martes, 22 de junio de 2010

BUSCO EL GESTO DE COMPLACENCIA EN LOS DEMÁS




Por muy amoroso que sea un padre con sus hijos, tiene la obligación moral de educarlos y guiarlos en la vida, para hacer de ellos hombres y mujeres de bien. Y digo de bien a sabiendas de que se puede pensar, por parte de algún sandio, que huele a fascista, cuando aquí lo que se estila es la zafiedad, la chulería, la deshonestidad y la sinvergonzonería como signos del progresismo. Pues bien repito, por si no se han percatado: Hombres y mujeres de bien. Y fijaros que antepongo hombres a mujeres, no por machismo retrógrado, sino porque desde tiempos de Viasa, se ha interpuesto el género masculino al femenino en señal de protección.



Pues, ahora ya no te quiero



La educación debe ser necesariamente dolorosa, aunque sea moralmente, para ser efectiva. Debe de estar provista de una serie de virtudes, como la inflexibilidad, el tesón y la dureza. Y esto, muchas veces se interpreta como tiránico. Nada más lejos de la realidad. Para educar hay que ser inflexible y, a veces duro, porque el aforismo de “la letra con sangre entra” no se refiere al sadismo, sino, muy al contrario, a la dureza que la enseñanza debe llevar consigo, para lograr los frutos necesarios en el alumno.

No niego que mis padres fueron educados por mis abuelos, y estos por mis bisabuelos, y mis padres me educaron a mí de la misma manera, pero sin método. Nadie enseñó a estas personas 'didáctica', ni 'método para educar', porque no eran asignaturas presentes en ningún plan de estudios, y la gente actuaba por imitación. Así, a veces la coacción entraba a formar parte de cualquier plan de enseñanza. Y la frase: “Si no te portas bien, papá no te va a querer”, ha hecho estragos en todas las épocas; más ahora en medio de una absoluta libertad de hacer, pensar o expresarse.






Claro, si yo he aprendido a portarme bien para que me quieran, buscaré constantemente, incluso en mi madurez, el rostro de complacencia de los demás ante mis actos. Me habrán programado para portarme bien con la gente, para ser simpático y complaciente, incluso para consentir que abusen de mí, con tal de que me quieran y me acepten.

El amor es fundamental para el desarrollo del niño en los primeros años de la vida. Y el infante, hace lo humanamente posible para que sus padres le quieran, le besen y le mimen. Esto es estrictamente necesario para formar una salud mental duradera. Pero una vez que se alcanza la madurez cerebral (a los veintiún años) ya no es necesario que nos quieran, ni siquiera que nos lo demuestren, pero como nadie nos ha quitado esa obligación, la vamos arrastrando hasta la senectud. Y vemos a los viejos que languidecen por falta de amor, cuando lo que tienen que hacer los adultos, en vez de mustiarse por falta de afecto, es amar; dar su amor a los demás, no quedarse con él dentro para que se pudra. Hay que largarlo a los cuatro vientos; hay que darlo, regalarlo a todo el mundo.



Bueno, me portaré bien para que me quieras, papi.




Pero la gente no da amor, sólo lo exige. Y esa exigencia se hace dolorosa y descompensa a las parejas, que no sienten amor verdadero, es decir, incondicional, sino apego. Un apego difícil de superar ante una pérdida, una separación o un abandono.

Ya no tengo que mirar el semblante de los demás para buscar su aprobación, me tengo yo que examinar en mi interior a ver si me complace lo que he dicho, hecho o pensado. Ya no tengo que buscar el amor en los demás, la complacencia o la aceptación. Tengo que sentirme satisfecho conmigo mismo, complacido con mis actos y amoroso con mis fallos. Y, sobre todo y por encima de todo, tengo que regalar el amor que atesoro, y darlo sin pedir nada a cambio. Yo derrocho mi amor, y los demás pueden hacer lo que quieran con él, pero nunca busco que me lo devuelvan; no es fundamental. Yo ya tengo suficiente. El amor, por otra parte, es un bien que se acrecienta a medida que se da. No se reparte, con lo que yo me quedaría con lo que tenía, menos lo que he regalado. No. Se reparte, pero a mí se me acrecienta a medida que lo hago. Es fantástico que a medida que das amor, se te multiplica por millones, y llega un momento en el que te ahogas en tu propio amor, y no necesitas el amor de nadie para subsistir. Créeme. Es la verdad. Ponlo en práctica, sobre todo, de una manera incondicional. Si lo damos con condiciones, se jodió la magia del invento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...