domingo, 18 de julio de 2010

KARMA YOGA

Mi último paciente, por ahora, ha sido un ingeniero de setenta y un años, que viene acompañado por su esposa, algo mayor que él. Se ven todavía enamorados. De un asunto se pasa a otro y, al final, coincidimos en muchos aspectos del ‘pensamiento positivo’. Me acaba contando que ha ejercido en Lérida, que ha tenido una vida plena, siete hijos, varios cientos de nietos, una finca explendorosa en Quintana del Puente y todavía ilusiones en su corazón. Aun así, piensa que ya no puede pedir más y que estaría satisfecho con cualquier final de su película. En el fondo es lo lógico. Un persona en el ‘final’ de su vida; en su última etapa, jubilado, rodeado de sus hijos, de su mujer (a la que adora visiblemente), sin problemas económicos y gozando de la tranquilidd del dolce far niente. “Me lo han puesto delante para que me refleje en él”, pensé al poco rato.






¡Que triste paradoja! Es todo lo contrario de lo que me pasa a mí. Son dos vidas absolutamente divergentes, quizá por imperativos del destino en el que, a veces, nos dejan influir en esta vida. Lo demás venimos con ello pactado y escrito en el contrato previo a nuestro aterrizaje. Casi simultaneamente, un amigo, alertado por mí de los problemas innumerables de mi vida, se brinda a confeccionarme una carta astral Ayurvédica. Los híndus han cultivado esta disciplina con gran fortuna y acierto, y él aprendió in situ esta ‘ciencia’ de la predicción por los astros, sus aspectos, sus oposiciones, sus dominancia, sus regentes, etc.

Al principio todo son parabienes. Los astros de mi nacimiento me dotan, gratuitamente, con virtudes importantes que atesoraré durante toda mi vida. La inteligencia, el poder de comunicación y la creatividad son determinantes en mi vida. Pero (siempre tiene que haber alguno después de las de ‘cal’) algún planeta anda haciendo de las suyas en la casa de las pérdidas, que aparecen en todas las actividades de mi vida, incluso en la relación pareja. Y todo esto no es indefectible y gratuito, es un pacto que yo acepté, antes de venir a vivir la vida, para experimentar y aprender dos cosas: El amor incondicional y el desapego. Ambas se complementan, son diferentes pero iguales, como mi signo: dual hasta las últimas consecuencias: Ángel y demonio; bueno y malo, rico y pobre…






Si experimentas el amor incondicional, lo que anhelas es hacer el bien a la persona amada, y, por extensión, a todo el mundo. Y lo mejor que puedes hacer por la persona amada, y, por extensión por todo el mundo, es dejarlos en libertad; que ellos decidan sobre su destino, sin sentir la presión del enganche, del rencor, de las reprimendas y de los reproches. Y esto es desapego puro. Y el desapego no es desamor, muy al contrario, es amor puro e incondicional. Es dar sin esperar recibir: es hacer las cosas por nada, sólo por el placer de hacerlas. Yo te doy mi amor y haz con él lo que tú quieras.







Amigos: mi situación es así y no puede ser de otra manera. Doy gracias por encontrarme en ella y tener ocasión de aprender y elevar mi nivel de conciencia. El final va a ser el mismo, y, ahora sí, de una manera indefectible. Lo que va a variar es cómo viva yo la experiencia. Puedo vivirla desesperado, temeroso del futuro, deprimido y enfermo; o, por el contrario, esperanzado, valiente, optimista y sano de cuerpo y alma. Llegaré al mismo sitio, pero de distinta manera. Así es la ley.

(Cuadros de Turner)

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