lunes, 14 de marzo de 2011

A GUISA DE COMENTARIO

Pienso que puede ser que, tal vez, quizá, ¿quién sabe? la gente aprende de lo que lee, oye, ve. Estos son mis procedimientos de aprendizaje. Puede que haya otros, pero creo que estos son los fundamentales. Yo, al menos, he aprendido con estos procedimientos. He leído mucho, he visto mucho y he escuchado mucho. Y de todo lo que he visto, oído y leído, me he quedado con algunas piedras preciosas que atesoro, que me hacen vivir mejor, y que, frecuentemente, muestro a los demás con la sana intención de expandir esa sensación que yo siento de paz y felicidad cuando las saco de la caja de mis experiencias.

Mi sincretismo me ha proporcionado la satisfacción de recoger aquellas gemas más brillantes entre las que me han ido ofreciendo. Unas de aquí, otras de allá. Formando mi joyero particular que comparto con vosotros. Otra de las joyas que yo poseo y que quizá va en contra de mis intentos de enseñar, es: «Deja que la gente haga, piense o diga lo que quiera. Tú no eres su dueño, ni tienes porqué cambiar su manera de pensar, decir u obrar». No suelo ir por ahí aconsejando a la gente a no ser que se sienten en mis sillas de confidente, con lo que interpreto que vienen a mí para que intente mejorar su calidad de vida. Pero no encuentro mejor sistema para lograr el cielo en la tierra que sembrar semillas. Unas caerán en terreno pedregoso y se agostarán; otras caerán en el camino y se las comerán las aves; otras, por fin, caerán en terreno fértil y darán frutos. Y aunque quizá debería dejar que la gente llegue a ese recodo del camino desde el que se ve el paisaje de su vida por si mismas, intento que, por lo menos, sepan a dónde se encaminan, qué dificultades se encontrarán en la senda y la mejor forma de soslayarlas.




Y fiel a mi compulsión –prescindo de su utilidad– contesto a un artículo de Bárbara Alpuente que siempre me da pie para expresar mis pensamientos al respecto de lo que escribe en clave de pregunta.

Los actos de la vida, ya sean orales o físicos son, eso, actos. No son ni buenos ni malos. Con el nivel de conciencia que demostramos en un momento determinado, no podíamos hacer o decir más que aquello que se supone que está bien o mal. Todo depende de lo que pase después; si los resultados son buenos, miel sobre hojuelas; si los resultados son malos, aprendemos y, sobre todo y si es posible, rectificamos nuestra actuación reparando el entuerto y pidiendo perdón. Pero para hacer bien las cosas en esta vida, uno tiene que hacerlas con conciencia plena de lo que hace. No vale hacerlas por rutina o a sobaquillo; hay que hacer las cosas de la vida con conciencia y concentrados cien por cien en lo que hacemos. Esta es la ley. Cuando hacemos o decimos algo no podemos actuar por impulsos, a la ligera, o con la asquerosa rutina. Y, como dice mi chamán de cabecera: «Si no te gusta lo que haces, hazlo como si te gustara».

Con respecto a mis amigos, nunca me permito el lujo de aconsejarles si ellos no me lo piden. Me reservo mi opinión. E incluso, después de que me la piden, les pregunto si verdaderamente están preparados para recibirla. Nunca acepto las críticas de los demás como positivas ni negativas; solamente como vanidades estúpidas de aquellos que se creen superiores a los demás en algún aspecto. Sólo acepto de mis amigos la pregunta de por qué les he hecho daño. Y, por supuesto, les respondo con la verdad. La verdad es que no hago daño a nadie conscientemente. Es mi naturaleza. Igual que yo no aconsejo si no me lo piden, tampoco critico. Yo, más que nadie, sé cuándo hago las cosas bien. No tiene nadie que refregarme por la cara cuando las hago menos bien.

Una cosa es cómo te ves tú y otra muy diferente cómo te ven los demás. Pero yo no puedo gustarle a todo el mundo y con ese concepto tengo que vivir. Y como tengo un grave problema de autoridad, sólo admito órdenes del que yo considero que puede dármelas en orden a su sabiduría, perspicacia y autoridad demostradas. A los demás que les den por el culo.

Con respecto a la culpa, sólo te puedo decir que no existe. Así como lo oyes: La culpa no existe. Nadie es culpable de nada, ni aunque se declare confeso de los hechos delictivos que cometió, porque, con el nivel de conciencia de aquel momento y con su programación personal previa, lo que hizo era lo único que podía hacer. A lo hecho, pecho, que decía mi amigo Rogelio. Pero los hechos de la vida tienen indefectibles consecuencias y nuestra misión es reparar las consecuencias negativas que provocamos con nuestros actos. Eso es lo único que exige la ley. No te quedes con la culpa; simplemente repara el daño –si te es posible– y pide perdón.

La ‘culpa’, de hecho, no es tal. Aquí entronca con otro de tus conceptos: El error. No existen culpas, sólo existen errores de los que necesariamente estás obligado a aprender. El que comete un error, siempre debe sacar una conclusión. Primero, no ignorarlo; segundo, ser consciente de que había formas mejores de abordar el problema, y tercero, aprender sacando consecuencias prácticas.

Hace milenios que la humanidad está nadando contra corriente; metiéndose en todos los charcos del camino y tropezando siempre con las mismas piedras. Sólo algunos pocos privilegiados aprenden de las experiencias propias y ajenas y miran al pasado para no cometer los errores que sumieron a nuestros ancestros en la negrura de la noche. Eso es lo que intento con mis post, que la gente tome conciencia de que existen otras maneras de pensar, de vivir y de ver las cosas; y que el hombre se sentirá más libre cuando aprenda que la libertad no estriba en hacer cualquier cosa, sino en hacer cada vez menos cosas: vivir con menos, tener cada vez menos vicios, poseer cada vez menos, tener cada vez menos rabia, menos ira y mejor leche. Y por el contrario, gozar cada vez más de lo sencillo, de las pequeñas cosas que nos dejaron un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón…y que nos hacen llorar cuando nadie nos ve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...