lunes, 10 de mayo de 2010

TODOS, APROXIMADAMENTE




Mi siempre admirada Bárbara Alpuente, escribe en su columna semanal de Yo dona (8 de Mayo 2010) Su artículo Todos, en el que explica la cloaca en la que se ha convertido su barrio. En él, los adolescente beben, pelean, se cuelgan cohabitan y mean en la calle hasta altas horas de la madrugada, para ‘jolgorio’ de los vecinos de bien, que pretenden dormir de noche. Después de teclear una narrativa que a mí me gusta mucho, casi al final dice:

“…Concluimos que la juventud está muy mal, que viven en la inercia, en el desaliento, en la desidia biológica provocada por la falta de responsabilidad con sus propias vidas. Y juzgamos con el cinismo del que habla de la sociedad en tercera persona, como si la cosa no fuera con él. Como si tratara de una mole informe sin caras ni latidos. Convertimos a los jóvenes en un monstruoso ente que sólo aparece para robarnos unas horas de sueño y ensuciar nuestras aceras. Pues, sinceramente, cuando el desquicie anímico roza el límite hasta este punto, algo debemos estar haciendo mal. Todos.”(Sic)





Siempre he dicho que la gente hace lo que le dejan hacer. Cuando nacemos, aparte de nuestras memorias celulares, traemos impresa en nuestro cerebro reptiliano una serie de conceptos aprendidos, desde la creación del hombre ¿quién sabe hace cuánto tiempo?, que, de momento, nos inducen a repetir tics, manías y movimientos de defensa y ataque, así como una peculiar manera de ser con respecto a lo que todos llamamos calidad humana. Así, según las últimas investigaciones, la mitad de la humanidad (aproximadamente), nace con buenos sentimientos y bondad innata, y la otra mitad nacen hijos de la gran puta por naturaleza. Y, claro, hay que pensar en educar a la segunda mitad para que no contamine a la primera –muy proclive también a la molicie- ¿Qué hacemos para poder convivir en paz y armonía? Educar a nuestros hijos como a nosotros (aproximadamente) nos educaron nuestros padres.

Mis progenitores me aleccionaron con esmero y sabiduría, y yo he procurado hacer lo mismo con mis hijos. Pero, al final de la película, son ellos los que deciden, apoyados en ciertos parámetros que aprenden, imitan o rechazan de su entorno.

Yo educo convenientemente a mis hijos, pero ellos son gregarios, y en sus andanzas se mezclan con todo tipo y pelaje de individuos, la mitad de ellos (aproximadamente) hijos de la gran puta –aunque sus madres sean ajenas a ello- ¿Qué hacen los segundos? Meterse en líos y propender al porro, a la ‘litro’, al desmadre y al sexo libre, y, naturalmente, buscarse aliados y cómplices. Y mis hijos, casi todos (aproximadamente), caen en la añagaza y acaban cagándose en las aceras con un cuelgue que les mola (modernamente ‘les chola’).



El ambiente de mi casa es el que yo he fabricado con mi esfuerzo personal, con mi bien hacer y a golpe de educación y decreto ley. Pero ¡Ay, amigo! Salen a la calle, y la calzada y las aceras no son mías, son del Ayuntamiento, que es el que imparte normas y leyes de obligado cumplimiento, y el que alecciona a la policía local de lo que deben o no hacer con los delincuentes. Y según el color de sus ideas y de sus conveniencias políticas y electoralistas, así es la actuación de las autoridades. Y los políticos no han hecho en vano las leyes de la enseñanza, cada vez más laxas y permisivas. Ni las leyes sociales, cada vez más ajenas a las tropelías de la juventud. Ni las leyes de regulación de actos callejeros, horas permitidas para algaradas y esparcimiento juvenil, y ruidos del medio ambiente. Ni las normas para castigar a camellos y ‘usuarios’ de drogas estupefacientes, botellón y demás elementos perturbadores del cerebro juvenil, todavía inmaduro, para educar a la juventud y que sepa discernir entre el bien y el mal. Les han puesto todo esto para que se hagan votantes del que les está permitiendo toda esta serie de abusos; para que no puedan pensar, para que no sean capaces de razonar; para crear una masa amorfa fácil de moldear a sus caprichos electoralistas. Pueden pegar a sus padres, pueden no estudiar, pueden estar mal educados de solemnidad, pueden drogarse, pueden follar, pueden molestar al prójimo, pegarle, e incluso matarle, con penas que a mí me dan la risa. Tienen todos los derechos y ninguna obligación. ¿A quién crees que van a votar la mayoría (aproximadamente) de estos angelitos fabricados por los gobernantes?

¡Que sí! ¡Que tienes razón! Que hay también jóvenes majos, decentes, responsables, trabajadores. Pero, al final la que cuenta es la ‘mara’ consentida. Las minorias –si quieres- de siempre. Esas que a final hacen de bisagra y le dan los votos al que menos se los merece.

¿Qué podemos hacer nosotros ante este orden de cosas? Rogar para que llueva sensatez, honradez y honestidad sobre los políticos, que son los que mandan (aproximadamente). Para que se den cuenta de que ellos también tienen hijos. O, de una manera tranquila, reposada y juiciosa, pensar que lo mejor que podemos hacer es crear una revolución silenciosa no votando a nadie en las próximas elecciones. A ver si toman conciencia del ridículo que están haciendo y de la fábrica de monstruos que están creando, y que, entre otras cosas, van a sufrir ellos también (aproximadamente).






Esto lo digo desde mi lado humano. Ahora voy a abstraerme y daré mi opinión desde mi lado divino. Cada cual ha venido a este mundo para tener su experiencia, y yo no puedo interferir en la experiencia de los demás. Algunos han venido para hacer el bien y otros para hacer la puñeta, y, ambos, cumplen fielmente con su papel; con el rol que les ha sido encomendado, o han elegido ellos antes del aterrizaje forzoso (aproximadamente).

Nadie tiene derecho a juzgar al prójimo, ni siquiera a sí mismo. Todo está en armonía con las leyes divinas. Nosotros, todavía no lo entendemos. Y al paso que va la burra…(Aproximadamente)

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