Ayer, durante la
conversación con una amiga, sale el asunto de mi blog. Se lo recomiendo y
después de leer el último artículo “Aprender a vivir para aprender a morir” me
llama y me dice que se queda con una frase:
«La
clave de la felicidad es estar satisfecho, de piel para dentro, con lo que se
piensa, con lo que se tiene y con lo que se siente».
Como quiera que el
artículo es extenso, y en él hay claves muy interesantes, pienso que la ha
debido de calar hondo. En realidad la frase
es la clave de la felicidad. Una de las definiciones de la palabra
‘felicidad’ encaja perfectamente en el hecho de estar satisfecho con lo que se
piensa, con lo que se posee y con lo que se siente. Y todo esto necesariamente
tiene que ser: De piel para dentro.
La íntima satisfacción
es lo que modela nuestra vida, nuestra felicidad y nuestra salud. Y todo esto
repercute indefectiblemente en los demás con una fuerza arrolladora. Esto no
quiere decir que la fuente de nuestra satisfacción deba de ser exclusivamente
sustanciosa y positiva como lo entiende el vulgo. La plena satisfacción
interior puede ser, del mismo modo, fundada en la carencia de cualquier cosa
con el mismo resultado de ‘plena satisfacción’ con lo poco que se tiene.
Es, naturalmente, más
sencillo estar pleno con lo que se piensa, que estar satisfecho con lo que se
tiene. Y la culminación del estado perfecto del ser humano; para lo que ha
venido aquí realmente, para lo que hemos programado todas nuestras anécdotas,
es para sentir y hacer nuestra esta parte importantísima de nuestro sentir: No
tener nada para tenerlo todo.
Esta afirmación, como
frase no está mal. Si nos paramos a pensarla resulta literaria, exaltante, pero
inquietante en alto grado. Quiere decir que para tenerlo todo hay que llegar a
no tener nada; pero no de boca para fuera, sino de piel para dentro. Remedando
un término marinero con olor a sal: «Cuerpo adentro» Hay que sentirla de tal
manera que, examinando nuestro pensamiento, nuestro intelecto, nuestras
sensaciones, lo que sentimos, lo que pensamos, no encontremos ningún desagrado
en este estado de total carencia de bienes materiales.
He revisado la historia
del mundo y de sus personajes señeros, y no he encontrado ni uno solo que, despojado
de sus bienes materiales, no haya llorado su suerte y clamado al cielo por su
desgracia y su ruina. Ni siquiera Job, revestido de su divinidad, fue capaz de
conformarse con su estado: Flaquea maldiciendo el día de su nacimiento (Job 3),
lamenta su estado de probación (Job 10), se queja de la prueba (Job 16),
aunque, al final se afirma en su amor a Dios, a pesar de todas las vicisitudes
a las que le somete el diablo, autorizado por Dios, queriendo probar que el
amor de Job estaba únicamente basado en sus abundantes riquezas.
No tener nada para
tenerlo todo. Es una absoluta paradoja que no cabe
en cabeza humana, que hay que sentirla y hacerla propia para alcanzar el máximo
estado de plenitud del ser humano: Sin tener nada, sentir que lo tienes todo.
LU4E.
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