jueves, 26 de enero de 2012

EL MORTAL Y LOS SIETE PECADOS CAPITALES




Cada uno hemos venido a moderar una parte de nuestro carácter o de nuestra personalidad, y tenemos que hacerlo o dejar la asignatura para Septiembre. A veces es complicado moderar una compulsión, quizá imposible en ocasiones. Y es chocante estudiar el comportamiento de los demás con respecto al tuyo propio y reconocer que en ti no existen los vicios que vemos en los demás y que, por otra parte, no nos explicamos.

El otro día comí con un amigo entrañable y nos contamos nuestra vida, como siempre. Me refirió el mal estado de su aparato digestivo. El día anterior había comido fuerte –y, fuerte, para él, es realmente fuerte– y por la noche comió con unos clientes. Para moderar los estragos dietéticos de la comida, pidió una ración generosa de pescado, por aquello de que puede resultar más suave que la carne. El metre les ofreció una delicatesen de la casa, Cochinillo al cava, y no se pudo resistir a la tentación. Al lechón siguió un postre delicioso, y para rematar, cuando llegó a casa se metió entre pecho y espalda, un vaso de café con leche y un paquete de galletas de chocolate.

«Sé positivamente que me va a sentar fatal. Lo sé positivamente. No puedo comer tanto, y sobre todo, no puedo pasarme en las cenas» –me decía pesaroso– «Pero no me puedo resistir. Veo la comida y tengo que comérmela sin duelo» Todo este parlamento lo alternaba con un cazón adobado que se estaba metiendo para el cuerpo. «Y, claro, a las cuatro de la mañana estaba dejando pescado, lechón y galletas en un huequecito del inodoro»

En realidad no se puede aguantar. Le llama la comida como los cantos de sirena a Ulises. Yo le oigo y no me puedo creer que haya personas que tengan gula. No es mi problema, jamás me atiborro de comida. Siempre me levanto de la mesa con la sensación de que podía haber comido un poco más. Es rarísimo que haga una mala digestión. Y la razón fundamental es que como poco. Quizá como varias veces al día, pero frugalmente. Más que comer, picoteo.

Para mí es un suplicio acudir a una invitación donde sé que no me voy a comer más que los entrantes y el postre. Pero así es. Los camareros no paran de preguntarme si me pasa algo, o si no me gusta. Y yo no paro de contestar que me encuentro perfectamente, que todo tiene una pinta excelente, y sólo se trata de que como poco.

Vicios no me faltan, y compulsiones tampoco, pero reconozco que la gula no es uno de mis pecados capitales. No asustarse, a cada cual lo suyo; yo ya tengo otros pecados que compensan con creces la falta de gula. Y quizá algún día le cuente a un amigo mis pecados de ira, de pereza y de soberbia. Corramos un tupido velo sobre el pecado de lujuria, que afecta a más de uno.

Nunca se puede uno sentir orgulloso de la falta de pecados porque si te conoces por dentro –principio de la sabiduría– comprenderás que de los siete, por lo menos atesoras más del 50%. Que no es mala cifra para los tiempos que corremos.

Amo apasionadamente. Y eso no es un pecado. Me congratulo por ello.

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