lunes, 21 de mayo de 2012

SABER VIVIR PARA SABER MORIR




Hoy, efectivamente, puede ser un gran día, pero si lo sabemos vivir. Si sabemos estrujar cada gajo de la naranja y degustarlo como si fuera el primer alimento después de mucho tiempo, y quién sabe, puede que el último...

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Hay conversaciones muy inteligentes y muy interesantes que se suscitan por las debilidades humanas. La de hoy no tiene desperdicio. Érase que se era un empresario de fortuna en una capital de provincia. Durante los años de profesión ha amasado una nada despreciable fortuna, y ahora, llegado a una edad próxima a la jubilación, cuando podía descansar y sentarse a disfrutar de su dinero, le entra la `pájara’ y contrae una grave enfermedad terminal. Para más abundamiento, dolorosa. Él se debate, como todo el mundo en esas circunstancias, entre la idea de la confianza que le produce la medicina y la insuperable realidad de los funestos resultados en su persona.
¿En realidad el enfermo terminal confía en su curación, o su inteligencia le avisa del inminente final por todos los signos, síntomas, tics y medias palabras que suelen utilizar los sanitarios en esas circunstancias? La familia también contribuye al caos mental del momento. Se debate entre la necesidad de llorar amargamente la inmediata pérdida, o fingir en todo momento una situación de bondad que no existe ni por el forro. ¿Todo este orden de cosas no le da pistas al paciente? Hay que ser muy lerdo para ser el último en enterarse, pero eso pasa en otras circunstancias en las que, también el interesado es el último que se entera.

¿Por qué no se afrontan los hechos, la mayoría de las ocasiones, con gallardía y a pecho descubierto? Porque todo el mundo imita las actitudes de sus mayores, y todo el mundo –habrá excepciones, digo yo– ha actuado de igual manera desde el principio de las edades del hombre. No sabemos morir porque no sabemos vivir. Nadie nos ha enseñado ninguna de las dos cosas y por tanto no hemos aprendido a vivir ni a morir con dignidad.
Hay temas tabús en este planeta, que se van agravando a medida que pasa el tiempo. Uno de ellos es la manera de vivir para ser felices, y el otro la manera de morir para no sentirlo en absoluto. Pero se ignoran, hasta tales extremos, estos dos asuntos vitales, que mucha gente amasa una fortuna en vida de tal manera que parece que piensan en facturar toda la panoja al otro mundo.

¿La gente sabe vivir? ¿Conocéis a alguien que sepa vivir? De lo que hablo es de vivir sin miedos, sin odios, sin rencores, sin ambiciones, sin orgullo, sin mentiras. Pero el caso es que no debe de interesar esta conducta porque, desde nuestra más tierna infancia, no nos enseñan otra cosa que a mentir, odiar, tener rivales, tener en vez de ser…
Saber vivir es fundamental y debían aleccionarnos en este aspecto imprescindible desde la enseñanza primaria; desde el babi y el A,B,C. Solidaridad, respeto, alegría, colaboración, no crítica, no juicio, caridad, trabajo para los demás, amor sin condiciones…¿Os han enseñado alguna vez algo relacionado con estos principios imprescindibles para vivir? A mí, no. Y dudo mucho que a vosotros sí.

Todo el mundo vive atraído por parámetros que revolucionan el motor humano; todo el mundo utiliza principios equivocados que nos hacen vivir en constante vigilancia de los demás y de nosotros mismos; todo el mundo ha elegido, tácitamente, tener mucho y sentir poco. Y así no se puede vivir. Conozco a un ciudadano que ejerció una profesión liberal con fortuna, que se dedicó a ella en cuerpo y alma, y que por circunstancias de las que sólo él es responsable, actualmente vive de una pensión. Este individuo –no lo digo en sentido despectivo– vive feliz, no añora su pasado esplendor económico y está satisfecho con lo que tiene en la actualidad. Ahí está la clave: Estar satisfecho, de piel para adentro, con lo que se piensa, con lo que se tiene y con lo que se siente.
Otra clave de la vida está en una determinante de todos los placeres y cualquier tipo de felicidad: Vivir el momento; «Estar en lo que se celebra» Lo he repetido tantas veces que debéis de estar al tanto del truco del almendruco. El truco es la clave de la felicidad, de la buena vida y de la buena muerte. ESTAR EN LO QUE SE CELEBRA. Es una frase típicamente navarra y allí dicen: «Estar a lo que celebra» Sin pensar en el pasado, ni en el futuro, solamente en el presente. Porque, una de las determinantes de no saber morir es pensar demasiado en la muerte cuando juzgamos que se acerca. Este proceder crea conflictos añadidos que agravan cualquier tipo de dolencia orgánica.

Bien es sabido que es mucho peor estar enfermo del alma. Para eso no hay remedio, ni siquiera vivir al día. Pero esto es  tema de otro artículo que próximamente desarrollaré. Por ahora, hay que saber vivir para saber morir. ¿Y cómo se vive? Viviendo en el presente. El pasado ya pasó, no me puede afectar. El futuro es irreal, no existe. Lo único que tengo, y desperdicio escapándome al pasado o al futuro, es este momento en el que reside la felicidad, la dicha, la tranquilidad y la paz. Y si pintan bastos, igualmente vivamos el momento, pero no adelantemos acontecimientos. Vivamos el momento sin juicios y sin críticas. E igual que vivimos, moriremos: sin juicios y sin críticas.


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