lunes, 2 de mayo de 2011

ORA ET LABORA





Nada es casual. En esta vida existen causalidades y todas tienen una dirección y una razón de ser. Nada es ocioso; nada pasa inadvertido al ojo de Dios. Esta tarde me he abandonado en los brazos de la televisión para ver, a medias, una película en la que a la protagonista no la dejan de pasar desgracias durante toda su vida. Se enamora de un reverendo al que destinan a Corea durante la guerra; la comunican su fallecimiento y se casa con un amigo al que quiere mucho. Cuando empieza a ser feliz con él, vuelve el cura que, naturalmente, no había muerto. Fiel a sus principios encierra su amor en un cofre de oro y sigue con su marido. Muere su único hijo, junto con su esposa y el matrimonio se queda con su nieta. Ella ayuda a la gente con problemas en la parroquia. El marido muere de un Alzheimer terminal. En la Iglesia la hacen un homenaje. Todos aquellos a los que ha ayudado le agradecen públicamente su apoyo Vuelve el cura y ambos bailan abrazados, mientras ella abre su cofre y deja salir el amor que allí estaba guardado… En todas las penalidades siempre confía en el plan divino, aunque le pregunta “¿Por qué?” al Gran Hacedor.

Yo creo, como sabéis, en una programación propia para esta vida, en la que Dios es testigo y apoyo constante. Él no programa, pero asiente y acompaña. Siempre está ahí en todas nuestras penalidades, para infundirnos la confianza que nos falta para sobrellevar lo que nosotros mismos hemos decidido. La mayoría de las veces no comprendemos nada, pero todo obedece a un plan perfectamente orquestado, en el que cada uno de los músicos de la orquesta interpreta su partitura a la perfección, y cada uno de nosotros somos el director, que con su batuta, indica los tempos de cada uno de los pasajes musicales. El secreto está en vivir cada uno de los cuadros con la mayor intensidad, sin pensar en los porqués ni en los cómos. Cada pieza es una joya si la queremos observar como tal, y nada escapa de la perfección divina. Lo que creemos nefasto para unos, es una bendición para otros, y nunca una desgracia es total si se sabe ver la cara oculta del hecho.

Ora et labora es la máxima espiritual que San Benito dictó, como norma de vida, a sus curas benedictinos. Reza y trabaja, es una máxima que entronca exactamente, milimétricamente, con ese “Vive el momento” que yo intento seguir en mi vida, y que considero la panacea para todos los males económicos, físicos y espirituales. Ese vive el momento que nos exime de dolores y penurias; que nos lleva al único lado seguro de nuestra vida: Al presente. El pasado ya pasó; el futuro no existe. Sólo el presente nos pertenece para todo.

«No le des el poder maligno al que se va de este mundo, de amargarte la vida», es una frase que acuñé inspirado por la necesidad y por la fe. Pero encierra tanto dentro que sirve para todo. En lo económico: No le des el poder maligno a la falta de dinero para amargarte la vida. En lo sentimental: No le des el poder maligno al desamor para amargarte la vida. En la enfermedad: No le des el poder maligno a tu enfermedad de amargarte la vida. En la enfermedad ajena: No le des el poder maligno a la enfermedad para amargarnos la vida.

No hace falta ser católico para tener fe en Dios, porque el que no cree en Él, puede tener fe en el Universo, y el Universo es Dios; o en sí mismo; y ese ‘sí mismo’ también es Dios. Su existencia es cuestionable, pero no los efectos que Él produce en la mente y el espíritu del ser humano.

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