jueves, 3 de marzo de 2011

LA CRISIS

Ha ocurrido. Ya está aquí presente, y nadie lo puede evitar. No podemos buscar culpables –si los hay, no pueden hacer nada por remediar la situación–, ni las causas que han provocado el desastre (¿desastre?). El caso es que estamos viviendo inmersos en él, y lo que es peor, no ha hecho más que empezar. A partir de este momento ya no valen los lamentos, lo que puede paliar la situación de manera individual es cómo cada uno encajamos la nueva vida que nos espera y que no se parecerá en nada a la vivida hace tres años o cuatro.

El régimen de vida de la media de los españoles, era tener una casa en propiedad, con la hipoteca pagada o a medio pagar; poseer una segunda vivienda para el verano; un par de automóviles; llevar a los niños a un colegio privado, a clases de karate, música, idiomas y manualidades; tener una mujer de servicio que ayudase en las labores domésticas más duras: lavar, planchar, limpiar, cocinar…Salir a cenar con la pandilla de amigos por lo menos una vez por semana (Habitualmente los viernes), y otro día, u otro par de ellos acudir a un espectáculo o a ver una película. Una vez al mes comprar algún capricho; algún trapito, un bolso, unos zapatos, un nuevo libro para la biblioteca, un deuvede; cambiar de automóvil cada dos o tres años; un viaje al mes de fin de semana a un spa o a la montaña; los cumpleaños y aniversarios un buen regalo pagado con la VISA (que parece que no se gasta); y tener toda clase de aparatos electrónicos en la casa; una TV de pantalla plana en el salón y posiblemente otra en cada dormitorio; un ordenador por cada miembro de la familia y un equipo de música en el salón, en la cocina y en la salita de estar…




Olvidémonos de todo esto. Poco a poco, se irán deteriorando los aparatos y no tendremos dinero para comprar otros nuevos. Las industrias que viven a costa de los gastos de los españoles de clase media, irán aguantando a duras penas hasta que caigan por su peso; los supermercados cerrarán por falta de abastecimientos. Los huertanos no podrán vivir con los precios ínfimos que permiten el enriquecimiento de los intermediarios, e intentarán vender sus productos directamente en plazas y mercados. Los fabricantes de electrodomésticos cerrarán y mandarán a los obreros al paro. Aumentarán exponencialmente las necesidades vitales de la gente. Ya nadie pensará en veranear, ni en ir al cine, ni en comprar un capricho, ni en ir a cenar a un restaurante un día por semana…

Parece catastrofista, pero es lo que nos espera y para lo que tenemos que prepararnos mentalmente. La marcha de los acontecimientos es testaruda y sigue su camino hacia lo indefectible; hacia aquello que han querido negar, pero que es tan evidente que ya no se puede ocultar. Ya ningún régimen político podrá parar el desastre, ni el aumento de parados, ni la caída de la bolsa, ni el progresivo enriquecimiento de los bancos a costa del gobierno, que tiene mucho que ocultar con respecto a su financiación ilegal.

Pasarán muchos años antes de que la situación vuelva a ser, ni mucho menos como antes, pero sí mejor que ahora. Pasará mucho tiempo hasta que se restañen las heridas provocadas en el tejido económico de este país de sinvergüenzas. Lloverá mucho antes de que la gente se convenza de que la democracia en España es la peor forma de gobierno. Pero es lo que hay. Y ¿A qué viene todo este luctuoso y calamitoso preámbulo? Viene a cuento de que la gente va a tener que cambiar su manera de pensar, sus costumbres, sus comodidades y su deprecio a las cosas sencillas. Va a tener que perder el miedo a desengancharse de lo que hasta ahora era lo normal, y se va a tener que sumergir en el día a día. Hacerse cargo de sí mismo y de su interior. Vivir el momento puro y duro; gozar del amor y de la consideración de los amigos; hacer reuniones simplemente para charlar, oír música o transmitirse ideas en vez de ir de comilona a un restaurante, ahorrar los recursos que tenemos a nuestro alcance y que antes ni pensábamos en restringir: agua, luz, gas…




En mi época había artesanas que se dedicaban a volver los cuellos y los puños de las camisas desgastados por el roce del uso. Había sastres que arreglaban los abrigos de los mayores para que los pudieran utilizar los pequeños; la ropa del hermano mayor la usaban los que venían detrás; se echaban miles de medias suelas a los zapatos y se arreglaban las cacerolas y los paraguas… En fin, todo esto no hacía que la gente fuera infeliz, sino todo lo contrario. Antiguamente se oía cantar a las amas de casa por los patios de vecindad donde los vareadores oxigenaban la lana de los colchones de la vecindad. La alegría se fue cuando obligaron a la gente a hacerse propietaria de una vivienda y tener que pagar una hipoteca todos los meses, en detrimento de la seguridad y de la tranquilidad.

Os prevengo que todo esto no es malo. Si volviera, habría que encajarlo con agrado y no con ira. Es lo que hay, y todo lo que antes nos resultaba imprescindible, ahora nos daremos cuenta de que no nos hace falta; nos sobra. Seremos más felices que antes de la crisis y cada duro se irá a su verdadero bolsillo y cada hijo se irá con su verdadero padre. Y quizá no habrá tanto desahogado que viva a costa de los demás.

Primer mandamiento: Vivir la circunstancia sin criticarla, sin juzgarla y sumergiéndonos en ella sin reservas, para ver qué nos enseña.

Segundo mandamiento: Ahorrar recursos: Agua, luz, gas, gasolina, comida.

Empezar a enumerar las pequeñas cosas que nos gustan mucho, pero estaban ahogadas por otras de relumbrón.

No os preocupéis porque, al olor de la crisis, nacerán como las setas reparadores de todo. Desde las bombillas de bajo consumo, hasta los ordenatas, pasando por los circuitos impresos y demás maravillas que llenan los aparatos electrónicos que utilizamos constantemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...