jueves, 1 de julio de 2010

ACEITE Y AGUA



A veces es práctico, e incluso positivo, repetir las cosas cienes (acuñación de Savina) de veces, para ver si, alguna de esas últimas –me conformo con sea la última-, le entra en su coriácea mollera alguno de los conceptos que ayudan a vivir mejor y más feliz. Uno de los escollos de la gente, en general, es la verdad y la mentira. Son conceptos que exhibe la gente con soltura, a diario y no conscientes de si es verdad o mentira, pero el caso es largar.


Está muy extendida la pretensión, por parte de los tronchos, de querer tener siempre la ‘razón’; caer siempre de pie como los gatos; llevarse el gato al agua; permanecer encima como el aceite, etc. Y si están en peligro de perecer, mienten como bellacos, y la mayoría de las veces, cuela. A este tipo de ‘pinochos’ hay que ofrecerles la verdad de una manera incontrovertible, para que no la puedan rebatir con otra trola improvisada. Cuando ya no tienen por dónde salir, su frase escogida es: “Pues yo creía que 'ignorante' venía de 'rinoceronte'…” Y se quedan tan anchos y tan panchos.





Tengo varios pacientes, muy desesperados por cierto, pero sin ninguna patología tratable. Esto quiere decir que lo que tienen –y lo tienen de verdad- es una imaginación portentosa y creativa, que fabrica fantasmas constantemente. Estas pobres personas sufren una barbaridad, es cierto, pero no hay remedio para ellos. Van siempre en pos del médico, chamán, brujo o iluminado que les toque con su ‘varita mágica’ y evite su tormento. Y ellos cumplen fielmente con su cometido, y les hacen tener más fantasmas de los que tenían antes de acudir a ellos en demanda de ayuda. Con estos ‘dolientes’ hay que andar con pies de plomo, porque están a la que salta, intentando traducir lo que les pasa, rebuscando entre las frases estúpidas de los médicos ignorantes. Y, claro, aprovechan cualquiera de ellas para justificar su dolor.






Uno de ellos siempre me argumenta: “Pero ¡qué voy a hacer yo, si no sé hacerlo de otra manera?” Yo he tratado de decirle mil veces lo que tiene que hacer, pero lo ve muy sencillo y lo desestima. “¡Qué más quisiera yo! Pero salgo de casa y ya se me pone el dichoso dolor en ‘salva sea la parte’, que no me deja ni dar un paso. Como que tengo que dejar que me ayude alguna persona porque soy incapaz de llegar a ningún sitio. Y, claro, como me encuentro tan mal, pues tengo que ir al médico. Yo lo tengo muy claro: Me duele, me pongo nervioso, me sigue doliendo cada vez con más intensidad y me voy a urgencias”. Para él está bien claro. Se cree que su problema mental lo desencadena el dolor, y el mecanismo es al contrario: Piensa y a continuación viene el dolor. “Pues no sé hacerlo de otra manera”. Hijo mío, es tan sencillo, que me da hasta rabia volverlo a mencionar: No te preocupes. Te has hecho cien pruebas con resultados negativos. No tienes nada. Lo que te aconsejo es que no pienses. “¿Y cuando llegue el dolor?” Entonces te recomiendo, más encarecidamente todavía, que sigas sin pensar.






No es posible. No puede ser tan sencillo. Las cosas que funcionan tienen que ser mucho más complicadas, como someterte a una intervención quirúrgica a coco abierto, o frotarte con sangre de carnero y estar una noche entera, en pelota, a la luz de la luna. Es lo de siempre, la ‘psicomagia’ de Jodorowsky. Las cosas tienen que ser raras, complicadas, incomprensibles y un poco ridículas para que la gente crea en ellas. Les dices: No pienses, dedícate a vivir el momento con pasión. Y no se lo creen. A lo mejor lo que hay que hacer es aumentar la presión en el enfermo, y, al borde del paroxismo, mandarle algo ridículo, después de un diagnóstico nefasto y mentiroso.


Pero quiere salirse con la suya. Es una cuestión de estar, o no, en posesión de la verdad, sin darse cuenta de que cada uno tiene su verdad y yo tengo la mía, cicatera, pequeñita, contingente, desvalida, pero es mí verdad. Y es una verdad que a mí me sirve. Y como yo soy normal, imagino que también servirá a las personas normales que me rodean. ¿En verdad las hay?

(Cuadros de Álvaro Reja)

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