lunes, 28 de febrero de 2011

LA DESCOCOCIDA EN EL TREN

A mi vuelta en tren de mi viaje a Madrid, me tocó al lado de una mujer joven que no paró de hablar por teléfono. Aparte del saludo inicial, ninguno de los dos nos transmitimos hasta la despedida final. Sólo saqué de dentro una cachondada que fue objetos de risas para ella. A la salida de Valladolid, se puso en marcha la megafonía y se oyó alto y claro:

- «Próxima parada: ¡Albacete!

Al que pillara dormido le daría el susto de su vida. ¡Madre mía! ¿Dónde estoy?. Pero yo, después de reírme unos segundos me dirigí a mi compañera de viaje y la dije:

- ¡Qué interesante! Compraremos una navaja…

La que no paraba de hablar por el móvil, me miró, sonrió y siguió hablando por el móvil.

Eso me hizo pensar en lo aislados que vivimos, sin pensar en la necesidad que tenemos de unirnos en familias, clanes, sistemas o pueblos. El no hablar con nadie que no nos haya sido presentado previamente, es un mecanismo de defensa que podía funcionar en siglos pasados, caminando de noche por un monte. Pero en un país, dentro de un tren, uno al lado del otro, siempre procurando que tu postura no sobrepase el límite del asiento, para no rozar al vecino…




Yo creo que en los tiempos que corremos, cualquier mujer adolescente es muy capaz de defenderse de una agresión verbal, con la palabra o pidiendo auxilio de los demás. Por último siempre hay personal de seguridad que puede intervenir.

Cuando hablo con alguna mujer de las timoratas que no hablan con los hombres, ni quieren salir con ellos a tomar un café, ni aceptan ni siquiera una lisonja, se pueden perder perlas sin precio. El sistema es saber claramente hasta dónde quieren llegar; hasta qué punto están dispuestas a aceptar un acercamiento, una caricia o un beso. Siempre se puede plantear francamente una parada en seco con el simple parlamento de:

- Gracias por tus intenciones, pero no me siento capaz, en este momento de seguir con tus pretensiones. Me agrada estar contigo, pero hasta aquí…

Si el hombre es inteligente, sabrá que una vez marcado el límite, es inútil insistir. Por lo menos ese día. Luego, más adelante, a lo mejor se puede ir progresando. Pero tienen razón los italianos: Piano, piano, va lontano. Despacio se llega lejos. Y yo añado: No por mucho tempranear amanece más madruga.




Mucha gente, hoy en día, actúa como si no hubiera tiempo para más. Tiene que ser todo rápido: Aquí te pillo, aquí te mato. Y las prisas no son buenas más que para los políticos a final de legislatura y para los malos toreros. Cubrir etapas y degustar cada plato, hace que el viaje y la comida sirva para algo más que para hacer ejercicio y para nutrirse. Hay cosas alrededor que son de una calidad inapreciable. Ir conociendo a una persona poco a poco va descubriendo todos los días un matiz diferente, una sonrisa distinta, un gesto que no conocíamos.

Hablar con un extraño puede ser enriquecedor. Hay muchas personas interesantes en este mundo. Y si las rechazamos de plano, nos podemos perder una joya en el camino.

La verdad es que, como el otro día, había sentido tantas cosas, que ya iré desgranando,  tenía una sobredosis y no era capaz de seguir aceptando maravillas. Otro día será.

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