lunes, 21 de junio de 2010

AVATAR




En el Génesis Dios alumbra la creación. En el último día, el séptimo, crea al hombre. Dios le pone delante, una vez engendrado, a todos los animales para que los nombre y practique con ellos una especie de taxonomía. Cuando encuentra ambos sexos en todos ellos, el hombre; la creación divina, se encuentra solo. Dios considera que no es bueno que el hombre permanezca sin pareja y le regala una compañera para que comparta con él el edén y ambos reinen sobre todo lo visible: Los peces del agua, las aves del aire y los animales de la tierra. Y todos, desde ese instante, forman un ‘uno’ indivisible, en el que cada mamífero, cada ave y cada pez, forman una red única de transmisión de datos, de la que todos se benefician.

Hombre y mujer toman de la naturaleza lo que la naturaleza les da, y utilizan a los animales para provecho de ambos. Conocen perfectamente los estados de ánimo de todo ser viviente, e incluso de la tierra que los acoge. Y, de esta forma, todos nacen, se desarrollan, se reproducen y adquieren su experiencia, en connivencia con la creación. Todo transcurre dentro de unas normas y de unos parámetros estrictos de los que todos participan y todos acatan. Cada uno actúa con respecto a un rol y dentro de la más estricta ley de convivencia, entrega y complicidad. Nada le falta a nadie, puesto que todos contribuyen al bienestar del compañero. Las plantas desprenden luz, los animales se transmiten mentalmente con el hombre y los árboles forman una red, a través de sus raíces, para completar el entramado biológico.






Todos están, a su vez, conectados con el Gran Ser Creador de todo lo visible y lo invisible. Y todos participan de parte de su inmensa sabiduría. Y dentro del plan divino, cada ser vivo contribuye al desarrollo del resto y se inmola plácidamente en aras al mantenimiento del resto de congéneres. La Tierra acoge a toda la creación, la sustenta y le presta refugio, abrigo y soporte.

Los últimos vestigios de esta forma de vida, los encontramos en los indios americanos y en los aborígenes australianos, cuya sabiduría ancestral les hacía prescindir de soportes tecnológicos que facilitaran su vida porque ellos ya tenían lo preciso para su sustento, para su desarrollo y para solucionar sus problemas. Pero, dentro de aquella maravilla, surgió la mayor amenaza para el desarrollo del hombre en la Tierra. Por alguna circunstancia que se me escapa, llegó al mundo la semilla de la discordia, de la ambición y de la envidia, en la forma de seres oscuros que, en vez de convivir con la naturaleza, querían abusar de ella únicamente en su provecho. El miedo a sí mismos, y a otros igual que ellos, les hicieron intentar asegurarse el porvenir acaparando, esquilmando y abriendo la tierra para agotar sus recursos. Una vez perpetrado el crimen, no podían consentir a nadie que se apartara de su forma de pensar para intentara vivir, independiente de ellos, de los recursos que les brindaba la naturaleza y del alimento espiritual que les deparaba su unión directa con el más allá.







Los lobos con piel de cordero, contrataron, por unas migajas, a individuos ignaros que les hacían el trabajo sucio y constituyeron la avanzada del genocidio. Y con el pretexto de la ‘civilización’, recluyeron a los pieles rojas y los auténticos, en reservas donde perdieron su propia identidad. Les obligaron a separarse de la tierra que les acogía, les alienaron con alcohol y les acostumbraron a la tecnología, de la que, poco a poco, se hicieron dependientes. Así, el avance tecnológico fue sumiendo al hombre en la más negra necesidad de utensilios que antes eran absolutamente ignorados, inservibles y superfluos.

Antes estábamos enraizados en la madre Tierra y en comunión con la naturaleza y con los animales. Vivíamos a ras de suelo y el amor de la madre nos sustentaba física y espiritualmente. El régimen de vida permitía la comunicación de cada ser con el resto y estaba vigente el inconsciente colectivo del que se sacaban recursos para cualquier actividad. A su vez, todos los seres estábamos en comunión con el Gran Creador que nos alimentaba espiritualmente. La visión de un árbol y el diálogo con él; la conexión con un amanecer o con un ocaso; el contacto con un animal sintiendo su amor; el respeto por todo lo que te rodeaba. Para los oscuros la meta era, por tanto, separarnos de la tierra y hacernos dependientes de los que ellos robaban a la naturaleza, so pretexto de una vida más cómoda y más feliz. Nos separaron del suelo, metiéndonos en casas elevadas de la tierra, que impedían el flujo natural de la energía telúrica. Se adueñaron de los recursos naturales y empezaron a venderlos. Al mismo tiempo nos ofrecieron protección contra ellos mismos.







Todos nos dejamos seducir y ellos no encontraron oposición ni límite, porque contaban con la debilidad y la candidez del hombre. Pero no está todo perdido. Es necesario tomar conciencia de dónde venimos y hacia dónde nos encaminamos, y, poco a poco, comenzar nuestra vuelta a la naturaleza y a lo natural. Tomemos conciencia de que hay humanos inspirados que realizan comunicaciones tendentes a concienciar a la gente de ciertos aspectos de la vida del hombre en la tierra.

¡”Es una de indios”! -comentaron algunos críticos después de ver Avatar, una de las películas más inspiradas que se han rodado en los últimos tiempos- Efectivamente nos hace rememoran el genocidio que perpetraron con los indios americanos, para rapiñarles sus tierras y sus enormes riquezas. Y lo que han hecho sistemáticamente con toda la humanidad.

Yo, por mi parte, procuro acudir frecuentemente al campo, y me esfuerzo por comprender a todos y cada uno de los árboles, matojos, arbustos y hierbas que encuentro en mi camino. Cada uno tiene su espíritu y su individualidad, y cada uno se esfuerza por trasmitirse conmigo, y si yo me abro, siento todo el espíritu que me quiere infundir. Joaquín Grau, después de su viaje a la Amazonía, y de su convivencia con los indios Aucas, cuenta que éstos, cuando les hablabas de los árboles y para qué servían, te preguntaban. ¿Qué árbol, éste o aquel? Porque cada uno, aunque fueran de la misma especie, tenía un carácter diferente. Los pocos indios que viven totalmente en la naturaleza, son los vestigios de aquel mundo feliz. Naturalmente, en cuanto saben de su existencia, los quieren ‘civilizar’, y si no se dejan, los masacran.

De hito en hito, si nos empeñamos, volveremos a la naturaleza, y ¿quién sabe? si llegará un tiempo en el que podamos hablar con los animales. Bueno, algunos ya lo hacemos a diario. Todo consiste en conciliar lo divino con lo humano. Y, al contrario del proverbio, sí se puede estar en misa y repicando.

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