reparar los yerros. ¿Sabemos realmente qué tenemos dentro, lo que verdaderamente somos y sentimos, lo que amamos y lo que odiamos? Lo dudo mucho. Y esa es precisamente la puerta de entrada del trabajo de interiorización. El Nosce te ipsum del templo de Delfos. Conócete a ti mismo, y la coletilla que aclara la propuesta al consejo: “…Y conocerás el mundo y a sus dioses”.





No quiero que nadie se entere de lo llevo realmente dentro. No me gustaría, nunca, que la gente me conociera de verdad. Lo que más temo es que los demás sepan que soy: Un canalla, un castrador, un asesino en potencia, un ladrón, un machista, un maltratador, un gran dictador, un miserable, un tacaño, un lujurioso, un guloso, un vago…etc. ¡Ese es el trabajo interior! No decir: “No, si yo a fulanito ya no le odio. Le miro y paso de él”. ¡Y una mierda!, cada vez que le ves se te revuelve el hígado y te falta poco para vomitarle encima. “Yo perdono, pero no olvido”. Pues eres un imbécil como la copa de un pino. Es cuestión de perdonar y olvidar.

Marlen Marlo, en su libro Las voces del desierto, cuenta sus experiencias junto a los ‘auténticos’, aborígenes australianos que rechazan la palabra como método de expresión de las ideas. La palabra sólo sirve –según ellos- para cantar, para sanar y para invocar. Para charlar y para expresar ideas utilizan la transmisión de pensamiento. Y este sistema funciona porque ellos están abiertos de corazón a que los demás les lean el pensamiento. Son íntegros, verdaderos y honestos, siempre. Y estas cualidades hacen que la transmisión y la lectura del pensamiento sean posibles. Vete tú a decirle a un ‘segoviano’ de pro, que se abra el corazón para que le leas la mente… Pero por ahí empieza el trabajo que nos puede sanar y hacernos libres, por conocernos a nosotros mismos y abrir nuestro corazón para que lo lean los demás.



Si he aclarado las dudas de Raimunda me alegro infinito. Y si, de rebote, alguno ha cogido la onda, mejor que mejor. Esto es la base del entendimiento, la relación y la felicidad.

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