sábado, 22 de mayo de 2010

LO QUE SE DICE UN SEÑOR MOJÓN DE MIERDA.




El día invitaba al paseo. Me hice consciente de mi clásico paso acelerado, incluso sin prisa, y sosegué mi marcha. La plaza Europa estaba llena de críos. Algunos jugaban en una pirámide de considerable altura hecha de tirantas de goma. Las madres contemplabas las cabriolas entre admiradas y temerosas. Los párvulos del colegio de la esquina estaban en el recreo, y hacían el borrico, o le daban patadas a una pelota de goma, sin objetivo alguno; por el gusto de darle un patadón para ver hasta dónde llega. Y si acaba chocando con alguien, mejor que mejor.






Apareció en la plaza como una exhalación, echando babas por los belfos. Era grande, peludo y bonito de hechuras. Las orejas le colgaban enervadas a ambos lados de la cabeza. Andaba deprisa, husmeando con el hocico a ras de suelo. Olió insistentemente un punto de la hierba, dio un par de vueltas sobre sí mismo, apernancó las patas traseras y expelió un chorizo descomunal por su ano. Al acabar escarbó el suelo con las patas de atrás para ocultar el cuerpo del delito, y saltó alborozado en busca de su ama. Su ‘dueña’, que le había estado observando, se acercó a la catalina, y, cívica y solícita, la cogió con su mano envuelta en una bolsa de plástico, que inmediatamente volvió sobre sí misma para dejar la deyección a buen recaudo.

Aquella mujer joven, lo hizo lentamente, con arrobo, con amor de madre, como si le fuera algo en ello. ¡Válgame Dios! –pensé- ¿Haría lo mismo por su pareja, un mínimo de tres veces al día, todos los días del año, incluidas fiestas de guardar? La disquisición me pareció interesante, y me hizo considerar cuán extrañas son las motivaciones de los humanos, para recoger del suelo la mierda de su perro, y ser incapaces de hacer lo mismo por el prójimo.






Dentro del civismo que supone, y la consideración hacia los demás, no dejar la plasta en el suelo, donde, indefectiblemente, será pisada por algún ciudadano predestinado, se plantea el esfuerzo que debe suponer acercarse, oler, coger la ñorda blanda y untuosa, para una persona medianamente escrupulosa, y depositarla en una papelera.

La verdad es que hay gente para todo. Y, a estas alturas, ya hay pocas cosas que me conmuevan. Pero el acto de recoger del suelo la mierda del perro (me refiero a la caca, no al perro), me hace pensar que los mecanismos íntimos de cada ser, son exclusivos, y que le inducen a hacer las cosas más inverosímiles con la mayor naturalidad.

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