martes, 1 de junio de 2010

EL MÉDICO GENERALISTA




Santiago Montero Díaz fue una de las mentes más lúcidas e ingeniosas de la posguerra; Franco, tan picajoso, lo desterró porque le incomodaba que aquel profesor casi bohemio le hiciera oposición desde el nazismo radical (fue determinante, se decía, que en una conferencia, lo llamara ‘rata vaticana’, por abandonar el barco de la verdadera revolución). Dejó honda huella en sus alumnos. Su talento deslumbraba; dejó escasas páginas escritas pero sí, y muchas, en cuantos lo frecuentaban.

Protagonizó anécdotas irónicas de valor incalculable. Y una de ellas ha inspirado mi comentario/entrega/entrada de hoy. Ocurre el hecho en la Universidad de Oviedo, que lo había invitado a pronunciar una conferencia. Presidía el acto el Rector, viejo cansado de aquellas ceremonias latosas, y, para dar la palabra, creyó conveniente decir algo sobre el conferenciante. Presento al auditorio, anunció, a un joven catedrático, historiador, según creo, y especialista… En este punto al presentador se le piró el santo al cielo, por lo cual preguntó al orador, que esperaba en pie en la tribuna: “¿En qué es usted especialista, señor…” (ojeada a una chuleta). “¿En qué es usted especialista, señor Montero?”. A lo que este respondió, con el máximo respeto y no menor modestia: “En la totalidad, señor Rector”.





En cuanto oigo apelar generalista a un médico, se me viene la anécdota a la cabeza. Un generalista ha de ser, necesariamente especialista en la generalidad, de igual manera que aquel maestro confesaba con irónica modestia serlo en la totalidad. Pero mis colegas generalistas no se designan así en broma, ni con modestia: su campo de acción es el índice completo de todos los tratados médicos de patología de todas las especialidades.

El nombre procede de extracción norteamericana. El ciudadano que en el año 1985, leyera en la prensa que “el médico de cabecera del presidente ruso Chernienko, un prestigioso especialista…” lo tomaría como un despiste. Porque llamamos médico de cabecera, precisamente al que no es especialista de nada, e igual ambos términos constituyen una contradicción.





Sin embargo, por aquel entonces, las condiciones de vida y de trabajo de los médicos, habían empezado a experimentar un gran cambio; desaparecía paulatinamente la estrecha relación entre el paciente y aquel atento y educado señor que acudía a su casa a visitarlo y le confortaba con su delicada e inapreciable presencia, le tomaba el pulso atento al reloj de pulsera, lo exhortaba a mejorar, le prescribía algún medicamento y le ordenaba permanecer en cama. Por los años setenta, la medicina hospitalaria, impulsada por el Estado, empezó a ofrecer mejores servicio clínicos, y a atenuar aquella relación médico–paciente, a pie de cama. El doctor Segovia de Arana decía en 1980 que los españoles habíamos pasado del médico de cabecera (término que figura en el Diccionario de Autoridades de 1780: ‘El que asiste especialmente al enfermo’) al hospital de cabecera. Ello obligaba al primero a perder su nombre, pero sus funciones esenciales no debían desaparecer por muchos motivos: debía de haber un médico con bata blanca que recibiera al paciente y era mano de obra barata. Por lo cual, en 1980, Rovira Tarazona, ministro de Sanidad, se propone reconstruir la comunicación directa, confiada y continuada entre el médico y el paciente, o, visto de otro modo, se quería restaurar, pero con otro nombre, la “asistencia primaria o de primer nivel”; para ello, decía el ministro, se estaba potenciando “la figura del médico de familia, que viene a ser el auténtico médico de cabecera, pero con los conocimientos más actuales de los avances médicos”. Se trataba del family phisician yanqui que, como el médico sustituido, debía conocer casi familiarmente al enfermo, y saber más que su predecesor.





La constante modificación de la estructura sanitaria determinó que el término médico de familia no cuajase demasiado, y el anglicismo generalista, fuera a instalarse en la terminología del oficio; no significaba lo mismo, pero casi.

Cuando a mediados del XIX, surgió la necesidad de conocimientos más profundos en espacios más reducidos del saber, el idioma inglés y el francés, forjaron el término especialist. La definición es bien conocida: llamamos especialista a quien sabe cada vez más de cada vez menos.





Frente a la medicina general proliferan las especialidades y estas cada vez se horquillan más, hasta tal punto que en algunos países, créanme, existen especialistas de riñón derecho y especialistas de riñón izquierdo, por las diferencias anatómicas y de relación con su entorno que existen entre ambos. Pero permanece impertérrito el término generalista y designa, en estos momentos a un médico que no sabe nada de nada.

¿Qué dirían ustedes de un abogado que se dedique a ejercer todas las ramas de la abogacía? Por lo menos que es un ignorante. Los hay laboralistas, matrimonialistas, etc. Pero sentiría escalofríos si tuviera que ponerme en manos de un abogado que supiera de todo. Lo mismo, reflexionen al respecto, pasa con los médicos generalistas; tienen que saber de todo. Y, les digo con toda sinceridad, yo hace cuarenta años que ejerzo mi especialidad, me reciclo, procuro estar al día, y no sé todo lo que hay que saber. Y en las especialidades quirúrgicas mucho más; en ellas el que hace muy bien un oído, es que no ha tenido tiempo de hacer muy bien las laringes, porque en esta vida, todo, no se puede hacer muy bien. Dejémoslo en discretamente. Cuanto más un médico generalista.




Estoy convencido, y lo declaro públicamente, que la gente hace lo que le dejan hacer y, en este caso, los generalistas hacen lo propio, lo que les dejan hacer. Pero es un flagrante error del sistema. Hoy en día los generalistas no tienen razón de ser; para eso están los especialistas, pero son mucho más caros de mantener. Y, además, todo está inventado: yo estuve ejerciendo de especialista de ambulatorio (lo que hoy son centros de atención primeria) durante algunos años, y eso despejaba de trabajo de rutina a los grandes centros de diagnóstico y tratamiento (hoy hospitales) que están colapsados por enfermo que podían ser vistos en los centros de atención primaria, pero por especialistas. Imaginación y lógica al poder. Y con respecto a la terminología, la Academia debiera definir el termino generalista, monterianamente: “Especialista en la totalidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...