martes, 6 de marzo de 2012

EL AMOR DURADERO




Un hombre, sobrepasada la década de los sesenta y próximo ya al inicio de los ochenta, acude a un centro de salud visiblemente nervioso, para hacerse un control de rutina. Mira constantemente el reloj y advierte a la recepcionista de que tiene una cita importante dentro de media ahora. La empleada toma conciencia, pero nada puede hacer ya que hay varias personas esperando su turno delante del hombre.

El protagonista de esta anécdota sigue paseando nervioso y no deja de mirar el reloj de hito en hito. Un médico que estaba en ese momento en la sala hablando con la auxiliar, se da cuenta de la premura del paciente y disimuladamente le invita a entrar subrepticiamente en una de las consultas.
Mientras lee su historial trata de calmarle y entra en conversación con él:

- Calma, mi querido amigo. El ponerse nervioso no arregla la situación ¿Y a qué se debe su prisa? ¿Tiene, tal vez, una consulta con otro médico después de esta?
- No doctor –contesta visiblemente emocionado– Es que voy a ver a mi mujer todos los días a las 11:30 al Sanatorio Santa Mónica.
- Pero, hombre de Dios. A su mujer no le importará que se retrase unos minutos.
- No doctor, no es el caso. Mi mujer hace diez años que está ingresada por un Alzheimer. Ni siquiera me conoce, pero yo a ella sí, y la sigo amando.

Es una anécdota antigua que se ha empleado con éxito para constituir la base de películas y novelas, pero seguro que cuando es contada, a alguno de los oyentes se le escapa una lágrima, porque toca directamente el centro de las emociones donde reside el amor verdadero.

Hace tiempo que abordo el asunto, y éste, si no lo es, al menos se acerca mucho a su esencia. De aquel amor que sólo entiende el que lo siente en el fondo de su ser. Es como el hecho de creer en Dios. Para ello se necesita fe, pero esa fe no está al alcance de todo el mundo, y sólo la comprende el que es creyente. Con esta historia sólo se conmueve el que siente o ha sentido alguna vez amor verdadero. Para el resto no es más que otra historia más, meliflua y tópica.

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