lunes, 31 de enero de 2011

GRITOS Y SUSURROS

Se despertó aquella mañana con una placentera y extraña sensación. Tardó unos segundos en recuperar la memoria del pretérito inmediato y una oleada de calor invadió su espacio. Adelaide, su amada Adelaide, había accedido, por fin, a emprender un camino amoroso junto a él. Su eterna aspiración se había cumplido y, a partir de ese día, empezarían a vivir una auténtica aventura en la que exploraría sus selvas, sus desiertos, sus arroyos y sus bosques. En todos ellos esperaba encontrar la plácida tranquilidad del que ama y se siente correspondido.

La llamó por el móvil. La saludó y la hizo recordar su ardiente amor por ella. Le respondió con una sola frase de súplica: “Quiero verte cuanto antes. Te espero en mi casa impacientemente”. Cuando intentó responder ya no había nadie al otro lado de la ciudad. Desconectó inmediatamente y se aprestó a acudir a la llamada de su enamorada ciertamente desconcertado ¡Había implorado durante tantos años su amor, que ahora no sabía cómo interpretar aquella solicitud menesterosa!




Casi sin aliento, azarado, llegó a la puerta de la casa de Adelaide después de dejarse el resuello en los 60 peldaños que había escalado. No le hizo falta llamar. La puerta se abrió y en el umbral apareció ella arrebolada y medio desnuda, con unas ojeras que contrastaban ciertamente con su semblante de felicidad. Había pasado la noche en vela pensando en aquel encuentro. Ella también había deseado durante muchos años su compañía, pero no se acababa de fiar de la honestidad de las intenciones que Ricardo podía manejar con ella. Sólo la convicción de sus buenas intenciones la decidió a derribar la muralla que no le había permitido penetrar en su ciudadela. Ardía en deseos de poseer a aquel hombre objeto de sus sueños e, imaginándolo, no había podido abandonarse en brazos de Morfeo.

Se fundieron en un abrazo que confundió al tiempo. Se besaron ardientemente y, desnudos, se amalgamaron el uno con el otro en un intercambio de caricias, besos y placer.

Desde aquel día no hubo cuartel, ni imaginaron sosiego en su amor. Se buscaban ansiosos apartando el tiempo. Si ella le llamaba, él acudía presto a sus brazos interrumpiendo cualquier tarea. A veces sonaba la puerta, y allí aparecía él rebosante de amor y de deseo.

Llegaron los hijos que no fueron obstáculo en su diario amoroso. Cuando los niños se hicieron mayores buscaban cualquier momento y las más diversas circunstancias. Hacían el amor en el ascensor, en el aparcamiento, en el automóvil o en el servicio de un bareto. No pasaba ni un momento en el que uno no tuviera en su mente al otro.

Así transcurrieron los años entre mieles y lisonjas. Durante el tiempo de su relación sólo pensaron el uno en el otro con desbordada pasión; y como habían vivido escogieron morir: uno al lado del otro, fundidos en un abrazo para la eternidad. Fue en las bodas de oro cuando sus hijos les regalaron un viaje de placer a México. Allí dejaron esta existencia en el terremoto del 28 de Julio de 1957. Los encontraron escarbando en las ruinas del hotel donde se alojaban, fundidos ambos y con una sonrisa en los labios. Todavía evocan su vida en los círculos cercanos. Nadie de los que los conocieron los podrán olvidar…




Esta historia es conmovedora y quizá sea cierta; vete tú a saber…Pero dudo que le interese a mucha gente. No vende, no engancha en las mentes actuales que dos seres, henchidos de amor, lo mantengan en la misma intensidad durante toda su vida, y que mueran juntos sin haber tenido ni una sola desavenencia, ni una desgracia, ni una rencilla, ni un dime, ni un direte. Esto no vende. A la gente de hoy no le interesa ni lo más mínimo. Es una historia destinada al fracaso, al olvido y al ostracismo.

Lo que vende hoy en día son las historias de amores desgarrados, frustraciones, infidelidades, neurosis obsesivas, instintos asesinos, venganzas, depresiones y trastornos bipolares. Si Ricardo hubiera contraído un carcinoma de pene y se lo hubieran tenido que mutilar quirúrgicamente para salvarle la vida, a costa de perder el contacto sexual con su amada y ansiada Adelaide que, insatisfecho su instinto ninfomaníaco, se hubiera buscado un varón con todos sus atributos. Si él, amargado, se hubiera suicidado. Si ella, arrepentida, hubiera ingresado en un convento de Carmelitas descalzas para purgar sus pecados, eso sí que vende…

Total, he llegado a la conclusión de que lo que al lector actual de revistas del corazón, programas basura y novelas, le gusta y le pone es el morbo, el pecado, la rapiña, los complejos, lo raro, la lenidad y el cáncer. La suavidad, la ternura, la bondad, la honradez, la tranquilidad…no venden nada. No preocuparse, lo mío es lo afable.

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