jueves, 10 de marzo de 2011

EL SISTEMA

Hay veces que me sale de dentro el humano que llevo desde que nací en este planeta y me da por elucubrar sobre determinados aspectos de la vida, sobre los que, muy posiblemente, habrá millones de tipos corrientes dándole a la cabeza. Hoy me ha dado por pensar en que si no creas una filosofía existencial que te permita andar por la vida sin problemas, estarás tropezando constantemente en las miles de piedras, huecos, obstáculos y zancadillas, que indefectiblemente te vas a encontrar en la senda que han ido fabricando los que nos han precedido y que se han ido adaptando, de mala manera, a las estructuras que han elaborado –quiero pensar que para su conveniencia– otros tipos que se han dado cuenta de la estulticia, la avaricia, la inmundicia y la maldad intrínseca del género humano.




La verdad es que nos lo han puesto difícil de salero. Toda la vida estudiando o trabajando, con escasos días de asueto, cambiando tiempo, tu preciado tiempo, por dinero. Dejándote, la más de la veces, la piel a tiras enredada en las trampas del camino, para llegar a la jubilación con una décima parte del sueldo que tenías en activo, con mucho tiempo pero con una gran carga de cansancio y decrepitud encima de tu artrósico esqueleto. Unos años de levantarse tarde, no saber qué hacer, tener complejo de mueble y salir zumbando de casa por las mañanas porque hay que ventilar y hacer la limpieza. Otros tristemente jubilados como tú, a veces te acompañan para ver las obras, para ir al supermercado a hacer la compra, para jugar la partidilla donde siempre, o para soltar venablos incendiarios por la boca en contra de los que nos han metido en este atolladero malsano para el cuerpo y para la mente.

Algunos creían –aquellos que tuvieron el tesón y el dinero suficientes para acabar una carrera universitaria– que toda la vida iban a generar dinero con su trabajo. Muchos de ellos pensaban en morirse con las botas puestas en el ejercicio de su cometido. Pero el tiempo, tozudo en sus determinaciones, les ha colocado en la cruda realidad. En verdad las circunstancias pueden ser sometidas a muchas variables que se les escapan de las manos y no pueden controlar, y llegan a la jubilación sin un puto duro, y a esas edades, ni de dónde sacarlo. Los trabajadores por cuenta ajena, si han tenido la suerte de llegar a la jubilación; a la ansiada para algunos jubilación, sin que les hayan echado de sus trabajos, hacen la misma vida que los anteriores, con la diferencia que los primeros se lo han montado a caballo de unas necesidades y un nivel que ni de coña pueden mantener, y éstos, los trabaja dores, nunca han demostrado aires de grandeza ni han luchado a capa y espada por poseer un chalé adosado y una segunda vivienda en la playa. Y ahora viven mejor porque se crearon menos necesidades. Y ya se sabe –lo dice mucha gente– que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita.




Total, que te has pasado la vida cambiando tu tiempo por dinero y pensando en la jubilación. Y cuando llega, no puedes ni con el mondongo, ni te puedes gastar la miseria de ahorros que has amasado durante toda la vida, si algún banco no te los ha rapiñado en la más absoluta impunidad, porque ya no tienes las ganas ni la ilusión de los cuarenta.
De vez en cuando la televisión te hace qué pensar. El ot
ro día en un programa de superación personal, aterrizaron en un poblado sudamericano, donde sólo se dedicaban a trabajar el campo, a hacer las labores domésticas y a cohabitar, sin más transacción comercial que el puro trueque y sin más prisas que las que demuestra una gallina entre picotazo y picotazo. El tempo era lento y apacible. La gente hablaba despacio, como considerando el contenido de cada una de sus palabras. Ninguna era inútil, pretenciosa o embustera; simplemente sacaban afuera el contenido de su corazón. Pero había un detalle que hacía temer el infausto final: Los niños iban a la escuela con sus cuadernos, sus libros y su mochililla. Prueba indefectible del intento de la civilización que les rodea para englobarlos en el quehacer absurdo de este régimen de vida, para que no sean un agravio comparativo y los bancos puedan seguir robando a todo el mundo sin ofrecer nada a cambio y los ‘Madoff’ sigan ejerciendo su fascinación económica para estafar a los ricos.

Uno de aquellos aborígenes le enseñaba a un concursante, con la mayor parsimonia del mundo, cómo afilar una navaja con el mejor aprovechamiento. Y lo estaba haciendo como si desvelara en el acto una verdad por mucho tiempo guardada; atento a sus movimientos y explicando, mientras tanto, la intención de cada uno de ellos. Aquel muchacho no pensaba en lo que habría de hacer después, ni en la letra del automóvil, ni en cómo satisfacer sus necesidades. Sólo pensaba en lo que estaba haciendo y para él no existía el después, ni el antes, sólo ese codiciado momento para los que vivimos en la ‘opulencia’, el ahora. ¿Es que hay otra forma de vivir diferente a la que estamos viviendo los habitantes de las ciudades de Europa, América, Asia, África y Oceanía? Naturalmente. Pero desengancharse de este tren es poco menos que imposible. Contando con tus deseos firmes de cambio y tu voluntad, te lo ponen muy difícil para dejarte volar. Es igual que los intentos para darte de baja de una plataforma digital. Tantas veces como llamas a la operadora de la compañía para darte de baja, tantas como se desconecta la línea o dejan de hablar contigo o te pasan a otro departamento que nunca contesta.




Existen otras muchas maneras de vivir desenganchados de un sistema que evalúa a los seres humanos por lo que tienen en el bolsillo en vez de por lo que atesoran en la cabeza; que premia la fuerza y la habilidad física por encima de la habilidad y la fuerza mental; que desprecia el espíritu a favor de la materia. ¿Qué pasaría si todos nos dedicásemos a educarnos en valores humanos; si la educación fuera una de nuestras primeras pretensiones; si el trabajo bien hecho fuera fuente de satisfacciones, si nadie criticase ni juzgase al prójimo; si la moneda de cambio fuese el trueque: Yo te doy esto y tú me das aquello; Si cada cual colaborase en la fabricación de las casas para sí mismo y para los demás, en vez de comprarlas a un constructor que va a ganar mil veces más de lo que se merece; si los agricultores vendieran directamente sus productos eliminando intermediarios y propaganda; si nadie tuviera forma de aparentar lo que no es; si nos transportásemos en medios comunitarios en vez de en nuestros propios vehículos; si amásemos al prójimo como a nosotros mismos…

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