lunes, 31 de enero de 2011

VOLADORES Y DIÁLOGOS INTERNOS

Bárbara Alpuente escribe una columna en el semanal de ‘El Mundo’, ‘Yodona’, en la que dice que hay mañanas en las que se le mete una idea en la cabeza que da al traste con la bondad cotidiana. Los llama murciélagos. Al final escribe otra idea muy interesante que se refiere a las charlas que mantiene consigo misma y que también, la mayoría de las veces, la producen inquietud. Ambos temas me subyugan y la contesto ampliando ambos.

No podías haber expresado mejor dos de las ideas con las que maneja el chamanismo la mente humana. Hay dos sutiles diferencias, a tus murciélagos el chamán les llama ‘voladores’ y los describe físicamente como unos animalitos provistos de alas, con una especie de trompa chupadora, que vuelan alrededor de los humanos y están alerta en todo momento esperando que bajen sus defensas, por cualquier revés de la vida, para infiltrarse dentro de su espacio vital, chuparles la energía negativa y, prestándoles nuevos pensamientos luctuosos, seguir alimentando de ellos. Y en el caso de tus charlas contigo misma, las llama «diálogos internos»




Yo describo la mente humana como una gran pantalla –como la pared de un frontón– donde van a rebotar los miles de pensamientos que son capaces de llegar a nuestra cabezota. Cada pensamiento es una pelota de frontón que llega, rebota y sale impulsada con la misma fuerza que llegó. Estos que son repelidos, son aquellos pensamientos intranscendentes con los que la mente no va a poder «regocijarse». Pero cuando un pensamiento sustancioso, muy negativo, negro, atomizante y abracadabrante llega a la pared del frontón, en vez de ser rechazado, damos permiso para que penetre profundamente en la mente, y allí lo disecamos, lo estrujamos y frotamos nuestra cabeza con sus restos hasta hacernos sangre.

Existen dos técnicas para ambos casos. Para los voladores, en el preciso instante en el que el pensamiento matutino surge pujante para darnos el día: A) empiezo a rezar mantras –por ejemplo: «Om tare, tutare turí shohá»–, o a contar de 2.000 a cero en sentido inverso. B) Me hago consciente de que es un pensamiento que no es mío y repito varias veces: «Este pensamiento no es mío, fuera de mí». Y hago el ademán de ahuyentar a los voladores con las dos manos. En el caso de las pelotitas de frontón, tengo que adquirir la costumbre de ‘etiquetar’ pensamientos: Este es bueno, lo puedo pensar; este es fatal, y si sigo con él, sé que me va a fastidiar el día. Una vez etiquetado, dejo pasar al bueno y rechazo el malo. El caso es no dar entrada a pensamientos que no me van a proporcionar ningún placer; muy al contrario, me van a fastidiar. Y ya no estamos para jodiendas (perdón por el lapsus linguae).

A los pensamientos intrascendentes y a aquellos en los que me complazco les dejo jugar conmigo horas y horas. Todos los viernes compro un boleto de apuestas para los ‘euromillones’. Suele tocar un zurrón de pasta que no es normal. Y durante la semana me gasto toda la pastizarra como si ya me hubiera tocado. Y discuto conmigo mismo: No, a fulano que le den tila. A mengano le voy a forrar el riñón para que no tenga problemas en la vida. No, a perengano no le voy a dar tanto que luego se acostumbra… Y así paso grandes momentos. Claro, lo importante es que cuando llega el viernes siguiente y no me ha tocado ni una mierda, no me frustro; simplemente compro otro boleto y lo vuelvo a distribuir con arreglo a mis conveniencias.





Con respecto a tus diálogos, las ciencias chamánicas y el Rebirthing lo llaman «Diálogos internos» Y son aquellos en los que charlas contigo mismo o con otro. Cuando charlas con otro, nunca se acerca a la realidad, y cuando lo haces contigo mismo, tampoco. Así que, en lugar de establecer el «Diálogo interno», lo más práctico es vivir el momento o hacer la técnica de 180°. Para vivir el momento vasta con enfrascarse en la tarea de ese instante y hacerla impecablemente. La técnica de 180° consiste en que cuando estás contemplando un panorama aleatorio y te surge la crítica –que también te jode cantidad– o el pensamiento negativo, te giras 180° y defines lo que ves delante de ti en esa posición: ¡Hombre mi retrato del 67!. En esa época estaba algo más joven y más moreno. Acabábamos de llegar de Torreblanca del sol y mi ex cuñado, el virtudes, me lo hizo en un santiamén. Está bonito. Me gusta. Le voy a cambiar el marco para que se adapte un poco más a la decoración del resto del despacho… Y así ya se me ha olvidado el motivo de la crítica que estaba emprendiendo, o del pensamiento jodido, jodido, jodido, que me iba a perjudicar más a mí de lo que fuera de desear.

En general, cuando me levanto miro a través de la ventana de mi dormitorio y, además de darme cuenta de lo sucios que están los cristales por las últimas lluvias, doy gracias por el día que me ha tocado vivir, por todo lo que tengo y por lo que no tengo. Esto me ayuda a no pensar. Y esa gratitud que le mando al Universo, Dios, Alá, La madre naturaleza o quien quiera que esté allí arriba velando por nosotros, me la devuelven con creces. Luego, durante el día, me meto la mano en el bolsillo, toco una piedra redondita, lisa y brillante que rapiñé de un árbol de navidad del Corte Inglés y pongo otra vez en marcha mi envío de agradecimiento al Universo. Y cada vez que meto la mano en el bolsillo para coger suelto para el periódico o para atender una llamada del móvil, toco la piedra y se vuelve a poner en marcha la retahíla de reconocimientos por lo todo lo que tengo y lo que no tengo. Naturalmente la llamo «Mi piedra del agradecimiento» y no es original la idea; la copié de un libro de autoayuda.

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