jueves, 17 de marzo de 2011

LA LEY DEL TALIÓN

Insisto con las cosas que me han movido los cimietos. Mañana de lunes. Salía de una meditación profunda que sólo puede proporcionar la respiración conectada y consciente. Al acabar se oye, como un eco lejano que se va a proximando poco a poco, el Panis Angélicus de Luciano Pavarotti. Las lagrimas afloran de mis ojos sin poder contenerlas.





Es complicado desnudarse de viejos conceptos, que ya resultan ajados y viejos de tanto sobarlos, para revestirse de nuevas ideas que te faciliten deambular por la senda de los tiempos que todavía nos tocan por vivir.

Una de las ideas obsoletas que martirizan mi mente y que me dejan insatisfecho es la ley de Talión. El término ley del talión (latín: lex talionis) se refiere a un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido. De esta manera, no sólo se habla de una pena equivalente, sino de una pena idéntica. La expresión más famosa de la ley del talión es ojo por ojo, diente por diente aparecida en el Éxodo veterotestamentario (perteneciente al Antiguo Testamento).


Históricamente, constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño producido en un crimen y daño recibido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.


He escrito lo anterior en cursiva para diferenciar mi sabiduría de la de los demás, ya que este texto no corresponde a mi cacumen sino al ajeno. Esta ley ha imperado en la triste humanidad durante mucho tiempo. Y hoy, yo, como la ley, deseo fervientemente que cada malhechor purgue sus crímenes; que cada conspirador se pudra en la cárcel del olvido hasta el final de sus días; que los asesinos sufran y recapaciten para no volver a cometer tropelías y para no volver a abusar del candor y del trabajo honrado del prójimo, y de la ayuda de sus aliados, tan culpables como él mismo.

Pero estas burdas y vengativas consideraciones no me llevan a ninguna parte. ¡Si al menos mis pensamientos hicieran que a cada malvado le saliera una verruga en el culo…! Pero, no. A cada malvado le llegará su castigo. No por la mano de Dios –que firmó con la humanidad un pacto equitativo de no agresión– sino de la mano de ellos mismos, que se verán inmersos en su maldad, de igual manera que un espejo refleja fielmente su figura contrahecha al delincuente. Pero, ¡qué lenta se hace la espera!, y mientras tanto, ¡cómo hocican los malvados en el cieno!, sin ningún castigo; impunes de todo punto. Es triste ver cómo gozan zahiriendo al prójimo, maltratándole, despojándolo incluso de su dignidad humana para enriquecerse y para tener más hembras en su arén particular. Cada vez más. Sin tasa. Cada vez más. Sin pensar que el poder, igual que la vida, es efímero. No dura nada en comparación a los eones de tiempo que han transcurrido desde el momento de la creación hasta este instante. Y, además, no se van a llevar ni un ápice de poder al otro plano; ni un ápice. No se van a llevar, nada; sólo el desprecio y el odio de sus semejantes; aquellos que sufrieron en sus carnes el egoísmo desmedido de estos personajes infectos.

Si es cierta mi teoría de que todo el mundo pacta sus circunstancias antes de llegar a este planeta, en orden a unos parámetros de aprendizaje y elevación de la conciencia, los ‘malos’ están cumpliendo fielmente su papel. Tan fielmente, que uno diría que son malos de verdad de lo magníficamente que actúan.

Cumplamos cada uno nuestro rol, y dejemos que los demás cumplan el suyo, en el que, justamente, se asignaron también su castigo.

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