jueves, 1 de julio de 2010

PACIENCIA, HERMANO




Es raro el día en el que, charlando con algún paciente, no saco a relucir la necesidad apremiante de vivir el momento. Y cada vez son más las personas que, al escucharlo, asienten complacidos. Están de acuerdo con la propuesta, pero, inmediatamente se cubren diciendo que es difícil. Yo, entonces, contesto: “No, no es difícil, es muy difícil” Soy plenamente consciente de ello, pero nadie dijo, nunca, que vivir fuera fácil; de hecho es muy difícil. Pero, en realidad, nuestra vida no es consciente. Todo lo que nos rodea sólo es una apariencia de la realidad. La realidad no existe; cada uno imagina su propia realidad, que únicamente habita en su pensamiento. Y ahí estriba la dificultad, en no dejar vagar el pensamiento hacia la cotidiana irrealidad en la que vivimos y moramos todos.







Y esa irrealidad de nuestro cotidiano pensamiento es lo tremendamente difícil. Y más dificultoso todavía es hacernos conscientes y empezar a vivir la auténtica realidad de vivir el momento. Las ideas se agolpan en la cabeza y, a menudo, escogemos una para concedernos la dosis diaria de tremendismo, al que somos adictos.







El porno en sus múltiples facetas, es un buen ejemplo de la locura del pensamiento humano. Hagamos una reflexión: Tengo hambre, pero no tengo qué comer. Paso por una tienda donde se exhiben apetitosos platos en el escaparate. Los contemplo y se me hace la boca agua. Con mi mente doy buena cuenta de todos y cada uno de ellos, incluido un dulce postre rematado en una cúpula de nata coronada con media esfera de guinda al marrasquino. Pero ¡Oh desencanto! Una vez que me aparto del escaparate tengo más hambre que al empezar a imaginarme comiendo con glotonería. Es mi mente insaciable la que impulsa en cada momento mis adicciones y mis manías. No encuentro peor ejercicio que contemplar escenas porno en la pantalla, en una revista o en cualquier otro medio visual. Es un estúpido sucedáneo, que está privando del placer a dos personas: Al que imagina, y a la posible pareja que se frustra con el sustituto. Hemos agotado la mente estúpidamente, y, sobre todo hemos vivido una irrealidad.

Si refrenáramos la mente con las riendas de nuestra voluntad firme de vivir el momento, no existirían situaciones fallidas, ni decepciones. Cada humano se dedicaría a vivir la situación que se planteara, sin una expectativa previa de la misma. Casi siempre, cuando nos creamos en la mente ideas de una situación por venir, nunca se acercan a la realidad. Nada tienen que ver con las cábalas que nos hemos montado en la mente.




La dificultad de vivir el momento, se une al vicio humano de la impaciencia total. “Dios mío te ruego que me des paciencia, pero dámela, ¡ya!”. Un poco de aguante y perseverancia, señores. Un poco de flema. Que las cosas necesitan su tiempo de maduración. ¿Se acuerdan del puchero de latón lacado, con varias lañas, de lo viejo que era, arrimado a la lumbre en la placa de la cocina bilbaína, haciéndose las judías lentamente, muy lentamente, para que el calor les prestase enjundia y nutrición? Bueno, es que yo soy muy antiguo, y he visto mucho cocimiento en las cocinas económicas.

Desde que se inventó la olla a presión, las judías ya no saben como antes, ni engorda la salsa, ni se hace como es debido. Todo deprisa y corriendo, y si no llega a tiempo, me lo imagino o me hago una ‘paja mental’. Reflexión, paz y sosiego. Todo llegará a su debido momento. Y, por mucho que te empeñes, va a llegar cuando tenga que llegar. Ni un minuto antes, ni un minuto después.

No es descabellado afirmar, que el momento santo es la panacea que podía sanar los males del mundo. Solamente eso, el vivir el momento; cada momento del día. Con pasión, con impecabilidad.

(Pinturas de Josep Baqués)

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