miércoles, 21 de abril de 2010

EL MUNDO VEGETAL

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Siempre que se produce la explosión de vida de la primavera, pienso en las experiencias de Baxter, que me enseñó lo que son los árboles y las plantas, cómo son, cómo sienten, y cómo lo trasmiten. Ahora miro a los árboles de una manera diferente y me permito tocarlos y acariciar sus cortezas, sus ramas y sus hojas.

Allá por los años 50. Nueva York. Comisaría de policía de un distrito periférico. Donald Baxter, policía bisoño, es el operador del polígrafo que se aplica a los presuntos, para detectar sus mentiras.







Una calurosa mañana del mes de Junio. Suda por la espalda y las axilas. No hay nada que hacer; es una época de escasez de 'malos' que llevarse al polígrafo. Se aburre. Mira en derredor. Encima de su mesa un montón de partes por clasificar sin prisa, 3 libros de investigación científica de diferentes autores americanos, el New York Times abierto por la página de deportes, y medio emparedado de pavo con lechuga. Encima de una mesa auxiliar, cerca de la ventana, dos plantas: Una aralia y un coleo. Ambas caprichosas y orgullosas. Él, al menos, las considera así. Si no les gusta el lugar de residencia, se mustian, palidecen y acaban con su existencia voluntariamente. Ama las plantas. Hubiera sido cultivador de plantas si hubiera tenido ocasión. Envidiaba a aquellas personas que le proveían de plantas de temporada en un vivero de las afueras. Él se pasaría el día hablando con las plantas y discutiendo con ellas. Tenía la intuición de que le sentían y que le oían, y hasta creía que cuando estaba triste, ellas también se ponían tristes.

Las miró atentamente y las dedicó un pensamiento de amor. ¿Qué pasaría si les aplicara los electrodos del polígrafo? –se preguntó de pasada- Desechó la idea; el pensamiento se fue. ¿Di, qué pasaría? –Volvió a insistir- Pónselos, venga, no vas a perder nada y ellas tampoco. Y, en definitiva, no tienes nada que hacer. No pierdas el tiempo y ponte a ello.







Cogió con sumo cuidado y delicadeza, una tras otra, y las colocó encima de la mesa del polígrafo. No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero dejó que su intuición le guiara. Le colocó dos electrodos a la aralia; lo más separados posible. Puso en marcha el aparato y le dio un vuelco el corazón. Por un instante el trazo se puso nervioso, pero, tras un momento de vacilación, se quedó quieto dibujando una línea isoeléctrica. Nada. Ninguna respuesta. Después de unos minutos de vacío mental, empezó a pensar ¿Y, si la riego? Nada. Incluso la regó físicamente. Ninguna respuesta. Miró de soslayo a la estantería que tenía a su izquierda repleta de libros de investigación policial, actas, manuscritos…Como por casualidad, puso su vista en unas tijeras que utilizaba para coleccionar recortes de prensa. Las cogió con la mano izquierda mientras se sostenía en la mesa con la derecha. Las abrió y cerró una serie de veces, emulando al peluquero de su barrio y, durante un segundo pensó, como de pasada, como en broma, como si no quisiera ni pensarlo: ¿Y, si la pego un corte que la jodo una rama? En una fracción de segundo la línea isoeléctrica que trazaba la pluma del polígrafo, se desbocó, de tal manera, que salpicó tinta en ambas direcciones del trazado. En un primer momento pensó que se había desconectado o que había habido una interferencia eléctrica. Apagó el aparato, limpió la pluma y lo volvió a conectar. Nada; falsa alarma. Pero, por qué había pasado aquello si todo aparentemente estaba en su sitio. Empezó a dar rienda suelta a su imaginación. Habrá sido la planta –pensó riéndose de sí mismo- ¿Estas tonto Donald? ¡¿Cómo va a ser la planta?!, imbécil. ¿Cómo imbécil? ¿Qué estoy tratando de hacer entonces? ¿No estoy queriendo que la planta responda a mis pensamientos? Y cuando responde pienso en otra cosa y no lo creo. Dios mío ¿Será verdad? Con las manos temblorosas y el corazón palpitante revisó todos los electrodos. Tomó en su mano derecha las tijeras, y esta vez, conscientemente, las acercó a una de las ramas de la planta y pensó: “Te voy a cortar esta puta rama para ver qué pasa contigo” No tenía valor para hacerlo; no tenía valor para mirar al polígrafo. Con el rabillo del ojo se dio cuenta de que la pluma se había vuelto loca nuevamente, y todavía saltaba frenéticamente de un lado al otro del papel, que seguía su camino ajeno al experimento. No daba crédito a lo que estaba pasando. La planta sentía, oía, le leía el pensamiento. Repitió el experimento una y mil veces con los mismos resultados: Al acercar las tijeras a la plata y pensar en dañarla, indefectiblemente, y en todas las ocasiones, se ponía a “gritar” de miedo.








Por aquel entonces había en la comisaría tres becarios encargados de hacer el trabajo sucio. Ellos también estaban ociosos. Les contó lo que le había pasado y les pidió que colaboraran con él en el apasionante experimento. Zac entró el primero en el cuarto, con las instrucciones de sentarse en la mesa, mirar ambas plantas y salir del despacho. Orson, el segundo, tomó las tijeras y cortó un trozo de rama de la aralia. El tercero, llamado Jhona, regó ambas plantas con el agua de un vaso que, a tal efecto, había dispuesto Donald encima de la mesa.

Colocaron los electrodos a ambas plantas y pusieron en marcha el polígrafo. Entró Jhona, dio una vuelta por aquel soleado y amplio recinto y salió. Los polígrafos no se movieron. El segundo en entrar fue Zac, el que había regado las plantas en su primera incursión. El resultado respecto a los polígrafos fue igual que en el caso anterior. El becario que había cortado un trozo de rama de la aralia con las tijeras de Donald, entró el tercero. Casi no le había dado tiempo a cerrar la puerta detrás de sí, cuando los polígrafos de ambas plantas se volvieron locos. No sólo le había identificado la planta lesionada por él, sino también la compañera, que, supuestamente, había sentido el dolor del ataque a su congénere.

A este experimento siguieron muchos más a partir de aquel día, y Donald Baxter se hizo famoso publicando libros y dando conferencias sobre “La vida secreta de las plantas”. Había probado, sin ningún margen de duda, que las plantas sentían, nos identificaban y se solidarizaban con nuestro estado de ánimo.

Uno de los más sorprendentes y elaborados ensayos, lo constituyó el llevado a cabo colocando una cinta continua que arrojaba camarones a una olla de agua hirviendo, en presencia de una planta monitorizada. Cada vez que un camarón caía en el agua, la planta emitía un “grito” de dolor, que se traducía en una vibración tremenda de las plumas de los polígrafos. Esto demostró que no sólo las plantas asistían con sentimientos al dolor de otras plantas, sino también de animales que sufrían en su presencia. Sorprendente y grandioso.






La Facultad de Bellas Artes de Moscú, está instalada en una zona agraria de gran extensión, y para acceder a ella, hay que caminar por una senda que atraviesa un campo de trigo. Atentos a los experimentos de Baxter en Estados Unidos, recomendaron a los alumnos que saludaran amablemente al trigo del campo de su derecha, brindándole algunas frases bonitas como: “¡Qué bien estás creciendo, hermano trigo!” o “¡Cada día estás más crecido y maduro!”. Y que despreciaran olímpicamente al trigo de su izquierda. Sorprendentemente, la cosecha del campo de la derecha fue 4 veces más abundante y de mejor calidad que la del campo de la izquierda. Sublime.

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