viernes, 23 de julio de 2010

FANTASMAS DE LA MENTE DE CLAUDIA

En uno de los muchos cursos sobre ciencia chamánica a los que he asistido, alguien me refirió una parte de su vida, durante la que fue tremendamente infeliz a causa de los celos tremendos que le acosaban a cada esquina, en cada recodo del camino. No le dejaban dormir, no descansaba espoleado por una sensación de angustia, de zozobra, de ira y deseos de comprender ‘por qué’, que se confundían con un sentimiento de venganza y, a pesar de lo mucho que amaba a su compañera, de ganas de herirla para sentir su dolor.

No estaba seguro de nada, ni siquiera de su infidelidad. Sólo se trataba de indicios, casualidades, situaciones, miradas. Nada definitivo ni concluyente. Nunca se había dado la situación de sorprenderla en delito flagrante, y, sin embargo, lo sentía como si la hubiera visto una y mil veces haciendo el amor con un amante imaginario, dotado de unos encantos de los que él carecía.








Ella no contribuía en absoluto a disipar sus temores. Una y mil veces callaba ante sus preguntas acuciantes; una y mil veces contestaba con evasivas que molestaban más que una respuesta contundente y afirmativa. Inseguridad, incertidumbre, vacío. Me contó que aquella etapa de su vida no se la deseaba ni al peor enemigo, pero tampoco a su mejor amigo. Los celos se introducen en el corazón y, sin remedio, lo estrujan hasta constreñirlo y dejarlo sin una gota de sangre. Las entrañas se revuelven y duelen como un mal cólico que hiede a su paso. Todo inútil, baldío, estéril; ningún resultado. Cuando sanó su situación y curó sus hondas heridas de amor comprendió que había luchado contra fantasmas sin forma para no conseguir más que destrozar sus nervios y seguir igual. Razonó que todo era fruto de su imaginación, y, aunque hubiera tenido algún fundamento real ¿qué podía haber hecho? ¿qué arma podía haber utilizado? ¿hubiera conseguido borrar el hecho del calendario? Lo hecho, hecho estaba, y había sucedido porque tenía que suceder.

Por mucho que se hubiera opuesto o que hubiera luchado por el amor recuperado de su pareja, nunca habría borrado aquellos meses de martirio. Nadie puede obligar a nadie a que le quiera con pasión y, sin embargo, todo el mundo desea ser amado con frenesí. Infructuosa pretensión. No puedes hacer que la gente te ame. No puedes obligar a la gente a eso. Cada cual alberga en su corazón sus sentimientos, pero esas emociones no tienen explicación: surgen como un estallido, como un geiser que expulsa con vehemencia su contenido fuera de sí. Sin control, como una fuerza desatad de la naturaleza.





Sin embargo, llegó para él la paz. Un buen día entendió que no necesitaba que lo amasen; lo que necesitaba vehementemente era amar con delirio; amar con toda la fuerza que tenía dentro y que quería ofrecer a los humanos gratuitamente, sin contraprestación alguna, sin esperar nada a cambio. Y se entregó a la tarea como un principiante. Al principio tropezaba a cada paso, luego se fue afirmando en su propósito hasta el punto de sentir su propia felicidad ofreciendo al prójimo lo que a él le sobraba. Y puesto que él así lo quiso, así fue, colmando de dicha a amigos y familiares.

Muy atrás quedó el tedio, la desdicha y el dolor ficticio y abstruso, incomprendido e irracional. Y todo provocado por un sentimiento equivocado, quizá aprendido en la niñez por boca de algún adulto ignorante. Ahora las gozaba en cada trecho del camino, dando a los caminantes los regalos que siempre atesoró en su corazón, y que, a medida que los ofrecía, se multiplicaban por mil, de manera que siempre tenía más que dar cada día de su vida.







Por último, llegó a la conclusión de que toda la batalla había tenido lugar en una liza de su mente. Él había fabricado el lugar, los contendientes, las armas y el odio infinito. Una vez desviado el punto de vista, desapareció la secuencia que nunca había existido en la realidad. Verdaderamente “La mente crea fantasmas que llegan a asesinar a sus propios creadores”

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