martes, 19 de octubre de 2010

LAS DOS ÚLTIMAS PROPUESTAS

Lo prometido es deuda. De las tres propuestas del sabio, nos quedaban dos: No comparar y esperar para entender las cosas a su debido tiempo. La primera tiene un fácil desarrollo muy comprensible. Las comparaciones son ociosas; ninguna persona es comparable a otra, cada individuo es único e indivisible y sus implicaciones, circunstancias y conflictos emocionales diversos. Cada situación es única e irrepetible y, por mucho que se quieran buscar puntos de encaje, no los hay; siempre hay cosas determinantes que no coinciden. No se pueden extrapolar situaciones ni personajes porque nada tienen que ver, aunque, en ocasiones sirva para poner ejemplos, que a la hora de la verdad no serán útiles. Definitivamente es ocioso comparar, ni a personas, ni a acontecimientos entre sí. Todos y todo es incomparable.




La tercera propuesta es: esperar para entender las cosas a su debido tiempo. Hay personas que quieren enterarse de todo inmediatamente: De dónde venimos, a dónde vamos, porque Dios no interviene en los conflictos, por qué permite todo este estado de cosas, por qué deja que la gente se mate, sufra y se muera de hambre, por qué existen tantos desalmados y tantos canallas que abusan de los humildes, por qué hay tantos ignorantes revestidos de poder humano… Son preguntas sin respuesta inmediata, pero que, sin embargo, serán respondidas en su debido momento. Es más, algunas ya han sido respondidas, ya están escritas, ya han sido difundidas por los medios de comunicación. Pero, aunque bajase el mismísimo Jesucristo al lado de Mahoma y de Buda y nos ilustrasen de las santas verdades, nadie se lo creería. Es la eterna paradoja del género humano: está ávido de saber y es tozudo para entender.

Me acuerdo del día en que comencé a recibir mis clases de Tai Chi. Estaba deseoso de aprender, sabía que aquello formaba parte del lote de mi enseñanza y quería tragármelo todo; metérmelo en vena y ser como el maestro al cuarto de hora. Preguntaba por la mejor forma de avanzar más rápido, pedía vídeos, libros, algo que me ilustrase y me hiciese recordar los apoyos fundamentales de la disciplina. Supliqué a un alumno avanzado que me diese clases de refuerzo. Él había entendido el sentido del aprendizaje, y por lo tanto, sabía sin darse cuenta, el sentido de la vida. Me aconsejó paciencia para dejar que mi cuerpo se empapara lentamente, docilidad para captar la enseñanza, disciplina para perseverar y fortaleza para persistir en ella a pesar de las dificultades. Luego, al cabo de los años, he tenido ocasión de recomendar a otros alumnos bisoños lo mismo que a mí me sugirieron, paciencia, docilidad, disciplina y valor. Hoy en día he tenido ocasión de estar orgulloso de mis progresos en el arte. Ayer me preguntaron cuántos años hacía que estaba aprendiendo Tai Chi, por lo bien que lo hacía. Sin embargo yo creo que mi maestro está muy por encima de mi nivel y que todavía tengo un largo recorrido por andar.




Cualquier enseñanza es como la vida misma, queremos meternos una sobredosis de ciencia, saberlo todo, entenderlo todo. No hay mejor enseñanza que la de la comprensión de que todo llega a su debido momento. Cuando está preparado el alumno, aparece el maestro. Y todo tiene que cocerse lentamente en el puchero, arrimado a las brasas, poco a poco. La olla rápida no permite que la salsa se reduzca dejando dentro de sí toda la enjundia de los componentes. Lento es santo. Hoy, 20 del 10 de 2010. Preciosa combinación numérica entre 20 y 10…estoy en disposición de poder entender que todo está bien, aunque nos parezca que está rematadamente mal; y que una virtud excelsa es la paciencia, que fortaleció a Job y le hizo merecedor de sus premios en otro plano.

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