lunes, 22 de febrero de 2010

EL DRAMA ARGUMENTADO

Siempre fue apocado y timorato. Creció enfermizo y débil. Sus padres vivieron pendientes de él, hasta que un cambio repentino en su metabolismo mejoró su homeostasis. No obstante siguió siendo absolutamente protegido y mimado por su madre. Su padre era un advenedizo sin lugar en la familia; no significaba mucho en el concierto general. Estudió contabilidad y, en un momento determinado llegó a la conclusión, fundamental para él, de que no le había llamado Dios para los números. Tamaña paradoja le sumió en el desconcierto, y, después de una temporada de cavilaciones, decidió graduarse en  chino mandarino. Curiosamente esto le sirvió para conseguir la seguridad de un puesto de traductor en el Ministerio de Asuntos Exteriores. La plaza era eventual, pero considerando la demanda de ese puesto de traductor simultaneo de chino mandarino, ni siquiera se planteó la posibilidad de quedarse en la calle.

Lo hizo bastante bien en el tiempo en el que permaneció en su cargo. No recibió parabienes, pero era suficiente no recibir ninguna queja en dos años. Estaba moderadamente satisfecho; todo lo que él podía estar de su trabajo y de la vida en general. Mientras tanto, seguía viviendo en casa bajo el paraguas de la madre y la indiferencia del padre. Una mujer china le complicó la vida. Se conoce que tenía algo –cualquiera sabe qué- que encantaba a las orientales. El caso es que se coló por él y le hizo perder la cabeza hasta comprometerse seriamente , naturalmente con la frontal oposición de la madre que le reconvino al respecto, haciéndole ver la diferencia de cultura, gustos y costumbres que había entre ellos. “Te va a amargar la vida, hijo mío” –le decía a gritos- ¡Que tú no sabes lo que son las chinas! ¡Que no has salido del cascarón! ¡Que sin tu madre no eres nadie, atontao! –le repetía constantemente-. Él no tenía más que oídos y ojos que para la china. Pensaba noche y día en ella desde el momento en que lo encerró en un cuarto de baño y, literalmente, abusó de él. La primera vez que una mujer le comía la boca, los pechos y otras cosas en las que no podía ni pensar so pena de ponerse nervioso y tenerse que dar duchas frías. Eyaculaba en la cama como un seminarista.  Todo antes de masturbarse. La deseaba, pero no sabía cómo. Sólo quería irse a vivir con ella. Al fin y al cabo tenía un sueldo suficiente, y ella también trabajaba. Podían defenderse a las mil maravillas. La idea oculta para todo el mundo, era su tema mental. Dormía, comía y trabajaba con ella. Seguía poniéndose a parir cada vez que le encerraba en un cuarto de baño para abusar de él. Ni cuenta se daba de que era una obsesa. Él, verdaderamente, no había salido del cascarón, pero sentía la seguridad de su dinero; del dinero que se ganaba honradamente todos los meses.



Recibió la carta de la Dirección General aquella mañana de intensa lluvia. Un bedel se la entregó en mano y le hizo firmar un papel. No le preguntó ni de qué se trataba. En realidad le importaba un bledo. Quería a Yuan Su y eso era lo único que le importaba. Se la metió en el bolsillo de la chaqueta. Después de trabajar se fue a casa, no sin antes dejar que Yuan Su metiera sus hocicos allí donde el volaba por los aires. Se sacudió el agua de la gabardina, la colgó en el cuarto de baño para que escurriera. Se bajó los pantalones y los calzoncillos. Tenía carmín en su pingajo. Se sentó en la taza y sacó el sobre del bolsillo de su chaqueta. Leyó atropelladamente: “Por medio de la presente le comunicamos que la relación entre este Ministerio y usted es de contrato eventual en espera de consolidación del puesto. En esta fecha, se ha dado la circunstancia de que la titular del cometido que usted ha ocupado durante dos años, señorita May Pen, ha vuelto a reintegrarse a su trabajo. Le agradecemos su colaboración y le avisaremos si surge alguna plaza nueva de traductor simultaneo de chino mandarino”.

La sangre se le agolpó en la cabeza. Pensó intensamente en Yuan Su, en su madre y en su pingajo manchado de carmín. Se subió los pantalones. Salió precipitadamente de casa sin oír los gritos de su familia. Subió las escaleras a zancadas. Seis pisos hasta la terraza. Llegó exhausto. Llovía intensamente. Antes de llegar al quita miedos estaba completamente empapado. Llevaba todavía la carta de despido en la mano. Dio el salto con ella fuertemente cogida. No pensó en nada más.

Cuando sus jefes se enteraron del hecho, no sintieron ni el más mínimo remordimiento. Ellos seguían en su trabajo. Yuan Su expulsó dos lagrimitas, y a las dos horas estaba en un cuarto de baño, dejando su carmín en la entrepierna del traductor simultaneo de Sirio. Su madre fue ingresada en un sanatorio psiquiátrico y su padre se murió de un infarto masivo.

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