lunes, 21 de febrero de 2011

EL MEDIO POMELO

Todo el mundo, para referirse a la persona destinada a compartir nuestros anhelos, nuestras caras y nuestras cruces, habla de naranjas ¿Y por qué no melones o pomelos? Porque hay naranjas que están dulces y son grandes, pero existen otras pequeñas y amargas o excesivamente ácidas. De manera que yo me voy a referir al medio pomelo.

Se imagina, se piensa, que hay en algún rincón del mundo un ser complementario a nosotros mismos, que como una pieza de puzle encaja en nuestro hueco, tan perfectamente, que una vez colocada ni se nota que allí no hubo nada algún vez. Hay personas que no dejan de pensar en el príncipe azul –otra variante de la tontería– que algún día acudirá presto a la llamada del amor y del sexo, y compartirá con ellas la nata del asuntillo y la cuestión. Hay personas que ya esperan impacientemente que se presente la persona que, definitivamente, nos haga olvidar que hay otras ofertas en el mercado. Hay personas que se cansan de esperar y se enrollan con el que ‘creen’ que constituye su complemento, para, al final, musitar entre dientes la original y magnífica frase: «Fue bonito mientras duró».




La realidad es otra bien diferente. Las afinidades van por lotes y unos lotes pueden encajar con el otro de allí perfectamente. Pero esto quiere decir que si encontramos una unidad de uno de los lotes que encajan con el nuestro, todo serán mieles. Pero si nos empeñamos en convertir a nuestra doctrina particular a una unidad de un lote incompatible con el nuestro, la hemos cagao. Y en este contexto podría haber millones de personas compatibles con nuestras neurosis, pero, al parecer, muchas personas se empeñan en elegir, las tres o cuatro primeras veces, a una unidad equivocada.

¿Y quién decide todo este batiburrillo? ¿Por qué siempre elegimos la persona que resulta, inmediatamente después de la labor de marketing, absolutamente incompatible con nuestros gustos y nuestras rarezas, nuestros olores privados, incluso con los colores de nuestro equipo de futbol del alma? Naturalmente esto no tiene que ver nada con la casualidad, y mucho con la causalidad. La primera nótese que es fortuita, y la segunda programada. ¿Qué me dices? Lo que oyes. Mi sistema de pensamiento, elaborado a lo largo de una larga vida de sucesos de toda índole, encaja perfectamente con mi tranquilidad y mi sosiego actuales. Después de cientos de sucesos negativos en mi vida, que eran totalmente ajenos a mi formación, a mi profesión, a mi inteligencia y a mi bondad –¡Hombre. Un poco de mala leche de vez en cuando está admitida!–, durante una meditación se me confió un secreto celosamente guardado para muchas personas y regalado a aquellas que lo piden insistentemente. Ya sabéis: «Pedid y recibiréis». Pues bien. El secreto que se me confió y que resultó de un valor inapreciable fue el siguiente. Ahí va la bomba. La voy a dejar caer justo en medio de todos vosotros, mis queridos lectores. El secreto es que yo me programé todos mis acontecimientos; aquellos que necesitaba para elevar mi conciencia en esta vida, previamente a mi nacimiento en La Tierra. De manera que en mi vida no influyen las buenas o malas suertes, ni los holgazanes, caradura, vivalavirgen, puesto que los he fabricado yo para mi aprendizaje. Todos los personajes que me rodean están cumpliendo fielmente con el rol que, en la relación con mi persona les ha sido asignado con su consentimiento y el mío.




Cada vez que vivo un suceso, son importantes dos cosas: 1. Preguntarme qué tengo que aprender de él 2. Estudiar mi reacción. Porque el suceso no tiene importancia, lo verdaderamente enjundioso y aleccionador es cómo reacciono yo ante él.

Todo esto me evita pensar si encontraré mi fortuna o no; si seré feliz, o no; si me acabaré casando con Adelaide, o no. Y todo esto me evita arrepentirme inútilmente de lo que hice o dejé de hacer. Con la programación que traigo, es lo único que pude hacer. De lo que me hicieron o me dejaron de hacer, con la programación que traían es lo único que podían hacer.

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